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Piedra de cocina
I
Esto sucede en la cocina cada domingo:
mi hermana secciona en presas
tiernos cabritos y conejos.
Los animales, despellejados sobre la tabla,
proverbialmente vivaces y elásticos,
parece que guardaron memoria de su muerte
que aquí se prolonga.
Mi hermana, en su crueldad funcional y sin pesar,
compromete a una piedra, la hace cómplice.
Es un canto rodado negro
con el que golpea el lomo del cuchillo.
Las presas adobadas
se hacen en el fuego manjar familiar, tribal,
que en la mesa bendecimos
con vino
y sin escrúpulos.
II
Es más fácil coger un cuchillo de día que de noche,
o una taza, o un azucarero.
De día las cosas son dóciles, se avienen
a nuestro dominio.
De noche, en el silencio y la penumbra, nos resisten,
tienen otro peso, decantan su porte, aunque algunas
se revelan más fáciles.
Esta noche distinguí en la cocina
el canto rodado negro. Era
un pequeño animal que se abrazaba fuertemente a sí mismo
o se devoraba hacia dentro
en su apretada intimidad.
No era la piedra dura que golpea el lomo del cuchillo
y destaza
los animales de la comida.
Yo la oí llorar y era blandita.