(Escribo
desde un patio en sombra). Son 107 dardos como versos. Y un cofre que los guarda. Amigo Fernando
José Carretero, has escrito a Teresa de Jesús en su agonía y has querido
guardarlo íntima y severamente. E íntima y severamente repartirlo. Para lo
primero has confiado, elegido, el taller conquense de La Zúa Ediciones y a Teo
Serna. Has querido una edición en carpeta y papel selecto para un texto
manantial y una imagen digital de clara fortaleza mística. Y has acertado. Dices que
son 75 ejemplares numerados en junio de 2022, algunos de los cuales, como autor, has querido que
conozcan tus lectores más cercanos. Y yo agradezco. Hay objetos materiales
capaces de transportarnos hasta el lugar en donde la emoción alcanza el sosiego de
la belleza. Esta edición es ejemplo. (Bien se ha resarcido el poeta de las
limitaciones gráficas a la edición de aquel magnífico “El cuaderno iluminado).
En su
interior, guardados por multiplicadas solapas de elegante verjurado, impresos en
papel Conqueror, los versos con que ofreces tu poema, un poema que habita donde el aliento penúltimo
de Teresa recorre los posos y los vilanos del vivir. El momento es conocido:
Alba de Tormes, consumida por los afanes y las horas, Teresa de Ahumada acude
al tránsito; no desea ni tiene más ayuda ni confidente que sor Ana de san Bartolomé. Desde esa estancia secreta, tú, Fernando J. Carretero, escuchas las palabras
de la fundadora, las palabras que hablan de su ligazón con la tierra y las
gentes, con los ardores y los caminos, con aquello que la vida terrena y sus
territorios le han mostrado, le han permitido; con los logros y la ilusiones
que han ido llenando sus manos, confortando el espíritu. “La vida es un empeño
violento y luminoso”, escucha de su boca el poeta que eres. Y tras ello la
alegría de lo humilde, de lo dulce, el rigor de las penalidades, de las
incomprensiones, la voz y el compás del frailecillo a quien los ángeles
confiaban sus versos (porque los escribiera). Todo el poema, que como autor
titulas “La agonía de Teresa de Ávila”, se arma con una tensión tierna y
sostenida del lenguaje, con una templanza que consigues mantener a lo largo de
todo su recorrido, y que, sin desmayo, nos presenta a una mujer más cerca de lo humano que de lo celestial, a una mujer conforme con su compromiso de vida en el momento de entregarla. Una mujer que, desde el hoyo de un cuerpo
débil por disciplinas, ayunos y buscados trajines, conserva en sus ojos la belleza sorprendida
de los amaneceres en otoño, “los púrpuras del espliego”, “el vasto vacío de las
constelaciones”, el vibro en armonía de la luz y el horizonte. Una mujer que en
la finitud armónica de la Naturaleza recorrida ve el anticipo de esa serena
eternidad en la cual espera el Amado. Ves a una mujer, ya tildada de santa antes
de este trance, que necesita, como cualquier nacida, la brida de una mano a
la que asirse, la de sor Ana, para ese momento que ve pronto y que ella espera
como enigma aceptado, como lugar sin tiempo, como liberación.
Fernando, la
poesía precisa residir en estos pequeños y altos refugios, tan necesarios al lado
de las tradicionales ediciones, también tan necesarias. Te digo que es menester, y conforta, una cierta complicidad en lo reservado. La poesía es un don que brilla por y en
sí misma, a la que tú has sabido darle un arca y un camino. Gracias.
__________
(cuatro fragmentos)
2 comentarios:
Tan bello el texto, tan hermoso el marco del amor y del asombro. El vivir , sembrado de amaneceres luminosos y de los otoños que prescriben la llegada, serenos, apacibles y plenos... El verso es el camino.
Miguel Ángel, la edición es un arte que puede envolver poesía. Y debe hacerlo. Gracias por anotar el asombro de vivir.
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