Raúl Alonso |
Estuvo pesadito Javier Lostalé, premioso en su análisis, zalamero, halagador con el poeta y su persona. Casi a punto de hacernos perder la noche. Porque era noche. Porque era noche de juandelacruz. El asunto fue en la Cacharrería auténtica. Diecisiete personas escuchamos la lectura de Raúl Alonso, poeta cordobés. Raúl, moreno y enjuto, con tensión delicada, soportó los demasiados halagos de Lostalé y la longitud de su prédica con paciente estoicismo. Después leyó sin enturbiar su lectura con comentarios. Leyó dos poemas de cada uno de sus primeros libros. Luego una selección suficiente de su inédito – Lostalé dijo que con la categoría precisa para haber obtenido el Loewe- con voz serena, medida. Sí. Parecen sus poemas surgir de la extrañeza ante el mundo, pero de la celebración del mundo, de la elevación del alma ante el mundo, del temblor físico, del temblor gnóstico, del gesto del hombre intentando alcanzar las cosas. Del misterio del conocimiento, del camino místico hacia la fusión con el Amado.
De formas exquisitas en la construcción del verso, pulidas hasta la desesperación, me dio la impresión de verse abrumado por lo que de él se espera. En el coloquio se habló de la ficisidad y de la abstracción, de la naturalidad del discurso y su necesaria belleza tanto conceptual como formal. De la incapacidad de escribir desde el planteamiento, sin provocación. Parece buen poeta. Sería de agradecer que halagadores y antólogos no le cegaran su camino con excesivas alabanzas. Entre los oyentes estuvo Luis Antonio de Villena, que lo antólogo recientemente y acompañó en esta su estancia en Madrid. (Llegaba Raúl desde Ciudad Real, invitado por Jesús María Barrajón a su Aula de Poesía). Maxi Rey grabó. Me acompañaron como oidores José Cereijo, María González, Marisa Montesinos y Federico Gil, que yo reconociera. El poema En la laguna, perteneciente a su inédito El temporal de lo eterno, lo tomo de Poesía Digital.
...Y cuando vuelva a mi jardín me los traeré en un bolsillo. Como quien vacía el mar con cubos, eso haré, sí, traerme lo ilimitado y volcarlo con paciencia, de muchas veces, en mi jardín. |
Se llenó la planta primera del Comercial. Estuve con gran parte de la panda. La cosa se prolongó con ciertos vinos.
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En la laguna
El viejo palpa el junco. Lo recorre
con sus yemas augustas. Y lo arranca.
Repite el ritual con otros pocos
en la laguna donde están las garzas.
Él las contempla. Su corazón tiene
un poso amargo que no toca el agua.
Pero le gusta ver sus vuelos rasos
en la serena superficie lánguida.
Con los tallos fabricará una cesta
y meterá entre paños su nostalgia
para soltarla luego a la deriva.
Raúl Alonso
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