lunes, 29 de julio de 2013

Epístola a Latus, (último remero de Ulises, poeta y solo, que teme del bosque).


Tal vez sea preciso, Latus, olvidar los navíos, 
los vientres de impiedad que te atraparon,
y caminar de nuevo el bosque,
los senderos del día y de los hombres,
del escombro y la hierba,
del incierto vivir y su costumbre.

Tal vez sea preciso
que nos ignore el río de los vientos,
pararnos junto a un tronco
y esperar a que pasen aquellos que nos aman,
descansar, escribir
con las mínimas fuerzas, saber que morirá
como nosotros: solo,
este árbol que a solas abrazamos.

Tal vez sea preciso
hacer lento el vivir en nuestra sienes,
aguardar sin deseo ni avaricia,
reconocernos
en las otras miradas, en las lluvias que anuncian,
en los textos de aquellos caminantes
que con nosotros huyen
y que ignoran sus pasos, su destino

saber que somos
nautas sobre la arcilla de lo fueran aguas,
que nacimos vulgares, que somos torpes dioses,
 embriagados remeros y sin rumbo

que somos canto y hiel, que nuestra voz anduvo
consumiéndose en luz disimulada,
que mezclamos en vidrios
tristezas con alcohol, pequeñas mansedumbres.

Es preciso saberse en cuanto andamos,
saber que hay hombres quietos,
como si fueran olmos, vigilando caminos,
que enloquecen despacio si procuran
entender cuanto crece intrascendente y bello,
que sólo viven de la limosna oral,
que se saben suicidios demorados.

Tal vez sea preciso para ti deshacerte,
ser puñado de tierra entre la espuma,
comprender los crepúsculos,
proclamar que hay caminos
al final de los pozos, que en los griegos
mares que navegaste hay rastros que no olvidan,
conocer que es la duda la que nos alimenta
y no la amábamos,
y no la amamos.

Tal vez sea preciso, Latus, volver al bosque,
saberse en el asfalto de los otros
y levantar
con las maderas pobres de lo que fue tu banco,
con aquellas que hablaste
tantos años de la sabiduría, tu futura cabaña,
la casa del poema junto al olivo sacro:
escribir, hallar al fin refugio.

Debes
salvar tu nombre, Latus, y salvar tu cordura
del hambre y de la hoz de los inviernos,
es tan débil la vida,
y es tan terca la lluvia, la soledad, sus gentes.