Hay veces que la inspiración no se recuerda a sí misma. Hay
veces que vuelve sin conciencia de haber sido. Veces en que visita rincones de poetas
otros y acaricia oídos distintos con palabras que buscan semejarse. Estas cosas
ocurren y no hay que sorprenderse. Pero hay que advertirle a la inspiración que
sople con esfuerzos de novedad, que no debe confundir a los mortales que
escriben, que no debe ponerles en el compromiso que nadie desea.
Ni debe abandonarlos ni dejarles caer en tentación.
Viene al caso que en un reciente libro de Vitruvio, Bosque
de eucaliptos, el poema que cierra, “Ruego”, tiene cierta similitud con
un poema que hace años obtuvo el premio Manuel Alcántara que se concede en la
capital malagueña. Más exactamente con el poema “Mañana, la intemperie”.
Seguramente la inspiración no ha sido diligente ni selectiva: se ha descuidado.
O tal vez ha querido realizar un disimulado homenaje en forma de paráfrasis,
dicho sea así; porque de lo que estoy seguro es que nunca hubo en este acto de
la inspiración voluntad de fusilamiento. O más sencillo, hay veces que en los
poetas permanecen, hondas y no filtradas, reminiscencias lectoras. Y no son
conscientes. Que debe ser el caso.
En cualquier manera, la inspiración no puede dejarnos tan
solos.
Poemas que se citan
Mañana, la intemperie
(XV Premio Manuel Alcántara. 2007)
Por si no amaneciera
mañana, que la casa
no parezca vacía;
que todo continúe como al borde
de suceder, no olvides
dejar llenas las copas, como si el vino fuese
una última forma de esperanza.
Y ahí, sobre el mantel, recién partido,
deja también el pan
para que haya un olor a espigas altas
o para que parezca
que hay cosas que se pueden compartir todavía.
Deja algún libro abierto en cualquier sitio,
como si fueras a volver muy pronto;
que parezca que todo se ha quedado esperándote.
Que no note la muerte cuando llegue
que en esta casa ya
no vive nadie. Deja
abierta una ventana para que entre
todo ese ruido extraño
y ajeno de la calle.
Que en tu muerte no haya
esa misma intemperie que hubo siempre en tu vida.
Guarda en algún espejo
tu mirada y un poco de esa lumbre
que ya no habrá en tus ojos
mañana; y guarda dentro de un cuaderno
el ascua viva de tu tacto. Deja
encendida una lámpara,
por si acaso la noche
durara demasiado.
Déjalo todo como si esta noche
no fuera a ser la última. No olvides
dejar un libro abierto en cualquier página.
Y deja tu ventana bien abierta
para que así mañana la luz te reconozca,
aunque ya sólo seas
un cuerpo roto, un cuerpo sin memoria y con frío;
para que así mañana (si amanece)
siga entrando por ella – aunque tú no lo oigas-
todo ese ruido extraño
y ajeno de la vida.
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Ruego
(Poema final de Bosque de eucaliptos)
Por si acaso esta noche
se le ocurre a la muerte arrasarme los párpados
y el sol ya no volviera a suceder,
procura que mi casa no se quede en silencio.
Deja abiertas las puertas de las habitaciones,
descorre las cortinas, que pueda entrar la luz,
mantén mi libro abierto sobre el sofá de siempre
y abiertas las ventanas,
que permitan el paso al rumor de la vida.
Retén en el espejo mi mirada de antiguo
mientras prendes la lámpara del cuarto
(por si acaso la noche se queda mucho tiempo).
Has de dejarlo todo como siempre lo tuve.
Que no note el invierno cuando vuelva
que en esta casa ya no vive nadie.
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