sábado, 22 de abril de 2023

Serie Roces: Cuerda de esparto

 








Desde los sótanos,

sin ser notada,

por una densa cuerda

de esparto asciende

sin freno la memoria,

muy despacio

 

notas

–por la melancolía

que te acude– cómo acerca

la tensión aferrada

de sus garfios

 

busca sitio,

cuerpo donde alojarse,

donde activar

sus turbios aguijones, donde

confundir: llama

tesoros a sus daños.

 

sábado, 15 de abril de 2023

Duermevelas 9/X

  


 

La poesía ama el discurso y a la vez lo odia. La poesía ama la música y a la vez la necesita. La poesía puede y debe ser un rapto. Una intuición no exenta de cuido y laboreo, de mimo sabio. La poesía, lo escribió en hexámetros Horacio, es incompatible con lo mediocre. Y alguien debe decir que también repudia lo obvio, el descuido. En la duermevela -que no remite y en ocasiones es frutal- de la noche pasada, me recuerdo con ella en la sierra madrileña, ribera del Alberche. Y en el recuerdo digo que dejamos caer los antebrazos sobre una ganadera cerca de líquenes y losas de granito. Que el compás de nuestras respiraciones prolongaba la tarde, su penumbra cernida, lo blando del sosiego. Están ahí, atiéndelos, pon –me dijo entonces– en ello tu cuidado; entre las zarzas, ahí, son los instantes, los ojos asustados que, cómplices, nos miran, los que callados piden estar en tu poema. Entre las zarzas -me decía-,, ocultos a mi primer mirar, mas tan próximos que casi eran roce, mas tan dificultoso, tan por captar. Sentí las llamas bíblicas. Por ese motivo, pensé, por lo que amagan, tal vez arden las zarzas en lo sagrado. Por esa razón, solo el auténtico poeta es quien puede atravesar los daños sin daño, quien puede entrar en la maraña que protege de los necios a la fugacidad necesaria de la belleza. Y no romperla ni romperse. Y hacerlo antes que el fuego consuma. En mi ingenuidad pensé que tal vez entre las zarzas tupidas del Alberche, esperando al poeta, estaba el olor tierramojada, tan tenue como penetrante y lábil, del jueves. Desperté sobresaltado, pensé que Bécquer prefirió decir arpa a decir zarza, y Rilke ángeles. Tomé un papel y escribí de urgencia: ... la poesía nace de los deslumbramientos, llámese poetas a quienes, asumiendo el riesgo, los recojan, los hagan crecer.

 

martes, 11 de abril de 2023

Carta pública a y dos poemas de: Yolanda Requena Ortega




      Mientras leía tu primer libro de poemas, Yolanda, no podía sino pensar en el disfrute y el temblor alado que su escritura ha debido producirte. No te conozco y te conozco. Desde esta ventana saludo tu libro Marta (Alzando el vuelo) que la BAM ha tenido el acierto de seleccionar y publicar. Qué falta nos hacía este canto purísimo a la vida, esta claridad de vientos, esta albura. Ver crecer el amor gestado es una de las provocaciones con la que mundo nos incita a vivir. Y tú has sabido mirarla. Ser poeta es ser mirada. Ser poeta es la voluntad de transformar, es salir con la palabra al encuentro de la evidencia inasible y hacerla pálpito, y hacerla abrazo. Los poemas de tu libro son un susurro que tú deseas alas, vuelo hacia el olvido de las ataduras, profecía de futuros. Decía Aleixandre que no hay poesía si el latir de lo humano no está comprendido en ella. La poesía no es una abstracción. Nunca. Dices "La nieve anida en tus párpados", y yo entiendo que el mundo es limpio y tal vez merezcamos alguno de sus refugios. No te conozco. Dices, Yolanda, que este es tu primer libro. Pero te conozco. Cómo no conocer a quien escribe "Tal vez seamos solo eso./ Pájaros salvajes librando/ su última batalla". Un combate que va hacia el amor irremediable, filial en este caso, pero que como en toda buena poesía se alza y se pregona hasta tornarse universal, deseoso de ser compartido, de derramarse. Se escribe poesía desde la tensión de querer escribirla, desde la necesidad de decir algo que importa a alguien que nos importa. A ti misma primero. Porque este libro está escrito para Marta, tu hija, pero antes que nada surge desde ti, desde tu ser necesario, para volver a ti. Como manantial, como desembocadura. Como un segundo parto. Está escrito para que vuele al lado de aquella que vuela libre y ves volar en los altos azules. Conoces la levedad y te complace, vives el trazo, sabes que el poema no necesita discurso, sino sugerencia, sino lo tenue, sino aquello que nace de una verdad, tan potente como tímida, que el lector –el buen lector– intuye, desbroza y abraza luego. Con qué delicadeza orfebre, y yo sé con cuánto oculto trabajo, buscas y consigues que el oficio de escribir no deje huella, presencia sudorosa. Con qué sencillez, con qué armonía serena logras que la palabra baje a buscarnos como un arroyo de agua cristal que juega y salpica, que canta y se ofrece. Con qué humilde economía procuras que sople la brisa compañera, esa que envuelve nuestro paso. Y es que leyéndote paseamos al lado de dos almas que dialogan en un presente que desearían infinito. Todavía no hay sombras, todavía no hay oscuros, aún los obstáculos descansan. La vida en tu libro es vida blanca y arcilla, Yolanda, es el don de la plenitud, el mundo a inaugurar. Qué alegría leer algo así. La vida como una fotografía que explosiona y tiñe de belleza.

 

Permíteme que tome dos poemas de tu libro, de su ambiente.

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En la diana

 

Fijas tu mirada.

No en mi rostro de sombra.

No en el animal triste que me acecha.

No en el dios blanco que castiga.

En mi pensamiento.

A veces solo existo

porque tú me ves.

_____

 

Estaban allí

 

Estaban allí, cerca de un muro,

el trigo presuntuoso y su océano dorado,

la luna y su sombra,

el mirlo que vigila,

el girasol marchito,

las manos que lo niegan.

Estaban allí.

No muy lejos de tu pelo.