“Nadie vendrá a buscarte”, dices para comenzar uno de tus
poemas, Salvador. Desde esa horaciana conformidad con la soledad y la
vida escribes tu poemario Sobreviene el olvido, desde esa
sabiduría parva y poderosa del que sabe que la contemplación es el germen del
sosiego interior, tan necesario para vivir cuando ya se ha vivido. Sospechas
que todo consiste en esperar el portazo del tiempo mientras se disfruta la
belleza que nos ha sido dada, la que nosotros seamos capaces de aceptar, de
soportar, la que nosotros seamos capaces de añadir. Leer a Montaigne, saberse
uno con el mundo y con los otros, seguir viendo, viajando, no rendirse, anotar los
instantes, aprenderlos, pasar sin daño, sin hacerlo ni recibirlo. Con tales
materiales construye el poeta que eres, el poeta que conocí en Cazalla, el
poeta de Rus y de Baeza (tus dos patrias) los 41 poemas que ofreces. Tener un
sur ocupado por las sierras de Cazorla y Mágina es un alivio, reconoce, un
acicate. Hay una luz humanísima en tus poemas, Salvador, hay una reflexión continuada,
alejada del ansia y el desespero, sobre la fugacidad que nos envuelve y arrastra;
hay una mirada compasiva sobre los próximos, sobre las cosas, sobre la luz, y
hay un deseo de vivir en la transparencia, sin engañar, sin engañarse. Para
todo usas la palabra serena, libre de otra función que no sea decir lo que se
debe y lo que deseas, para todo un decir transitivo, a la misma altura de los
ojos del lector, de igual a igual, buscando el concilio de las almas (ya
sabemos que somos para el olvido) en la armonía de la belleza. De esa belleza
que existe porque sí, en sí, bella en su génesis, en su caducidad, que no nace con
el deseo y el fin de ser admirada. Bien lo sabe el poeta que eres, el viajero avisado
que eres, ese que ha sabido y sabe dejar noticia de lo buscado, pero que vuelve
siempre su mirada limpia a la verdad. A lo humilde. A lo cercano. A lo más
universal.
De la bellísima edición que la toledana CUARTO
CENTENARIO ha realizado de tu libro (Premio Eladio Cabañero 2023), escojo este
poema, tal vez porque en todo él, y en su final, me reconozco, nos reconocemos.
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LLAMARADAS
No articulo la forma de salir
de esta tierra de nadie en que me encuentro.
Ya el silbato anunció el final del partido
sin que sepa qué hacer con los años sobrantes.
Escalar nuevos puertos, descubrir lo aplazado,
me han traído hasta aquí, riberas del Guadalaviar,
buscando la emoción de ver su nombre escrito
en los ocres cañones del otoño.
Choperas que en las tierras de Aragón
pintáis de arcilla el aire
que vibra por las hoces del relente.
Álamos que la nitidez prendéis
de calderas, mostazas y amarillos
sangrándole a la luz su transparencia.
Coladas que pigmentan la humedad.
Hogueras en los páramos estériles.
Así, desorientada, sin tener un lugar donde volver
ni credo ni ocasión de involucrarme,
mi vida se entretiene en los meandros
admirando el saqueo de las hojas que mueren
con la digna humildad de la belleza.