Mientras leía
tu primer libro de poemas, Yolanda, no podía sino pensar en el disfrute y el
temblor alado que su escritura ha debido producirte. No te conozco y te
conozco. Desde esta ventana saludo tu libro Marta (Alzando el vuelo)
que la BAM ha tenido el acierto de seleccionar y publicar. Qué falta nos hacía
este canto purísimo a la vida, esta claridad de vientos, esta albura. Ver
crecer el amor gestado es una de las provocaciones con la que mundo nos incita
a vivir. Y tú has sabido mirarla. Ser poeta es ser mirada. Ser poeta es la
voluntad de transformar, es salir con la palabra al encuentro de la evidencia
inasible y hacerla pálpito, y hacerla abrazo. Los poemas de tu libro son un
susurro que tú deseas alas, vuelo hacia el olvido de las ataduras, profecía de
futuros. Decía Aleixandre que no hay poesía si el latir de lo humano no está
comprendido en ella. La poesía no es una abstracción. Nunca. Dices "La
nieve anida en tus párpados", y yo entiendo que el mundo es limpio y tal
vez merezcamos alguno de sus refugios. No te conozco. Dices, Yolanda, que este
es tu primer libro. Pero te conozco. Cómo no conocer a quien escribe "Tal
vez seamos solo eso./ Pájaros salvajes librando/ su última batalla". Un
combate que va hacia el amor irremediable, filial en este caso, pero que como
en toda buena poesía se alza y se pregona hasta tornarse universal, deseoso de
ser compartido, de derramarse. Se escribe poesía desde la tensión de querer
escribirla, desde la necesidad de decir algo que importa a alguien que nos importa.
A ti misma primero. Porque este libro está escrito para Marta, tu hija, pero
antes que nada surge desde ti, desde tu ser necesario, para volver a ti. Como
manantial, como desembocadura. Como un segundo parto. Está escrito para que
vuele al lado de aquella que vuela libre y ves volar en los altos azules.
Conoces la levedad y te complace, vives el trazo, sabes que el poema no
necesita discurso, sino sugerencia, sino lo tenue, sino aquello que nace de una
verdad, tan potente como tímida, que el lector –el buen lector– intuye,
desbroza y abraza luego. Con qué delicadeza orfebre, y yo sé con cuánto oculto trabajo,
buscas y consigues que el oficio de escribir no deje huella, presencia sudorosa.
Con qué sencillez, con qué armonía serena logras que la palabra baje a
buscarnos como un arroyo de agua cristal que juega y salpica, que canta y se
ofrece. Con qué humilde economía procuras que sople la brisa compañera, esa que
envuelve nuestro paso. Y es que leyéndote paseamos al lado de dos almas que
dialogan en un presente que desearían infinito. Todavía no hay sombras, todavía
no hay oscuros, aún los obstáculos descansan. La vida en tu libro es vida blanca
y arcilla, Yolanda, es el don de la plenitud, el mundo a inaugurar. Qué alegría
leer algo así. La vida como una fotografía que explosiona y tiñe de
belleza.
Permíteme que
tome dos poemas de tu libro, de su ambiente.
_____
En la diana
Fijas tu
mirada.
No en mi
rostro de sombra.
No en el
animal triste que me acecha.
No en el dios
blanco que castiga.
En mi
pensamiento.
A veces solo
existo
porque tú me
ves.
_____
Estaban allí
Estaban allí,
cerca de un muro,
el trigo
presuntuoso y su océano dorado,
la luna y su
sombra,
el mirlo que
vigila,
el girasol
marchito,
las manos que
lo niegan.
Estaban allí.
No muy lejos
de tu pelo.