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Manuel Mantero en el Ateneo (Foto de Maxi Rey) |
Estuvo por aquí, miércoles 21,
Manuel Mantero, con
más años, 83, pero con los mismos labios afilados y su envidiable sevillano
acento, inconfundible. Desde 1969 reside en USA, ahora en Athens (Georgia), a
donde debe estar regresando. Tuvimos ocasión de hablar con él primero y luego el
disfrute de escucharlo. Se agradecen tardes así, tardes con poetas que han
vivido y saben contarlo. Vino de la mano de
Pilar Gómez Bedate, que gestionó el encuentro para el Ateneo de
Madrid. A cambio, el auditorio, paciente, escuchó unos folios del trabajo que
está realizando sobre la obra de sevillano. Pero Manuel no se deja reducir a
folios. Y conserva buena memoria
Habló del ambiente asfixiante de la Sevilla de los 50,
jesuitas incluidos. Dijo de su amistad con Julia
Uceda para la creación de Rocío,
revista que intentaba vapulear la siesta poética de su ciudad. Recordó el ciprés
y los labios, muerte y amor, de su primer libro. Y su traslado a Madrid en
1960. El fulgor repentino de su fama y nombre, y el éxito de obtener ese mismo
año el Premio Nacional de Poesía. En la sala estaba Antonio Hernández, estudioso de su obra, que asentía. Hubo un
instante en que se despertó la hidra personal: recordó a los poetas sociales, a los
afamados del 50 con una retahila que trajo preparada. Con una suma de declaraciones
a favor de la poesía como útil social y de la responsabilidad del poeta, que, dichas
así, seguidas, cargando tintas irónicas, y con nombres propios (de Castellet a Claudio, de Blas a Gil de Biedma) parecía que los citados
pretendían a los poetas como predicadores sindicales. Alguien me dijo luego que
es un lugar común en Mantero, el cual siempre se ha negado a formar parte de la
cohorte del 50 y de cualquier otra, y ese mismo alguien me filtró luego un
recorte con un poema que reproducimos abajo.
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Manuel Mantero (Foto Maxi Rey) |
Organizó Manuel la lectura de manera curiosa, escogiendo
poemas inéditos del tiempo de sus libros, poemas que por razones que no
recuerda fueron apartados a la hora de la selección. Es poeta exigente en la
forma; remarcó con énfasis que el lenguaje poético está basado en el ritmo, que
es la musicalidad el elemento diferenciador entre poesía y prosa. Las digresiones
entre poema y poema se imponían a su lectura de estos. Habló de su experiencia
universitaria en Atlanta, de su relación con
Ángel Crespo y con
Jorge
Guillen. También con
Alexandre
(visita dominical). De aquellas conversaciones se le escapó una anécdota que no
resisto. Tiene que ver con
Luis Cernuda,
de quien dijo que era tan buen poeta como raro ciudadano, parafraseando a
Primo sobre
Valle-Inclán. Parece que Vicente y Luis no se eran muy devotos. Que
ya en 1934 cuando Aleixandre se acercó al Ministerio a presentar su manuscrito
de
La
destrucción o el amor para optar al Nacional de Poesía, se encontró
allí a Luis Cernuda. Mantero reprodujo para nosotros aquella charla, traída de
los labios de Vicente más o menos en estos términos
A: Hombre, Luis, ¿qué
haces tú por aquí?
C: Pues nada, aquí que
estoy.
A: ¿No habrás venido también
a presentar un libro para el premio?
C: ¡Yo! En absoluto.
A: ¡Cómo que no! Ahora
mismo se lo pregunto al secretario.
C: ¡Pero cómo! No irás
a creer más al secretario que a mí.
A: ¡…!
Mantero era devoto de Vicente Aleixandre, de quien aseguró
haberlo visto alguna vez de pie, quiero decir en posición vertical.
En fin, salpimentada con chismes y reflexiones, siguió la
lectura, que incluyó un soneto amoroso. Y siempre la profesión de libertad personal
y poética como viento necesario, sin capillas ni escuelas. Negó la existencia
de generaciones, aunque aceptó la de promociones ligadas a un espacio temporal,
cultural y social vivido en común. 50 años después volvió a contestar lo que ya
contestó a los señoritos (Barral,
Costafreda, Ferrater´s…) de Barcelona que le acusaban de señorito andaluz: señorito por señorito prefiero lo andaluz.
No recuerdo bien lo que dijo de los celos irremediables de Valente, excitado siempre por ser el líder del Tour, pero sí
cuando contó su relación en USA con una hija de Ezra Pound, la cual, preocupada porque no entendía los poemas de su padre, oía como este le gritaba: En poesía, entender es lo último.
Terminó leyendo algo de lo que está elaborando. Lo titulará
El olor de la azalea, aclarando que las
azaleas no huelen. Son poemas-coplas de tres o cuatro versos con sabor a
sentencias. (Deslizó algo sobre la Cábala y su pasión por estos números). Quedó
por el aire una vuelta al origen, a su sentir andaluz. Hubo humor en muchas de
ellas. Tomé al oído esta.
Como un hotel es
la vida/ nada es tuyo, duermes, pasas/ y pagas a la salida. Habló luego de
la necesidad de corregir los poemas, de que hay poetas obsesivos con ello (
Juan Ramón, claro) y de otros que
negaban (Valente, Blas de Otero) y juraban no hacerlo jamás. Entonces recordó
la sentencia de Platón:
Los poetas mienten mucho.
En fin, que se agradeció el aire fresco, desenfadado y libre,
culto y pendenciero a un tiempo, de alguien que vuelve todavía a su tierra una
o dos veces al año, y que va a cumplir 84. Al salir del Ateneo otro alguien se me acercó
con otro recorte de poema y con el siguiente sucedido: el padre de Manuel,
militar, le consiguió, para que viniera a Madrid, un puesto en el Servicio de Meteorología,
así que cuando obtuvo el Nacional de 1960 con Tiempo del hombre, en la Tertulia con mayúsculas se comentó aquello de Mira, el Tiempo
del hombre escrito por el Hombre del tiempo. Años después, Mantero respondió con el poema
llamado Delante del café de los
escritores que dedicó a los poetas
del Gijón. Se despedía, se marchaba cansado de aquella España en la que Franco
terminaba de entronizar a Juan Carlos. Mantero, hijo de un requeté, era fiel a D. Juan y no entendió
su renuncia, el pasteleo.
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GENERACIÓN POÉTICA DEL 50 (O DEL 60)
Míos son vuestra edad, nación, idioma,
no vuestro tema. No os entiendo,
oh aburrida asamblea monocorde
a los pies de los ídolos abuelos.
Me indago
como una espina penetrando un cuerpo,
lloro en Dios porque lloro lo que borro,
excavo mitos y en sus atrios duermo,
mi muerte tiene forma esbelta de ángel
no sé si de la guarda o del tormento,
mi palabra se afirma entre mis manos
golpeada y vertical (Colón y el huevo)
y es mi poesía contingencia mágica,
moderno aroma, juventud del hueso.
Esta mañana, al levantarme,
en vosotros pensé. No os pertenezco.
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DELANTE DEL CAFÉ DE LOS ESCRITORES
(Fragmento)
Usados nombres y borrosos nombres
tras el helado ventanal diario,
república cansada de las letras
jugando a monumento tan temprano,
coro de piedra, prehistoria inútil,
lloradero común de los fracasos,
adiós.
Me voy, perdón, a mis asombros.
Yo soy de carne, yo camino y paso
como el tiempo, delante de vosotros:
estampas de álbum, simulacros
de eternidad, masa amarilla
de atrición, peces muertos en su acuario.