jueves, 1 de septiembre de 2022

Carta pública a Fernando J. Carretero y fragmentos del poema



    (Escribo desde un patio en sombra). Son 107 dardos como versos. Y un cofre que los guarda. Amigo Fernando José Carretero, has escrito a Teresa de Jesús en su agonía y has querido guardarlo íntima y severamente. E íntima y severamente repartirlo. Para lo primero has confiado, elegido, el taller conquense de La Zúa Ediciones y a Teo Serna. Has querido una edición en carpeta y papel selecto para un texto manantial y una imagen digital de clara fortaleza mística. Y has acertado. Dices que son 75 ejemplares numerados en junio de 2022, algunos de los cuales, como autor, has querido que conozcan tus lectores más cercanos. Y yo agradezco. Hay objetos materiales capaces de transportarnos hasta el lugar en donde la emoción alcanza el sosiego de la belleza. Esta edición es ejemplo. (Bien se ha resarcido el poeta de las limitaciones gráficas a la edición de aquel magnífico “El cuaderno iluminado).


 
En su interior, guardados por multiplicadas solapas de elegante verjurado, impresos en papel Conqueror, los versos con que ofreces tu poema, un poema que habita donde el aliento penúltimo de Teresa recorre los posos y los vilanos del vivir. El momento es conocido: Alba de Tormes, consumida por los afanes y las horas, Teresa de Ahumada acude al tránsito; no desea ni tiene más ayuda ni confidente que sor Ana de san Bartolomé. Desde esa estancia secreta, tú, Fernando J. Carretero, escuchas las palabras de la fundadora, las palabras que hablan de su ligazón con la tierra y las gentes, con los ardores y los caminos, con aquello que la vida terrena y sus territorios le han mostrado, le han permitido; con los logros y la ilusiones que han ido llenando sus manos, confortando el espíritu. “La vida es un empeño violento y luminoso”, escucha de su boca el poeta que eres. Y tras ello la alegría de lo humilde, de lo dulce, el rigor de las penalidades, de las incomprensiones, la voz y el compás del frailecillo a quien los ángeles confiaban sus versos (porque los escribiera). Todo el poema, que como autor titulas “La agonía de Teresa de Ávila”, se arma con una tensión tierna y sostenida del lenguaje, con una templanza que consigues mantener a lo largo de todo su recorrido, y que, sin desmayo, nos presenta a una mujer más cerca de lo humano que de lo celestial, a una mujer conforme con su compromiso de vida en el momento de entregarla. Una mujer que, desde el hoyo de un cuerpo débil por disciplinas, ayunos y buscados trajines, conserva en sus ojos la belleza sorprendida de los amaneceres en otoño, “los púrpuras del espliego”, “el vasto vacío de las constelaciones”, el vibro en armonía de la luz y el horizonte. Una mujer que en la finitud armónica de la Naturaleza recorrida ve el anticipo de esa serena eternidad en la cual espera el Amado. Ves a una mujer, ya tildada de santa antes de este trance, que necesita, como cualquier nacida, la brida de una mano a la que asirse, la de sor Ana, para ese momento que ve pronto y que ella espera como enigma aceptado, como lugar sin tiempo, como liberación.

   Fernando, la poesía precisa residir en estos pequeños y altos refugios, tan necesarios al lado de las tradicionales ediciones, también tan necesarias. Te digo que es menester, y conforta, una cierta complicidad en lo reservado. La poesía es un don que brilla por y en sí misma, a la que tú has sabido darle un arca y un camino. Gracias.

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(cuatro fragmentos)

 
La vida es un empeño violento y luminoso,
un laberinto donde el entendimiento se extravía.
Pues la mía ¿qué fue de ella? ¿cuáles fueron
sus afanes, servidumbres, desengaños?
 
… el alma frágil por el mucho agravio y sinsabor
del abuso altanero de los nobles,
de la celosa disciplina de los doctos,
de la saña y la simpleza de tantos malvados y necios,
de la sequedad de sus espíritus…
 
… toda la mansedumbre de las cigüeñas en marzo;
el aventado púrpura del espliego en primavera
y los silbos de una tórtola tras los carrizos y juncias
por hondonadas umbrías donde sonaba un torrente.
Y avanzada la canícula, bajo el sol de la siega,
la aspereza de luz…
 
… sor Ana de san Bartolomé
                                                           aquí
                                                                    entre tus brazos
quedándome yo abrasada en esta encendida ciencia,
                                                           en este arrobado saber
tal la mariposa que al fin halló en una hoguera reposo.
 
 

2 comentarios:

miguel ángel dijo...

Tan bello el texto, tan hermoso el marco del amor y del asombro. El vivir , sembrado de amaneceres luminosos y de los otoños que prescriben la llegada, serenos, apacibles y plenos... El verso es el camino.

fcaro dijo...

Miguel Ángel, la edición es un arte que puede envolver poesía. Y debe hacerlo. Gracias por anotar el asombro de vivir.