jueves, 18 de mayo de 2023

Crónica de un martes, 16 y mayo

 

   Olira Blesa es madre reciente. Y poeta. También amiga, también fotógrafa. Digo que tuvo el martes 16 un detalle de ternura y cariño que me emocionó. Cargó junto a su pecho a la criatura y con fortaleza que da la amistad y la dulzura que proporcionan los afectos se acercó a la Cátedra Mayor del Ateneo de Madrid a estar conmigo, escuchar los versos y hacer un espléndido reportaje fotográfico. Alrededor de ella, los doscientos asistentes que llenaban la sala, traídos por los fuertes hilos de una amistad que yo intento y quiero correspondida. 

    

    Es el asunto que en el mes de febrero me atreví a indicarle a José Manuel Lucía Megías mi deseo de no abandonar los territorios poéticos sin leer en alguna oportunidad en el Ateneo. José Manuel respondió que no era imposible, y se ofreció a intentar una sala. (Luego recordé que ya lo había hecho, invitado por María Sangüesa y junto a Eugenio Arce, aunque aquella noche la garganta me jugó una mala pasada). José Manuel, responsable de la sección de Literatura, fijó fecha el 17 de mayo y la Pérez Galdós por sala. Con motivos y circunstancias que desconozco, se trasladó al martes 16 fijándose como escenario la Cátedra Mayor. Parecía un reto. Lo acepté. Pero con temor a encontrarme no solo, pero sí parcialmente solo. Madrid, en la preferia de mayo, es una colmena de actos parecidos. Anunciada la convocatoria en la Agenda del Ateneo, pudo verse en el affiche que me acompañarían Andrés París y Marina Casado, dos poetas jóvenes y vecinos de Arganzuela, para señalar las vías de comprensión de Aquí y En donde resistimos, mis dos últimos poemarios, de los que pensaba extraer el argumento de la lectura. Y una línea más abajo decía que Irene Pérez de Miguel lo haría al piano. Lo que me guarnecía y daba tranquilidad. 


    Digo que anunciado el asunto en redes, noté, aun en la lejanía, cierto calor. Numerosos amigos, conocidos y cercanos, comenzaron a avisarme de la imposibilidad de acompañarme por situaciones perfectamente compresibles. El asunto iba en aumento, lo que me hizo sospechar que existía ambiente suficiente entre las personas con quienes me relaciono; que la noticia había llegado. Otros, claro está, me mostraron que les interesaba lo anunciado y que si podían acudirían. Ambas situaciones son normales en estos casos. También es normal que haya quien responda con un mutis. Preparé la escaleta, se la envié a los participantes, que mostaron su confianza en ella. José Manuel estuvo capaz y generoso para allanar cualquier obstáculo. Y en tales maneras, en la esperanza de que en la gran sala del Ateneo estuvieran personas que quisieran arropar mi persona y mi lectura, nos dispusimos.

    

Olira Blesa me dijo que lo intentaría, que estaba sola con su retoño, pero confiada y con ganas tanto de ejercer su pasión fotográfica como de combinarla con su deseo de escucharme. Sentí que no merecía semejante esfuerzo y hermandad. Se lo advertí, pero vino. Junto a ella, poco antes, poco después, fueron entrando amigos, amigas, sorpresas, besos y abrazos hasta llenar la sala. Y como sé el esfuerzo que supone salir, venir en algunos casos de lejos y volver de noche a casa, entendí que mis recelos estaban infundados. Comenzamos 10 minutos tarde, me dijeron. Tuvieron que venir a rescatarme de los recibimientos y las bienvenidas. (No suelo hablar en primera persona en este blog, pero hoy no tengo otra opción). Cuando todos nos sentamos, tuve ante mí una sala llena de color y calor.

Irene, Andrés, Marina y yo llamando
a José Manuel y a Olira

    Comenzó Irene su repertorio basado en Debussy para abrir el acto. Siguió José Manuel dando la bienvenida en nombre del Ateneo y sorprendido de la respuesta de los asistentes. Luego Andrés y Marina hablaron con desparpajo y agudeza de los textos. Andrés de Aquí y Marina de En donde resistimos, dejando en el aire algunas cuestiones a las que yo intenté contestar y/o matizar. A la derecha del escenario estaba el atril. Leí en pie. Dividí mi tiempo lector en tres plazos, cuyos intermedios enriquecían el piano y las manos de Irene. Siempre lleva uno preparados más poemas de los que finalmente lee, en este caso también. Pero los omití a gusto. Por las señales del público pude conocer que en la primera parte el sonido estaba demasiado bajo. Luego se corrigió. No sé lo que los asistentes sintieron, si sé lo que sentí yo: ese silencio denso que produce la escucha atenta. Quise cerrar con la lectura del poema "Dos cómicos, de Hopper". Quise una foto final con todos los que me ayudaron y en la que estoy llamando a Olira para que subiera al escenario. Olira se acercaba haciendo fotos. 

   Y eso fue todo, Hubo cervezas finales y sin fotos en los bares próximos. O sea, nada que no ocurra todos los días con cientos de nosotros en cualquier sitio del país. Pero lo he querido contar aquí por si alguien. Y porque un momento de debilidad lo tiene cualquiera.


lunes, 8 de mayo de 2023

Un poema: Nos quedaremos solos y se hará la noche




 






El tiempo es un jaguar insatisfecho

que jamás abandona sus quehaceres

y sigiloso juega

con nuestras ambiciones

 

ante sus fauces, plenas 

de bostezos,

nos deja hacer y hacer, como si ausente,

mientras contempla y se sonríe dulce

ante el esfuerzo inhábil

de quien procura

perdurar ocultándose

en versos y papel

de su campo de acción,

de sus tranquilas garras aparentes

 

benévolo, nos deja

escribir, publicar, sé que nos deja

 

en ocasiones parece distraído,

ajeno en su quietud, mientras decide,

harto ya de la escena,

–tanto ir y venir para ser nada–

cuando será el zarpazo.


Ilustración de Manolo Marcos

martes, 2 de mayo de 2023

Un poema: Navigare necesse est



 




                                                

Por Homero
la parte intransitable que me nombra,
mi parte de Sibila, supo de los arqueros
de Troya frente Kafka, de asedios soportados,
supo también que el fuego
que prende los asombros es siempre primogénito,
que fue hermoso nacer al desvarío, que las mentiras
de los idiotas no envejecen, supo
de la arritmia del sur, de deletreos
en los blancos rectángulos, del amor sin archivos.
 

Por Virgilio después,
mi parte de Tiresias supo
que la vulgaridad
de ganarse la vida terminaba, que la meta de Roma
––si se anhela–– precisa lejanías, altas voces,
altas naves que olviden, también que debería
salvarme del espanto, regresar, ser en otros,
saberme de la edad de los cerezos, expatriarme
de los días burdeles y llegar,
urdiendo travesías, a las costas que salvan.