Tal
vez sea preciso, Latus, olvidar los navíos,
los
vientres de impiedad que te atraparon,
y
caminar de nuevo el bosque,
los
senderos del día y de los hombres,
del
escombro y la hierba,
del
incierto vivir y su costumbre.
Tal
vez sea preciso
que
nos ignore el río de los vientos,
pararnos
junto a un tronco
y
esperar a que pasen aquellos que nos aman,
descansar,
escribir
con
las mínimas fuerzas, saber que morirá
como
nosotros: solo,
este
árbol que a solas abrazamos.
Tal
vez sea preciso
hacer
lento el vivir en nuestra sienes,
aguardar
sin deseo ni avaricia,
reconocernos
en
las otras miradas, en las lluvias que anuncian,
en
los textos de aquellos caminantes
que
con nosotros huyen
y
que ignoran sus pasos, su destino
saber
que somos
nautas
sobre la arcilla de lo fueran aguas,
que
nacimos vulgares, que somos torpes dioses,
embriagados remeros y sin rumbo
que
somos canto y hiel, que nuestra voz anduvo
consumiéndose
en luz disimulada,
que
mezclamos en vidrios
tristezas
con alcohol, pequeñas mansedumbres.
Es
preciso saberse en cuanto andamos,
saber
que hay hombres quietos,
como
si fueran olmos, vigilando caminos,
que
enloquecen despacio si procuran
entender
cuanto crece intrascendente y bello,
que
sólo viven de la limosna oral,
que
se saben suicidios demorados.
Tal
vez sea preciso para ti deshacerte,
ser
puñado de tierra entre la espuma,
comprender
los crepúsculos,
proclamar
que hay caminos
al
final de los pozos, que en los griegos
mares
que navegaste hay rastros que no olvidan,
conocer
que es la duda la que nos alimenta
y
no la amábamos,
y
no la amamos.
Tal
vez sea preciso, Latus, volver al bosque,
saberse
en el asfalto de los otros
y
levantar
con
las maderas pobres de lo que fue tu banco,
con
aquellas que hablaste
tantos
años de la sabiduría, tu futura cabaña,
la
casa del poema junto al olivo sacro:
escribir,
hallar al fin refugio.
Debes
salvar
tu nombre, Latus, y salvar tu cordura
del
hambre y de la hoz de los inviernos,
es
tan débil la vida,
y
es tan terca la lluvia, la soledad, sus gentes.