El
jefe está preocupado. Seriamente, como todos. La cosa no pinta bien para la salud, para la
cultura, para la poesía. Asuntos de los que suele, solía, hablar. Ojalá y el
otoño sea mejor de lo que esperamos, dice por saludo. No tiene ganas de
hablar de poesía, se le nota. A pesar de ello nos contó: Estuve en la
presentación –Café Comercial, lunes 21– de La luz de lo perdido, una
nueva antología de Javier Lostalé. Javier es un poeta de toque
alexandrino, de la sublimación del deseo, y ni lo ha perdido ni lo quiere
perder. Para qué. Dijo que su poesía actual está tutelada por Pureza Canelo.
El sabrá. Traigo esto a cuento porque recuerdo una frase de Pureza: Hay que
tener mucho cuidado en no editar un libro malo, siempre seremos reconocidos en
la tribu por ese nivel, no importa lo que hayamos escrito antes o después. Habló
entonces, a más de dos metros, manos limpias, la becaria: Me parece haberlo
oído ¿A qué viene volverlo a traer? Tenemos otros problemas más inmediatos, el
miedo a lo colectivo, por ejemplo. Por cierto, qué espléndida la edición que
Chamán y Esther Peña han preparado para Lostalé. Respondió el tirano:
Hablo del dicho de Pureza porque hay un autor cercano a esta casa que
prepara una edición de poemas cordiales, elegíacos tal vez, conmiserativos; sé que
duda de la oportunidad y el acierto de hacerlos públicos, algunos son añejos, y sin embargo parece
que lo hará por lo que sostiene a los amigos más cercanos. Levantó la mano
el colmillo-redactor desde telecasa: La libertad más excelsa es la de
equivocarse solo, en caso de que se equivoque. Los poemas deudas de
situaciones, recordatorios, sólo serán poemas si son capaces de imponerse a las
anécdotas que los provocaron. De eso vive Margarit. No descartemos nada
hasta ver. La verdad es que hay que tener coraje para editar en estos tiempos.
Dele de mi parte al empecinado unos golpecitos en la espalda. Así lo haré –dijo el
Jefe sin demasiados ánimos– el tal sujeto suele decir que lleva tiempo
escuchando a la realidad discutir con la ruina, y que a veces se abandona al
reto y, aturdido por los tiempos, suele dar testimonio por cualquiera de las
dos. Faltaba el novato, que siempre habla el último. Y se queja: Tal vez
se debata entre lo conveniente e innecesario frente a lo inconveniente y necesario,
que nos decían en la Facultad. ¿Para cuándo en los kioskos, Jefe? El jefe
zanjó: está de siete meses, no hay quien lo pare. Y nada más hubo.