domingo, 24 de diciembre de 2023

Un poema: Porque no es posible dar la vuelta

 

(Fragmento de un tapiz en las Galerías de las Colecciones Reales)

 

Hay instantes en los que

el pan rebelde —que fuera juventud—
acude hasta el cobijo que ofrecen las palabras
 
instantes en los cuales
el viento necesita saber que hay una casa, una ternura,
donde poder parar y conocerse
 
instantes en la piel donde leemos
que las huidas, que las heridas,
son tinta que contempla… y en tinta se resuelven
 
instantes en los cuales es preciso
—mientras la luz resista— escribir con un rictus
de los labios: de nada somos dueños
 
instantes bajo el cielo en donde
pedir al dios de todos que dos hijas, dos aves,
recuerden nuestro paso y sepan
 
que no borren ni lluvias
ni solsticios
la belleza que tuvo aquello que quisimos.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Carta abierta a y un poema de EUGENIO RIVERA

 


      Querido Eugenio, reconoce que eres un caso singular, reconoce que eres una mente en ebullición, una voluntad abierta; que posees unas manos tan hábiles como generosas, un rincón en la radio para tu voz levantada, una legión de gente que te conoce y te quiere; que tu lugar entre los miembros de la tribu no pasa desapercibido, que el otro día, lunes 11 y Ateneo, recibiste una demostración de cariño como pocas veces es posible: de los sedentes, de los puestos en pie. Sabio lector de borgiano proceder, vienes añadiendo la poesía a tus afanes cotidianos, que no son pocos. Publicaste Memorias del derrumbe en esa casa iniciática para tantos que viene a ser Vitruvio y ahora respondes a un desafío escribidor con este Manual del desvanecimiento. Dos Mdd en poco tiempo, dos envites parejos, pero en ningún caso paralelos.

      Dijiste que la audacia de la oferta te llevo al riesgo de la solución. La tertulia “El desván” de Torrejón de Ardoz, con la que vives amistad y colaboras, te ofreció para sus publicaciones la oportunidad de decir, y has dicho. Has dicho poesía y algo más. Has elaborado un juego ventrilocuar, aclaras que aprovechando —en uso inverso— la serie numérica de Fibonacci y la imaginación pervertida de Lewis (Carrol, claro) has construido un libro de poemas que lleva dentro los gérmenes activos que intentan destruirla. Lo que a los ojos pasivos de un lector complaciente supone un parapeto, en los del lector que se entrega busca y percute, se abre como una playa a la imaginación. Todo se basa en ese alter ego al que haces aparecer en los pies de página (¿dónde encontrar un libro de poesía con tan gigantescos pies!) al que haces llamar Max Valderrama, conocedor perplejo y erudito tocapelotas aficionado a dar aclaraciones que nadie le pide, incansable buscador de exemplos históricos para contrastar con las propuestas que tus poemas disponen.

       Manual de desvanecimientos no es un libro para vagos ni para indiferentes, es un libro provocador, un acelerador de estímulos, una estela que habla de creación en mitad del páramo. Tiene algo, y algo más que algo, de estética eliotiana, de crear alrededor de las crestas de la creación anterior, de aprovechar la luz de las espumas, de las lecturas. Hablas en algún lugar de la granada como símbolo de muerte y resurrección: la disyuntiva, dices, como apuesta.


     Tuviste la suerte el lunes de contar en torno tuyo con Carmen Ortigosa, que te sabe y continúa, a uno de los lados, mientras en el otro te protegía y alentaba un tal Rafael Soler, de buena traza, que no dejó de molestarte, de aguzarte, para que dijeras contra y vencieras a tu natural timidez. Lo consiguió y poco a poco fue dialogando el poeta con ese Max Valdomar que te habita, te fabia y te encrespa.

       Yo voy a traer aquí uno de tus siete desvanecimientos, el IV.  Ese al que Max Valderrama, el tozudo y sapientísimo redactor de los pies de página intenta destrozar con aclaraciones, trayendo para el caso al físico Hofstadter, a Acrisio, rey de Argos, a Heidegger, a Humpty Dumpty, a Duchamp, a Malévich y su rusos de La Sota de Diamantes, a Bessie Smith, la emperatriz del bue, a Isadora Duncan, a Aquiles y la tortuga.

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DESVANECIMIENTO IV

5

Has vuelto a ti en las alas de las mariposas muertas,
con escarcha y trueno, transida de encuentro y yerta aún.
Con aguacero en las entrañas,
con la lluvia preñada en oro de Dánae.
Fatigada de almanaques sin alma.
Solo falta, pues, que te reconozcas en el vuelo
azul de tu infancia.
En la candente llaga que te sangra.

4

Esquirlas o pavesas de tiempo.
Minuto a minuto.
Día tras día.
Parámetros de aire que taladran tu córnea implacable,
inquisitiva, la ceguera que vendrá,
la nostalgia absurda de los logaritmos neperianos,
tus números primos y los Reyes Godos.
Tu mañana irredento en la confusión de las lenguas.
El acróstico final elevado al máximo
exponente con la fría crueldad de un silogismo.
Mínimo común divisor al fin.

3

En cada desvanecimiento nos reconocemos.
Todo abandono nos nombra:
lleva nuestro infortunio dentro, nuestro desconsuelo 
y el de los dioses antiguos.
Un azucarillo de nube se disuelve en el vaso
invisible del agua que nos recorre
como un tumultuoso río de fuego:
trópico de capricornio
en un ánfora encerrado.

2

Ádonde con esta suerte.
A qué carta quedarse si la Sota
de Diamantes se desvanece.
Si la Reina de Corazones se ha cortado
las venas en el aseo de minusválidos
con las astillas de un caballito de madera.
Solo el destino con sus losanges de sal
y pimienta dispone del viento.
Solo él irrumpe feroz con sarcasmo de cascabel.
Es dueño y señor de la comisura incierta de tu sonrisa.

1

¡Abajo el telón!
La tragedia ya ha terminado:
ahora sabrás si todo está por escribir
o por el contrario la vida está
intacta en tus versos.
¿Pérgola o arcángel?

domingo, 3 de diciembre de 2023

Un poema: Era clara la tarde

 















Viajero por caminos
extrañamente extraños, sé
que hay dolor o verdad, que hay dolor y verdad
acechando en los viajes.
 
Bajo, bajamos
el puerto del Lanchar, hacia la Torre,
suena el arroyo, me detengo junto
a su canción de mares: sin embargo
un silencio de verdes
crece a su orilla:
                                 la hermosa y clara
desnudez de unas lanzas, de unos juncos
en manojo de suave desconsuelo, haz
por donde el aire atreve
su promesa de voz, su melodía,
con un temor callado.
 
No elijo, no elegimos. Nada obliga.
 
Voy hacia el sur, vamos
la vida y yo con la tristeza
del aire por los juncos, con el agua que canta.