Hoy, 14 de enero, hace un año que nos dejó el poeta Nicolás del Hierro. Él, que solía decir de sí mismo que era un hombre solo, porque sabía del valor de la soledad para ser libre, nunca fue un poeta solo. Tanto en lo vital como en lo poético estuvo siempre acompañado. Vivió fértilmente, fue amigo de sus amigos y de la fraternidad. Tuvo su voz matices horacianos, de concilio con los otros y con la Naturaleza. Escribió para vivir y murió escribiendo. Durante todo el año pasado fue recordado en multitud de actos poéticos. No se perderá su memoria, no se perderá. Buen amigo de este blog y de mi persona, tuvo la deferencia de confiarme este autorretrato lírico que compuso con fragmentos de sus poemas. Sirva para declarar nuestra amistad y su permanencia en nuestro corazón.
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VERSOS PARA UN AUTORRETRATO
Nací en una mañana de aguanieve,
cuando lloran los sauces su denudo,
cuando yerto el paisaje, casi mudo
limita al corazón.
¿Mi
infancia?
Una casa de labriegos
en un lugar de La Mancha,
donde por plumas hay rejas
y por libros hay abarcas.
Era en aquellos años sin ventura,
cuando el viento azotaba nuestros
cuerpos
y la Parca cernía su estandarte
sobre el extenso cinturón del mundo.
Yo entonces era un niño; tan niño
que a penas si podía pensar en esas
cosas.
Nos pusieron descalzos en la tierra
y quemaba; quemaba como suele
quemarnos el dolor, pero algo así
como un dolor sin sitio destinado.
Era como una noche larga, larga,
que naciera en el alba de mis días
y adaptara el crespón de su tristeza
a la forma infantil de mi cerebro.
Pero creció la aurora, la mañana,
a impulsos de un enero soleado
y los Magos de oriente cargaron sus
camellos
con la ilusión crecida por las calles.
Y fue preciso andar, nos lo pedían
las piernas, lo exigían los rosales
en flor de nuestra edad.
Es el tiempo en que rompo con la duda;
cuando agarro y estrujo las palabras;
cuando me vierto en tinta...
Soy el hombre del todo o de la nada;
depende. Se me desborda el mundo.
Agua, viento soy, pensamiento en suma,
con que sembrar quiñones en barbecho.
Sueño a veces que voy por un camino
y que tiene la vida un algo nuevo,
que huele a primavera, a luz, a vida...
Animal soy de ensueños: llevo
diez mil gaviotas blancas en mi frente
con las que a veces surco los océanos,
y, al ver la luz del día, me ilusiona
saber que nace al mundo una esperanza.
Luego queda el contraste,
el perderme detrás de cada estrella,
elevarme y subir hasta la nada,
vivir cualquier diciembre en la ternura
de toda Navidad como una ciencia...
Esto es cuando los ojos se nutren de
libélulas,
cuando el amor me riega los cauces del
afecto,
cuando miro la vida y me parece
que el viento peina lirios en la calle.
No en vano, a veces, uno sueña
con el perfil humano de las cosas
sólo porque una música lo envuelve
en su débil pasión de ser poeta,
y, en la ingente labor de la palabra
lucha por arrancarle al diccionario
la lírica pasión de su armonía.
la lírica pasión de su armonía.