Directamente del autor, de su
mano, llegó Raíz y brote a Mientras la luz. Corto trecho para una carga tan
profundamente sentida. Editado por Huerga y Fierro, este es el primer libro de
poemas del que se responsabiliza Jesús
del Real Amado. Hubo otro perdido en lejanías. Digamos pronto que viene
guarnecido con delicadeza. Un prólogo de Francisco
Calvo Serraller y una portada de Carlos
León. Ahí es nada. Una enorme exigencia, escuché decir al autor, que bien
conoce a ambos en su calidad de doctor de Historia del Arte.
Los poemas de Raíz y brote, atienden a
la intención del titulo y la sobrepasan. Vienen dorados por cierto halo metafísico,
por el enigma de la vida, por el misterio que vela al tiempo que incita al
individuo hacia el conocimiento de lo real a través de sus manifestaciones. Durante
la tarde de presentación en el Ateneo, dijo el maestro José Cereijo que en el vaho de solipsimo que lo transita se
proclama la insatisfacción. Porque el autor participa con aquellos que piensan que la porción de vida que nos es
concedida no es suficiente para aclarar las dudas del existir. ¿Celebración
desolada del mundo? Tal vez. Pero celebración. Ya que en Raíz y brote, los poemas oscilan
entre la contemplación reflexiva de los momento y paisajes y la voluntad del
amor como anhelo y zozobra, como inseguridad necesaria. Es por tanto un libro de compleja
voluntad. Escrito seguramente a lo largo de un tiempo dilatado, es posible encontrar
en él diversas provocaciones y asideros, tanto en los motivos y las causas como en las herramientas formales con que se auxilia. Y a las que otorga unidad una voz consciente de sus necesidades e
inquietudes, aunque aún en periodo de travesía estilística.
Causa y consecuencia: raíz y
brote: intimidad y riesgo. En la disposición de esas coordenadas quiere Jesús
del Real dibujar sus fragmentos de creencias y esperanzas, sus señales y sus
vientos. Poeta abierto en canal a las sensaciones, el libro entero responde al
pálpito vaivén de la emoción y/o del conocimiento, del amor y del mundo. No hay en él más adherencias
retóricas que las precisas; por lo general detalles que revelan su basta
cultura en el mundo de las artes, incorporadas con elegante naturalidad. La
exigencia, confesada por el autor, de mantener la disposición sin corte de ciertos
poemas en versículos, ha forzado a componer alguna de sus páginas en apaisado, lo que
da a la edición un toque de originalidad al tiempo que fuerza, por el contrario,
a la elección de un tipo demasiado pequeño. Pero el libro en su conjunto es un
arcón bellísimo para los 63 poemas que, sin solución de continuidad, sostienen
la entrega.
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Hoy he venido paseando por el
Retiro
junto al camino ese al que debemos
tantos besos.
Esta mañana el frío no embargaba
el aire
una frágil geoda de amenazante
nieve
cobijaba un blanco viaje a la
infancia.
Hay en estos paseos siempre un
momento extraño
acaso un consuelo cargado de magia
se detiene todo tránsito y se
alarga
el instante de soledad
en pleno centro
en plena hora punta
en pleno caos humano
de esta huelga de esperanzas.
En ese momento imagino
que te despiertas y te envío
todos los versos de la noche
suspendidos en el vaho
espero que abran tus párpados
y los recojan tus manos
en esa primera caricia
que recorre tu cara.
Sigo andando ya impregnado de ti
el día
ojos tras el cristal, cala otro
silencio
la fragilidad desnuda del árbol
esas prisas por llegar, los
atascos
¿adónde vamos?
seguiré viajando hacia ti
un trayecto incansable
que promete
delicias de los cuentos
sorpresas de epigramas
y tus listados épicos.
Montaré una jaima en el albero de
tus ojos
donde tus párpados cobijen la
deriva de mis sueños,
senda que me encarrila a los
alrededores de tu cuello
asombrosa zona detonante de
bocados.
Aturdido explorador seré
sobre tu pecho levante de
emociones
y tu espalda poniente de
despedidas,
entre tus explanadas gozosas
y tus cuencas guardabrisas.
Montaré la espera al albor de tu
llegada
con ojos de tránsito cruzando de vía
en vía
con ojos fulgor de lanzallamas
derritiendo el tiempo por el que
te escapas.