Caminamos por territorio fem. También en poesía. Buena la
armó chusvisor. Las que habitan este
paisaje ut supra se conocen entre sí como genias. Y no por otra cosa
pretenciosa sino por el nombre de su asociación: Genialogías. Nombre que ampara
en lazo a un centenar de mujeres poetas españolas dispuestas a defender. Se reúnen
para saber y saberse. El viernes 27 lo hicieron en Función Lenguaje con motivo
de celebrar la nueva edición –por Tigres de Papel– de textos de Julia Uceda y Francisca Aguirre. Paca asistió. Desde su Salamanca, acudió Mª Ángeles Pérez López para hablar
sobre ellas, y en general sobre mujer y poesía. Esta foto de FB, donde abundan
lectoras de Mientras la luz, da testimonio.
|
Foto de MCBarri |
El sábado 28 fue en Sigüenza, la villa en alameda y piedra
de La Alcarria.
Mª Antonia Velasco,
familiarmente Toya Velasco, quiso acudir a su tierra cuna para presentar
La
cabeza y un zapato, libro que obtuvo la pasada edición el premio Blas de Otero.
Lo presentó
José Luis Morales, extrañado
y contento por la tardía incorporación de la escritora al territorio lírico. Destacó
la capacidad surrealista de su lenguaje. Acero dúctil que trasmite la emoción en pureza.
Leyó, dulce y salvaje, Soledad Serrano poemas del libro ante la atenta
vigilia de EGT. Tenaces, los asistentes lograron que la autora leyera algunos de los
textos, ella es reacia a esos haceres, pero transigió. Y sonreía feliz. El
enorme muro de piedra que cerraba el recinto parecía escuchar.
|
Foto de VázquezPrada |
Tensa parecía la iluminación posmoderna de El Comercial el
lunes 30, recinto que reserva los lunes para actos literarios. Presentaba Ana Montojo, poeta de edición tardía, su quinto libro. Lo publica con su asociación, Escritores en Red, y lo ha titulado Las horas contadas. Sala apretada de
público fiel. Presentación prodigio de Valentín
Martín, autor también del prólogo y de Carmen
Fabre, responsable de edición. La lectura de poemas, según han declarado
testigos, tuvo su densidad acentuada. Añadiendo que a
la sensación de pérdida que supura toda la obra de Ana Montojo se unía en esta ocasión el dolor
de lo concreto, del cuerpo, amado un tiempo, al que ella estuvo –próxima y
necesaria– contando, cuidando, una a una las horas últimas. De ahí el poema que
ofrecemos.
:::::::::::::::::::::::::::::
LOS VAQUEROS
Solo
me juzgo por lo que siento,
no por lo que razono.
(Montaigne)
Recuerdo
aquel verano -el del sesenta y cinco-
cuando
eras aquel chico tan guapo que cantaba,
al
que mejor sentaban los vaqueros.
Tú
eras el capricho de las nenas,
el
terror de los novios,
el
sueño húmedo de suegras potenciales,
y
yo apenas entraba en una adolescencia
boba
y muerta de miedo, sin conciencia de mí
ni
de que yo pudiera valer algo.
No sé por qué demonios te fijaste
en
esa chica tímida
de
la pandilla de los más pequeños,
el
caso es que cualquier posible contrincante
regresó
a sus cuarteles y replegó sus fuerzas
ante
un rival con semejante historia.
Me
dejaron inerme, teniendo que lidiar
contra
todas tus armas.
Dieciséis
años contaba por entonces.
No hace falta que cuente lo que vino después
-largo
noviazgo de pecados tristes,
muchas
visitas al confesonario,
lunas
llenas de cuernos,
propósito
de enmienda,
dolor
de corazón y al fin la boda
con
el tul ilusión hecho jirones.
Cuatro hijos contando al que se fue
-revisando
las fotos me preguntas
qué
niño es cada uno de esos niños
que
nos sonríen desde la memoria-,
el
oscuro enemigo que se instaló en tu mente
hasta
echarme de casa. Y los papeles rotos.
Muchos años perdida en espejismos
queriéndome
morir más de mil veces,
pasiones
desbordadas y un futuro imperfecto
por
no saber cortar el hilo de la culpa
porque
estabas ahí, tú siempre estabas,
tú
y tu inmisericorde soledad,
la
que todas las noches dormía a mi costado.
Pero ya no es
cuestión
de
andar pidiendo cuentas a la vida.
Ahora
que ya no eres
ese
chico tan guapo y los vaqueros
no
te sientan tan bien, sabrás que existe
otra
forma de amar
que
no entiende de orgasmos,
que
no va a derretirse entre gemidos,
pero
que hoy, precisamente ahora
no
va a dejarte solo.