Textos (nacidos con voluntad de públicos) sobre AQUÍ

 


Es posible encontrar el libro en el correo mahalta@mahalta.es  o en la web mahalta.es

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MIGUEL ÁNGEL YUSTA en Face

AQUÍ...y ahora

Aquí,
en este patio
que me aísla del mundo y lo contiene.
                                           F. Caro

Francisco Caro, poeta, es un hombre cabal, próximo, generoso y afable, cargado de sabiduría poética y con una voz propia con la que ha se ha posicionado, en unos pocos años, en la élite del panorama poético español. Su obra firme, trufada de premios, exigente en la forma, sonora, visual, atrapa al lector y emociona desde los primeros versos. No es verso fácil el de Caro –tampoco lo pretende– pero cierto es que esa lectura atenta y profunda que exigen sus poemas hace más valiosa y fecunda su llegada al buen lector de poesía. El intento de escribir la mirada del hombre sobre los instantes, sobre los espacios, como apunta el poeta, es la génesis de su poética y de ello y otros matices –siempre de exquisita sensibilidad– da cuenta su ya numerosa obra.
Y como un regalo emocionado llega su última obra, Aquí, título sencillo pero grande en el significado. El poeta, en las últimas páginas, dedica esos poemas (extraídos desde 1998 –soneto “Al olmo…”– hasta el que cierra el libro, de otoño de 2020) a sus padres por y con quienes fui, a sus hijas Ana y Julia, a sus hermanos y otros familiares cercanos, a diferentes y grandes amigos, a su compañera y madre de sus hijas Mari Carmen y a su querido Piedrabuena, su pueblo, donde está su Patio. Y su paz.
Se inicia el libro, a modo de prólogo, con "Es aquí donde espero", desgranándose después los poemas en tres capítulos o estaciones: 'Días y tierra', 'Patio y, en ocasiones agosto' y 'Respiraciones', cerrando con el bellísimo "He vuelto a donde fui", antes de sus emocionadas dedicatorias, ya citadas, que personalísimamente titula "Digo". Cincuenta y seis poemas, de impecable factura, de voz singular, que recorren y nos entregan emociones, recuerdos de infancia, cotidianas reflexiones, paisaje, nostalgia, belleza y, ante todo, amor.
Es este un libro homenaje a los suyos, a su tierra, su casa y a los recuerdos que van construyendo nuestras vidas, trufando el camino, dando fe de nosotros y de lo nuestro. Son poemas –dice– cordiales, terreños y compasivos y por ello le perdonan, claro está, pero le agradecen la luz que las palabras, entrelazadas con amor y generosidad, proyectan sobre todos nosotros en estos atribulados tiempos en los que la amistad se otorga sin abrazos, pero con la calidez y abundancia que la persona y la poesía de Francisco Caro, el Poeta del Patio, saben prodigar a manos llenas.
Aquí pues, y ahora, gracias.


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MANUEL LÓPEZ AZORÍN en su blog Sólo la luz alumbra

 

Francisco Caro (Piedrabuena, Ciudad Real, 1947) nos sorprende con un nuevo libro. Un libro titulado Aquí  (Mahalta ediciones, 2020). Un libro de muy hermosa factura y con una otoñal y hermosa portada de Teo Serna.

Este profesor de Historia, ya jubilado, que nos viene ofreciendo una poesía sugerente, intimista y meditativa, una poesía de memoria y de naturaleza, de paisaje interior y exterior, una poesía de amor y de tiempo, comenzó a publicar tarde, pero una cosa es publicar y otra escribir y Paco Caro lleva escribiendo, al aire de la vida, desde que respira.

Y ahora en este Aquí ha querido llevarnos a su raíz, a lo más personal de sí mismo y con una poesía confesional y de naturaleza casi panteísta, con palabras cercanas, cotidianas, palabras coloquiales, sin algaradas, pero con sosiego, sugerencia y hondura, palabras en las que por su sencillez, su pequeñez –bendita sencillez, bendita pequeñez– contienen las más vibrantes emociones en una poesía que alumbra la luz del tiempo, la luz de la poesía de verdad, desde un allí que se convierte en aquí a través de la materia de los sueños, y que es ayer y es presente. (el tiempo y su fugacidad para el hombre es un tiempo sin tiempo en la palabra porque esta permanece en él). De manera que el libro más suyo, más aparentemente sencillo, nos ofrece lo más personal, lo más íntimo: su tierra, su familia, sus amigos, su cosmovisión del mundo, su yo. Desde la distancia del tiempo visto por el adulto, y desde la cercanía, nos lo ofrece a través de un viaje de vuelta a sus orígenes (Sin olvidar en su viaje dos lugares de importancia en su vida, Madrid y Lérida), regresa a su Piedrabuena manchega, a su casa y a su patio. Un patio que le aísla del mundo al tiempo que lo contiene.

Aquí se compone de tres apartados y un poema introductorio:  Es aquí donde espero/ a que nadie me nombre, a que se calle/ la prosa para siempre, aquí nací,/ en estas tierras cuarzo de interior,/ por aquí cruzan nubes, casi polvo/ que desoye la mar, y sin embargo/ la lluvia hizo caer sobre mi cuerpo/ una gota que tuvo forma, roce y sonido/ de corazón, de llaga.

Y en ese viaje de vuelta al lugar donde fue, donde sigue siendo, nos lleva de la mano compasivamente al tiempo de la niñez: Si pudiera volver/ a ser feliz,/ a la cal y a la tierra,/ a la altura inocente/ y al verano de un niño entre albañiles.

Valentín Martín que es experto en escribir y en leer nos ha dicho: Así que estamos ante un libro de un poeta que salió del patio y ha vuelto a donde fue. Y aquí nos espera. Quizás sea su libro familiar porque es más amplio su yo. Su universo puede ser infinito e inocente porque han vuelto todos los exilios, si es que alguna vez se fueron o sólo lo pareció. (…) Piedrabuena: Francisco Caro es de pueblo e hijo del pueblo. Pero su poesía tiene la aristocracia gratis de los poetas más grandes que saben y pueden enraizar de forma hermosa el natural intimismo con otros universos que ya se sienten menos fuera y menos solos.

En su primer apartado, “Días y tierra”, visitamos el patio de su antigua casa. Miramos al poeta, leemos sus palabras y todo está dicho porque la palabra se hace luz: Patio de mi casa antigua,/ patio de juegos/ que hizo fugaz y desnudó la tarde,/ he vuelto a lo que fue su territorio,/ al mimo que crecía en sus macetas, a sus piedras gastadas,/ al sosiego. Y tras él recorremos el tiempo y escuchamos la ternura de la madre decir: Levanta hijo, el patio es todo blanco y el deseo del hijo se hace cierto con un poco de nieve con azúcar,/ una “gloria” con zumo de naranja que la madre prepara para él.

Recorremos poema tras poema los sueños y los miedos del poeta porque todos de niños, soñamos y tememos, escuchamos los cernícalos, los “chiris” de la iglesia, vemos a Lauren Bacall en “El cine de Antonio”, y así conocemos un poco más a este manchego de todas partes y de lo suyo, subimos al molino con el poeta y su padre que: buscaba la callada, la cautiva,/ tristeza de un ayer republicano (…)/ Nosotros-dijo entonces- somos dueños/ solo de las derrotas que callamos.

 En el segundo apartado avanza en el tiempo y leemos un poema, “La casa” donde ya adulto pero joven nos muestra los cimientos de su casa, interna y externa y de ese patio que contiene su mundo y que al tiempo se universaliza para contener a toda su familia: Esta casa,/ alzada en lo que antes fuera huerto, nació cuando mis hijas./ (…) La iniciamos el año en que mi padre/ encontró su diciembre (…)/ Ana nos avisó mientras estábamos/ trazando los cimientos,(…)/ Julia vino/ justo al año de estar bajo sus tejas/ cuando hicimos el patio que nos mima/ y extendimos lo verde,/ las alfombras,/ dando fin al empeño/ con el nogal de Lérida.

En cierta ocasión hablando con Paco Caro, creo recordar que me dijo que le costaba escribir poemas largos por aquello de que resulta difícil mantener el ritmo y se desdice con un hermoso y rítmico poema titulado “Alba en el patio” en el que conversa consigo y la naturaleza y lo hace, como en todo el libro, con una poesía que parte de lo formal y también lo tradicional y en ocasiones juega a disfrazar la forma y en ocasiones juega a renovar las formas como es el caso de los poemas “Soplos” o “Apuntes”  o en algún que otro soneto en cuanto a la disposición de su estructura. Y en este apartado vemos como el poeta nos habla de sí a través de la naturaleza: Por qué la sombra ha de valer/ menos que un hombre/ si es más sincera. Y lo hace en ese patio que siente como refugio, patio donde es siempre más él y más de todos a través de la palabra.

Seguimos leyendo y entramos en el tercer apartado “Respiraciones” y leyendo el poema que inicia esta parte “Tú”, dedicado a su compañera, a Mari Carmen, que es dice el autor quien cuida y mima el patio: Llegaste de mi mano conducida al rumor sosegado del Bullaque,(…) Así viniste,/ dejándote llevar, como quien ama.

De modo que Francisco Caro, que tilda a estos poemas de cordiales, terreños y compasivos, escritos para que le perdonen, como es y lo diré con palabras de un amigo común Miguel Ángel Yusta, digo es: poeta, es un hombre cabal, próximo, generoso y afable, cargado de sabiduría poética y con una voz propia.(…) El busca el "intento de escribir la mirada del hombre sobre los instantes, sobre los espacios", como apunta el poeta, es la génesis de su poética y de ello y otros matices -siempre de exquisita sensibilidad- da cuenta su ya numerosa obra”.

Y dice en sus respiraciones, en su poesía, cuando la escribe, mucho más de lo que dice el poeta y respira ante “La tabla de la Yedra” para decirnos que en ese paisaje va su vida y “Desde el ciprés”va la tarde en secreto mientras escribe , sin añadir oscuridad a sus palabras y respira recordando “El puente de los Yerros” sabiendo que ya nunca volverá el pasado si no es en el recuerdo y en su respiración, con ”Esta mano”, se acerca a rendir homenaje a sus abuelos, una mano como la del padre sastre por el destino cuando aprendía y le era compañía junto a la máquina Singer de coser.

“Todo pasa y todo queda” y “El lugar no es el mismo que de entonces” ni el amigo, el poeta, el maestro permanece si no es en el recuerdo, “Si lloviera…” cantaba Nicolás del Hierro...pero quedan sus palabras, que leen, que respiran…”Si lloviera…”

Francisco Caro lo dice muy bien, es a mitades/ Madrid y pueblo mío, territorios/ en donde amé la vida, donde me amó la vida.

Y te sigue amando Paco Caro, porque: Aquí, / en este patio /

que me (te) aísla del mundo y lo contiene, fuiste y eres.

 

Y donde quiera que vayas o estés, donde quiera que respires, siempre serás y estarás con el agua de la memoria, junto a la luz de la palabra, una palabra siempre emocionada y de enorme significación.

 

3

JOSÉ LUIS MORANTE  en su blog Puentes de papel

 

COORDENADAS VITALES

La labor poética de Francisco Caro (Piedrabuena, 1947) adquiere perfil definitorio en la antología “Este nueve de enero”, una compilación de trayecto, realizada en 2019, que recoge los poemas más conocidos y dibuja la evolución en el discurrir del dinamismo literario impulsado por el escritor manchego. En ese volumen se hacen suelo básico las resonancias del existir, esa expresión cotidiana, evocadora y reflexiva donde confluyen incisiones biográficas y el merodeo de lo transitorio. Así se fortalece un ideario estético que fusiona intimismo y afán comunicativo, indagación en la identidad y esa ambivalencia contradictoria que propicia el diálogo entre sujeto y entorno, convertido en un refugio abierto.

El poeta entrega ahora, en el complejo año de la pandemia que tanto ha transformado la condición de ser, el libro Aquí con una nota indicativa que advierte sobre la entidad literaria de esta obra. Las composiciones más tempranas se fechan en 1998 y las más actuales son de 2020; por tanto, a primera vista, no es un libro unitario sino un balance en el tiempo que postula una voluntad expresiva sostenida, articulada desde una expresión diáfana, desnuda y emotiva.
El paso natural del poema deja como apertura una cita de Eliseo Diego: “Hay días en que el tiempo acude manso / y al lado de la luz”. Una reflexión relevante que recuerda que la mañana del hablante lírico está siempre condicionada por las indefinidas líneas de contingencia y fugacidad del devenir. El ahora se percibe como un espacio de claridad, cuajado de vivencias aurorales que conforman la propia geografía del sujeto y las pulsaciones vitales del pensamiento: Es aquí donde espero / a que nadie me nombre, a que calle / la prosa para siempre, aquí nací, en estas tierras cuarzo de interior…”. En la palabra se asienta la conciencia de pertenecer a un espacio afectivo, donde se entrelazan sensaciones existenciales que definen el presente como un tapiz sin brumas; un manantial de vida que siembra en las estrofas frescor y transparencia, el rumor del origen. Evocarlo no exime de trazar una estela de leve melancolía. Los días de infancia, siempre alumbrados por la pura inocencia del despertar, son ahora un regreso cuajado de recuerdos. Desde esa voz evocadora nacen composiciones como “Verano de 1956”, “La fragua de Ángel” o “El cine de Antonio”. Los poemas dibujan instantáneas pobladas por nombres propios que perduran, en las manos del tiempo, ocupando la escena de un modo personal y creíble, pleno de luz y mediodía.

La presencia cálida del intimismo avanza en el cauce del tiempo hacia un verso más indagatorio, marcado por las voces rumorosas del deambular vital. Cada amanecida es paradójica porque alienta una búsqueda de lo perdido y aporta un patrimonio afectivo en el que lo diario adquiere transcendencia y sentido. El poema construye, con serenidad y epitelio emotivo, su arquitectura de sensaciones. Quien vive yuxtapone búsquedas y sondeos, el venero manuscrito de la memoria, la verdad sospechada de lo transitorio, la suma de derrotas que se van guardando en los rincones menos visibles su zumbido callado, su indolencia: hoy que vuelvo / a escuchar su zumbido, su deseo / de paz o enemistades / ya sé que son las mismas, / que todo muere sé, que todo permanece, / que soy el mismo miedo, que acaso soy el mismo.

El cauce central del temporalismo desdibuja otras variaciones temáticas. Apenas se vislumbra el afán metaliterario que tanta fuerza cobrara en otros libros. En el apartado "Días y tierra" se retorna al espacio conjetural de la niñez. Los versos dibujan un paisaje de claridad que hace de la brevedad, el sentido comunicativo y dialogal de las palabras una conversación del yo consigo. La escritura como expresión y conjetura resguarda lo vivido. Pone luz a otros días que ahora adquieren la dermis emotiva de los sueños. Alguna vez he leído que los versos figurativos amplifican el realismo desde la sugerencia. Es una excelente definición que hago mía de inmediato. El sujeto verbal no emplea un realismo enunciativo, busca para la arquitectura del yo, construye andamios nuevos y anula marcas gastadas de etiquetas tópicas. En el tramo "Patio, y en ocasiones agosto" pasa a primer plano la casa familiar como ámbito privado que alberga hilos de vida, objetos personales y labores dormidas que enaltecen la esfera de lo cotidiano. Los muros alzan su solidez de refugio para albergar dentro esa sabiduría intangible de la observación, ese saber de instantes y emociones que sirven al poeta para sintetizar el clásico esquema del haiku en dos versos que mantienen el potencial expresivo. En "Respiraciones" se articula el dinamismo de lo diverso y la gratitud del poeta a quienes llevaron de la mano su palabra; ahí quedan los nombres de Ángel González o la estela agradecida de Nicolás del Hierro, como una granazón de cereal.

En la práctica poética de Aquí la memoria es un epicentro fundamental, desde la sentida dedicatoria de la amanecida: “Con mis padres, Teresa y Leónides, en memoria. Con mis hijas, Ana y Julia. Antes, después”. Su paso indagatorio conecta pasado y presente, como orillas de un desahogo vivencial que nunca atenúa los pasos de la incertidumbre. Los poemas alzan andamios. Van poblando la cartografía del estar con los trazos cómplices de un yo cambiante que salió a la mañana para percibir el mundo en el instante que comienza. Mientras, el tránsito diario dispersa las hojas de los días, esa fronda que abriga la condición de ser.

 

4 

SANTOS DOMÍNGUEZ en su blog Encuentro de lecturas.

 

Es aquí donde espero

a que nadie me nombre, a que se calle

la prosa para siempre, aquí nací,

en estas tierras cuarzo de interior,

por aquí cruzan nubes, casi polvo

que desoye la mar, y sin embargo

la lluvia hizo caer sobre mi cuerpo

una gota que tuvo forma, roce y sonido

de corazón, de llaga.

 

Con esos versos se abre el pórtico de Aquí, el último libro de Francisco Caro que publica en una intachable edición Mahalta ediciones, con una breve nota del autor, que lo presenta así: Estos poemas -a los cuales tilda de cordiales, terrenos y compasivos, ellos le perdonen- se alimentan de una misma luz, la que conoce y le conoce, la que le vio nacer y le sostiene.

 

Con un admirable equilibrio entre el voltaje emocional y el verbal, sus poemas son una constante afirmación de lugar, porque el espacio define al hombre más que el tiempo de quien se mira en el otro y en los otros para escribir este conmovido libro de familia desde la contención verbal, desde la persistencia del recuerdo y la salvación del olvido de todo cuanto entonces / era hermoso y cantaba.

Sentimiento y verdad se conjugan con la alta poesía de estos textos en una afirmación del aquí en el paisaje campero o doméstico: en la flor de la aulaga, en la jara infantil, en el ciprés herido o en el pozo profundo sobre el que se proyectan el recuerdo, la mirada y la palabra:

Aquí,

en este patio

que me aísla del mundo y lo contiene.

Entre la permanencia y la conciencia de la fugacidad (que todo muere sé, que todo permanece ), ese patio que lo aísla y lo contiene a la vez se alza, intermedio entre lo interior y lo exterior, como un símbolo que recorre el libro en ese ‘aquí’ que es también un ‘ahora’ celebrado en “Alba en el patio”, un magnífico poema central.

Espacio del aquí, vivo y revivido en el presente y en la memoria cordial donde se sustentan los cimientos sobre los que ha levantado su propia identidad, contra los daños del tiempo destructivo, quien en el poema elige / primero ser verdad, después estilo.

 

Evocado y recreado con la palabra medida y cercana, el latido sereno, la emoción contenida y la luz transparente de su poesía, Francisco Caro delimita en estos textos un espacio emotivo y plural que convoca afectos y reúne ausencias y presencias en el lugar sin tiempo del poema para reconocerse en el agua quieta del pozo, ese redondo lugar para los miedos,

 

hasta mirar de cerca

mi rostro en la quietud

del agua y su memoria

hasta lograr saberme

otra vez nueve edades

en los miedos del pozo.

 

 

5

JESÚS APARICIO en Face

“AQUÍ”

de FRANCISCO CARO
Mahalta Poesía
Ciudad Real 2020

Tras la publicación en 2019 de su antología “Este nueve de enero”, el poeta Francisco Caro (Piedrabuena 1947) se para y vuelve a sus orígenes para reunir poemas escritos entre 1998 y 2020, en un nuevo libro Aquí que busca, citando a su amigo y paisano el poeta Pedro A. González Moreno, tocar la memoria, suavemente irla acariciando. Dedicado a quienes le dieron ser y tiempo –abuelos, padres, familiares, amigos….– nos regala una poesía confesional, cordial, compasiva, del terruño, la que guarda todavía su rumor, la bondad de su piedra, aquella luz…

Estructurado el libro en un poema prólogo, tres secciones y un poema epílogo, titula la primera parte “Días y tierra”, donde indaga y recuerda esos años primigenios en los que fue un niño entre albañiles cuando empezó a …sentir/ el mundo en el instante que comienza y aprendió a reconocerse en el hierro de los versos de “La fragua de Ángel” donde nos dice que …era un niño,/estuve en esa fragua,/ lo vi todo,/ que todo sucedía en nuestra calle. Poemas como “Instantánea”, “El primer dni”, o “El barreño de zinc”, que retratan y enseñan sus raíces manchegas con la sencillez del lenguaje cotidiano y la emoción de sentirse hijo del pueblo de Piedrabuena.

En la segunda parte, “Patio y en ocasiones agosto”, da un paseo interior por esa casa que …nació cuando mis hijas,/ con ellas, para ellas., y aquí, desde un alba que crece limpia a un atardecer que le rescata las últimas luces del día, lee y escribe sus orígenes, en este Aquí que respira la luz de un pequeño templo y bebe el agua del pozo del misterio, donde goza su ser “…en este patio que me aísla del mundo y lo contiene. Instantes, soplos, apuntes escribe, que son como relámpagos que desvelan e iluminan las fértiles canteras de su infancia, y en los que busca “… la palabra insegura,/ la incapaz de saberme,/ la que me deja libre porque sólo/ me observa y pasa.

En la tercera parte, “Respiraciones”, el paseo es ya por el exterior de sí mismo, buscando en la naturaleza y en la urbe y en la otra gente, aquello que le complementa. La introduce bien con la cita de otro de sus amigos poetas, José Luis Morales, Dichoso aquel que sale/ de su casa despacio/ y va andando tranquilo, tal vez silbando un poco.

De la mano del amor se deja llevar, pasea los campos de jara y escucha el rumor sosegado del Bullaque, al que siempre vuelve, “…al lugar donde fuimos lo que siempre soñamos/…donde las aguas, diferentes e iguales nos renuevan.
Y aquí nos recuerda en una sentida elegía y homenaje a su amigo y poeta, también, que ya marchó al más largo viaje, Nicolás del Hierro, manteniendo corazón y palabras bien en alto para que no dejen de cantar e iluminar.

Muchos y hermosos poemas podríamos señalar aquí, en esta breve nota, pero yo invito a la lectura detenida y sosegada de todo el conjunto, para llegar a conocer más y mejor al enorme poeta que es Francisco Caro. Entretanto yo …cierro el libro y aún queda sol en sus páginas.

Os comparto como muestra dos poemas del mismo:

LAS AVISPAS

Sobre mínimas aguas, otoñales,
el zumbar indolente y amarillo
de las viejas avispas,
¿son acaso las mismas
que guardaban la Fuente del Jardín
y el recuerdo conserva?

Miro atento su danza,
su vibrar proletario,
nunca entendí
si su vuelo es desdén o desafío.

Yo miraba de lejos
su reto permanente, siempre niño
guerrero de antifaces, pequeño en la pelea,
temeroso de inútiles derrotas.

Hoy que vuelvo
a escuchar su zumbido, su deseo
de paz o enemistades,
ya sé que son las mismas,
que todo muere sé, que todo permanece,
que soy el mismo miedo,
que acaso soy el mismo.

LA SOMBRA

Por qué la sombra ha de valer
menos que un hombre
si es más sincera.

Rebelde ante el orgullo
enfermizo del sol, y muda,
detrás de mí, en la pared espera.

No sabe de la cal ni subterfugios
y ensaya con mi cuerpo
la noche verdadera.

 

6

ANTONIA ÁLVAREZ en el diario Lanza

AQUÍ de Francisco Caro

Mahalta Poesía.  Ciudad Real, 2020

 

Aquí es el título que Francisco Caro quiso para su último libro de poemas. El título dice mucho ya: es el espacio preciso de un tiempo presente que el poeta instituye como su centro de gravedad, pero desde el que mira y se proyecta al pasado y al futuro. Como preámbulo, decir lo que todos sabemos, que la poesía se hace con palabras (y silencios), también con el eco que cada palabra deja, con el sonido de cada sílaba, con la música que bailan las palabras entre sí, con la conjunción armoniosa, o no tanto, de un verso con otro; es también poesía lo que esas palabras significan y connotan, lo que sugieren al relacionarlas con el mundo extralingüístico, el mundo propio que crean —único e irrepetible en cada momento y para cada lector— al enlazarlas con las vivencias pasadas y presentes, al fundirlas con el estado de ánimo ante una tarde gris o con la exultación que provoca en la mirada un cielo azul de mediodía; también puede ser, y es, el pensamiento alzado, la memoria, la emoción, el temblor o el encogimiento que suscita el poema, la conciencia de sabernos iguales ante el dolor, el amor, la vida y la muerte. “Evocación” llama Coseriu a este conjunto de relaciones que se establecen en el lenguaje poético, que para él significa la realización de todas las posibilidades del lenguaje como tal. Y aquí está Aquí, para demostrar que eso y mucho más es la poesía.

Aquí es un regalo para el hombre que busca, que siente, que sabe que solo se salva lo que permanece en la palabra hecha y saboreada en el ahora, aunque nos diga pasado. El tiempo, que todo lo entierra en el olvido, solo puede ser vencido por la palabra que asuma la propia temporalidad, por “la palabra esencial en el tiempo”, como dijo Machado. La conciencia del devenir temporal está muy presente en todo el libro de Francisco Caro. El sentido elegíaco se desliza por su poesía de un modo delicado, con la aceptación sencilla de lo inevitable. Pero a la vez hay celebración de la vida presente y del pasado rescatado. Los versos de Aquí fluyen naturales, sin artificio, claros y hondos como las aguas del Bullaque. Crece la mañana, crece la vida y todo despierta: “Alba en el patio” es un ejemplo de ello (qué contemplar, qué ser naturaleza). Preciosos y perfectos los “Instantes”, “Soplos” y “Apuntes” —tan precisos también—, el soneto “Jara”, “Los chiris de la iglesia”, con las asonancias en cuarto verso, la hermosa silva asonantada de “El cine de Antonio”. Es de agradecer el rescate de los modelos métricos tradicionales, casi olvidados por la poesía de hoy, en algunos de estos poemas. La emoción se nos clava hasta el alma en “Los clavos”, ese rescate de los recuerdos frente a las hoces del olvido. Y ahí está el amor, presente y cierto, en el bellísimo poema “Tú”: …así viniste,/ dejándote llevar, como quien ama; el amor con proyección de futuro en “Días para después de ahora”; amor a los padres, a las hijas, a los tíos, amor a la tierra, a las tardes, a la vida… Porque la vida, ay, es también el tiempo de este mismo instante, después de un paréntesis en el que el latido colgó de un hilo tenue, pero que no se rompió: la vida en dos poemas, la vida de vuelta a esta orilla, recobrada en “Madrid. Marzo y 2003 (I y II)”. Hay que decir que lo biográfico presente en el libro no empaña en absoluto lo poético; al contrario, lo realza, lo dignifica, lo hace más auténtico. Poesía, pues, en el aquí y el ahora, un presente que hace vivo el pasado y contiene el futuro. “Lo que podía haber sido y lo que ha sido/ apuntan a un solo fin, que está siempre presente” dice Eliot en uno de sus Cuartetos.

Cuando la sonoridad del poema –su música particular e intransferible– se funde a la perfección con el sentido, la poesía nos alcanza de lleno. Esto sucede con Aquí. Todo el libro discurre armoniosamente, con ritmo, y la musicalidad de los versos también se consigue con el uso apropiado de las aliteraciones: En su brocal calizo crece el musgo/ y el liquen que devora. En cuanto a los recursos utilizados en el plano semántico, no faltan las logradas metáforas: Afán de mirlos,/ con azadones rosas minan la hierba, confirmando aquello de que cada metáfora es un poema; otra figura de orden morfosintáctico que el poeta suele emplear en todos sus libros es la hipóstasis, como en los nidos gorriones del poema “Ciprés dañado”. Ahondar en todos los recursos que sabiamente y con mesura utiliza Francisco Caro es desvirtuar el texto, así que lo mejor es la invitación a su lectura.

Decir por último que si la poesía por su condición de juego –el más serio de todos los juegos– supone un corte en el devenir temporal (la “consagración del instante”, como dice Rafael Núñez Ramos), instantes mágicos y únicos nos depara la lectura de Aquí, Poesía con mayúsculas de un poeta serio y verdadero.

 

7

FRANCISCO GARCÍA MARQUINA en Face

Francisco Caro estrena Aquí, su último libro de poemas, sobre el que voy a hacer algunas reflexiones, tanto por la amistad que me une a Paco como por la admiración que siento por su poesía y concretamente por esta nueva entrega de un libro testimonial y elegíaco que él presenta con estas palabras “Es un poco recuento de imágenes y paisajes que me han ido conformando. Quería dejar testimonio, por lo menos ante mí. Compartirlo con los amigos es un goce”. Y por esta última razón lo ha dado a la imprenta en MAHALTA una editorial manchega de estreno.

En otras ocasiones dije que Paco no escribe nada que no haya vivido. En este libro lo corrobora, confesando su modo de coger la pluma En el poema elige / primero ser verdad, después estilo.

Esta solidez de contenidos tiene una técnica muy sabia para expresarse que, en definitiva, es la propia de la poesía y por la que define su desvalimiento en la infancia como Yo era muy casi nada y para explicar el ambiente de la posguerra utiliza este hallazgo de tan genial economía de “El frío y el tabaco”

Podría seguir hablando de su altura en el decir, pero voy a referirme a su virtud en el callar, en el uso de sus silencios, en la palabra o la frase que se detiene, con la introducción de materiales extraños, o separaciones sintácticas con el propósito de sorprender con ese final abierto o enigmático con el que provocar la participación del lector. Lo frecuentaba en otros libros, como en “Otro nueve de enero”: los rastros que anduvimos / los de aún y aquí también lo usa en formas como: mi padre solo, ruidos, / entre él y yo la vida, la escaleralo amado juntos y lo escrito /hubiera sido alguna vez / verdad.. “[aquel pueblo] se soñaba manchego y montesino / me soñaba

La sentenciosidad del poeta ya se expresa en la condensación del título del libro, pero hay otros muchos casos que tienden al aforismo, como sucede en sus aproximaciones al haikú  Leo en el patio,/ cierro el libro y aún queda sol en sus páginas.

Es elogiable tanto la verdad y hondura de su pensamiento como la belleza y precisión llena de economía de su escritura.

En otro lugar escribí que el poeta Francisco Caro –en sus formas– es un indagador, un analista del verbo, un recreador y un jugador hasta la provocación: El poeta Francisco Caro –en sus fondos– es reflexivo y nostálgico, hasta lograr estar y gozar simultáneamente del pasado y del presente.

Paco escribe desde un mundo de verdad, desde un lugar cuya hechura material es de teja y ladrillo auténticos: “El patio que contiene el mundo/ Y también a Dios”

En ese lugar de privilegio El ayer donde fuimos / se divisa mejor desde esta altura.

Su visión es de gran autenticidad, desde una nostalgia real, porque a Paquito le alimentan las rebanadas de pan que antaño le preparaba Sandalia: que aún y todavía, sabedlo, me alimentan.

En las alforjas de Francisco hay una buena provisión de recuerdos vivos, que le hacen escribir inevitablemente sobre ellos. Y así lo confiesa cuando habla de aquel ayer /que me niega su olvido…

Completo estas líneas con un retrato expresionista de Francisco Caro, que parece amasado de la arcilla de su tierra.

 

8

PEDRO TORRES  en su blog Beatus qui legit

Poemas de amor

 

Hay rasgos que distinguen de inmediato los libros buenos de los malos. Los malos libros son nueces vanas; como las penas del infierno, colman al lector de carencia y desánimo: querríamos sacarles una pizca de sustancia; por su inteligencia descarriada, no la alcanzaremos nunca. Los libros buenos, en cambio, exuberantes, se desbordan, es decir, ponen al lector ante realidades más o menos lejanas y le hacen entrar en diálogo —no siempre amigable, siempre fructífero— con ellas, para fiesta, perplejidad, inquietud, acicate o dolor. Además, los libros buenos son, desde el principio de los tiempos y avant la lettre, el mejor ejemplo de eso que ahora llaman –perdonen: yo no he sido– la glocalización: o sea, firmemente asentados en lo pequeño y próximo, guardan un mensaje universal.

Lo acabo de corroborar ¡cómo si hiciera falta!– estos días leyendo Aquí, el último libro de Francisco Caro. Desde la cubierta misma sabemos que es un buen libro y que está hecho con cuidado, primorosamente, sin jactancia: la belleza escueta de la composición, la tipografía y la ilustración de Serna en la primera de cubierta; las excelentes fotos y su disposición en la cuarta; el lomo, con el sello editorial en dos versiones mínimas, muy elegantes, y un número, el 1, signo de determinación y esperanza; las dimensiones y el tacto; el nombre de la editorial…

La editorial se estrena con este libro, que tiene algo de padrinazgo o sombra protectora. En el futuro probablemente nos dará muchas alegrías; ya nos está dando tema de cavilación. Se llama Mahalta. ¿Por qué? Se me ocurren dos razones; quizá tengan algo que ver con la obra inaugural. Por un lado, Majada Alta –huelga precisar que el vulgo en todas partes dice Majalta– es un topónimo corriente: en Piedrabuena, cerca del Bullaque, hay un sitio que se llama así. Por otro, Mahalta remite obvia y directamente a Màrius Torres –y a Lluís Llach, el réprobo–, que era de Lérida. Glocalización, decíamos.

Conjeturas editoriales aparte, Aquí sería un libro formidable aunque se presentara en una de esas desventuradas autoediciones que nos martirizan hoy. Sus poemas –la mayoría leídos en anteriores libros del autor o en el blog–, aquí reunidos y así dispuestos, constituyen no una antología, sino un nuevo libro con identidad propia bien definida: un hermosísimo y muy original testimonio de la poesía amorosa española contemporánea. Y ni estoy exagerando ni equivocándome: los poemas de Aquí son preciosos y, todos todos, poemas de amor.

Se suele entender, de manera harto restrictiva, por poesía amorosa únicamente la que se refiere al amor de la persona amada. Sin embargo, cabe otro amor igual de legítimo y nada excluyente que se extiende a cualquier otra persona, cosa, lugar, experiencia o acontecimiento, grandes o chicos. Lo siente todo el mundo y lo expresan maravillosamente algunos poetas; Caro está entre ellos, y él mismo mienta a Colinas y a Rosillo. No es cuestión de llegar al panteísmo ni de insistir en lo celebratorio, tan de moda; menos aún de revolcarse en el amor pánfilo y feble de los parapoetas: se trata humildemente de, aun sabiendo y teniendo comprobadas las inclemencias, encontrar en las cosas alrededor cuanto ellas puedan tener de hospitalario. Y de constante: el título del libro deja patente la calidad de un amor perdurable. Gracias al prodigio de la poesía Caro trae al aquí y al ahora del poema el amor que le rebosa —la familia pasada y presente, los amigos, la historia, los lugares, la esposa, la poesía…— y nos lo regala bajo la especie de poemas emocionantes —no pocos, emocionantes hasta la lágrima—, que al lector, de por aquí o de cualquier sitio, le sirven también para certificar que Caro es poeta principal de por aquí y de cualquier sitio.

Tampoco creo superfluo anotar dos cosas: bastantes poemas contienen reflexiones explícitas o veladas sobre la poesía –eso que, de manera a veces banal, llaman poéticas–; fíjense en ellas: hallarán que se nos propone una poesía veraz, honrada y modesta, y comprobarán por qué es así y cómo se materializa en los poemas con toda coherencia y nitidez. Fíjense también en la técnica –en el oficio, tan bien aprendido y honradamente practicado como el de tejero o sastre– que se ve palpable en los sonetos o en los haikus: verán qué asombro.

Una maravilla, pues, de Caro y Mahalta. Ojalá y a los dos nos los vayamos encontrando con frecuencia en els meandres, grocs de lliris, verds de pau, de este Bullaque que es la vida: de la font a la mar

 

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RAFAEL ESCOBAR en Face

 

Incluso antes de empezar a leer sus textos, presenta Aquí de Francisco Caro poderosas razones para establecer un nudo emocional sólido con su lector. Por ejemplo, la pertinencia, por la común inclinación afectiva y sensorial hacia la memoria, y belleza de la cita inicial de Pedro A. González Moreno, habida cuenta de las filiaciones temáticas y estilísticas que este poemario presenta con “El ruido de la savia”, el que siempre preferí entre la impecable trayectoria del poeta de Calzada de Calatrava. O el mérito especial de que sea un libro tan perfectamente estructurado como cualquiera de los suyos a pesar del origen “disperso” (comentado por el propio autor) o dilatado en un ancho margen cronológico, de muchas de estas piezas. O la generosidad, más meritoria en estos tiempos de pobreza cultural e incertidumbre, de contribuir a apuntalar un proyecto editorial nuevo precisamente con el libro de un autor que es una de las escasas apuestas ganadoras a priori que pueden encontrarse a día de hoy en la poesía contemporánea.

Ya el poema inicial pone de manifiesto que, en un mundo de apariencias, lo perdido es quizá una más porque su vigencia transita por la vena, por el centro de la vida, (temática también palpable en otros excelentes poemas como “Las avispas” o “Volver al Bullaque”) y esa convicción es la que lo consuela de la certeza de su final, y lo convierto en un cobijo más que un pretexto para la ansiedad o la tristeza: Nadie sabe si es pronto/ aún para el metal, para lo más oscuro/ por la hoz de las venas,/ o si es vivir asunto necesario,/ pero es aquí –lo escribo–/donde aguardo sin ansia lo seguro/ y su momento incierto.

Testimonian estos poemas un exigente aprendizaje vital que requirió esfuerzo, ímpetu de corazón humilde contra la pobreza, que descubre en el entorno de sus afectos más inmediatos (“Sandalia”), los mismos que le revelan que ninguna ausencia es reemplazable y requiere toda una reinvención de la propia vida para que pueda seguir creciendo a pesar de ese hueco voraz. Espíritu de resistencia en una tierra en que hasta el paisaje rezuma ese coraje de supervivencia (“Al olmo de San Bartolomé”) y quizá se ha fundido miméticamente con quien lo observa desde la compenetración solo asequible al que antes lo vivió (“Sierra de la cruz”, “Jara”) por estar atento a lo que desvela de su esencia a través de la observación física y sensorial (“Alba en el patio”). Existe con la tierra natal una complicidad, un nudo afectivo, como si el poeta fuera un huésped largamente ansiado por la naturaleza, que sabe que puede revelarle su significado, que lo escuchará y valorará sus admoniciones morales y hasta estilísticas. Por ello, no sabe el poeta querer sino fundiendo esas emociones con un paisaje que también pasará a representar a la mujer amada, como si se hubiera obrado esa transmutación del “amada en el amado transformada” (“Tú”) y la solidez de ese vínculo sentimental le lleva incluso a fantasear con una piedad del tiempo que sabe es una tregua mínima y no una redención (“Días para después de ahora”). Por todo ello, no puede haber rito purificador más digno que entregar lo que resta de sus afectos más hondos (las maderas de la casa del abuelo en “Los clavos”) a los elementos básicos del vivir (aquí el fuego) para celebrar su perpetuidad. Además, la implicación afectiva en lo natural no entra en contradicción con la firmeza con que se alinea vitalmente en un entorno urbano concebido como una nueva patria adoptiva (“Madrid también y todavía”).

En ocasiones, el propio pasado se contempla con cierta sensación de irrealidad, una distancia de otredad (el yo como un “otro”…tan otro que alberga el miedo de ser un “nadie”) con que se medita la memoria (“El primer DNI”) y aflora el recuerdo de un tiempo de represión, donde la espontaneidad vital sobrevivía amordazada entre el mutismo con que se oculta una vivencia dolorosa ,como los sueños de libertad derrotados, o un pecado (“Teresa”, “Las armas del fondo”).

Producen especial conmoción las escenas asociadas a la ternura por los seres queridos, un afecto cuyo carácter raíz y virginal empasta a la perfección con el asombro del descubrimiento del mundo y las interioridades de la naturaleza (“Levanta, hijo”, “El barreño de zinc”) y en que la poesía alcanza su pleno sentido al convertirlo en parte de una genealogía de hombres que lograban acariciar alguna forma de amor entre sus brazos de trabajador limpio (Sí, esta mano/ que amasa, guía, corta, que en los días de niebla/ se atreve en el oficio sutil de las palabras,/ sabe que su saber/ es un saber prestado, siempre lo supo/ por el sudor y el sueño de los míos). Fundidos con esa fibra emocional están los amigos entrañables, no explícitamente citados pero presentes en comunidad de afecto en “El almanaque”, los poetas que cimentaron su identificación con la tierra y el trabajo honesto, sellando definitivamente con versos toda esa actitud moral que sus seres queridos le habían enseñado previamente con gestos y acciones (“Seis de mayo en la Fuenteagria, frente a la estela, con Nicolás del Hierro”).

Se hilvanan estos poemas como un inventario riquísimo de personajes, ambientes, escenarios, impresiones (a menudo pequeñas paradojas que hacen semejantes lo mínimo y lo absoluto (“Aquí”) sobrevoladas por todo tipo de intuiciones líricas y existenciales que el autor es capaz de apresar (“Instantes”) o situaciones que convierten a la obra en un gozoso libro de estampas (textos como “Vado”, aun en el caso de carecer de una significación más honda, seguirían resultando fascinantes como cuadros “costumbristas” traspasados de luz y sensibilidad). La cotidianidad se presta a ser metáfora de cuestiones esenciales como la percepción de lo poético como oficio (“La fragua de Ángel”, el maravilloso “Los vilanos”, elemento frágil, evanescente, que anima a un modelo de escritura presidido por ese ideal de esencialidad y sutileza y cuyo mayor logro es conseguir hacerse perdurable aunque se inspire en lo efímero), las primeras mitologías susurradas por la necesidad de soñar o evadirse (“El cine de Antonio”), juegos de inquietante sentido alegórico (“Los platillos, un juego”) o los lugares que revelan la naturaleza de continuum o eterno retorno de lo vivo (esa “casa” que enlaza a la vez la ancianidad del padre y su persistencia brotando en las hijas del poeta) pese a que sobrevenga fatalmente la conciencia de lo perdido (“Puente de los Yerros”).

Sin duda, es el libro más emotivo jamás escrito por Francisco Caro. Hecho que ya sabemos que no tiene por qué determinar necesariamente su calidad poética…pero que de facto entre estas páginas sí que lo hace. Y de qué manera. Así son los grandes poetas. La espontaneidad de sus logros. La naturalidad con que emocionan y hacen pensar con la misma facilidad (aunque desde el subtexto de un trabajo concienzudo) como otros simplemente caminamos sin saber darle nombre a todas esas sensaciones de magia y derrota que nos produce estar vivos.

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TEO SERNA  en Face

 



 

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JOSÉ LUIS GRACIA MOSTEO  en Face

AQUÍ y ahora, pero también en cualquier sitio, así se puede leer este libro humilde que, sin embargo, es todo lo contrario. Cada mes recibo entre cuatro y seis libros para que los reseñe; soy invitado a media docena de conferencias o presentaciones, y me piden unas palabras, un artículo o una opinión literaria. Naturalmente, me es imposible hacerlo y tengo que dejar para más adelante muchas lecturas, quedando mal con lo que exija mi presencia, aunque acabo leyendo todos los libros al cabo de dos, tres o cuatro meses, intentando seguir la lección de Quevedo: "Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos. // Si no siempre entendidos, siempre abiertos, / o enmiendan, o fecundan mis asuntos; / y en músicos callados contrapuntos / al sueño de la vida hablan despiertos." Como alguna vez he escrito, comienzo a leer los libros de poemas en el cuarto de baño, no en vano la mala poesía es laxativa, y solo cuando pasan la cata, los llevo al salón. Los que me impresionan, pasan al dormitorio y la mesilla donde muy a gusto me roban el sueño. Hace una semana, aunque tal vez más, recibí AQUÍ de Francisco Caro, un poeta talludito con el que solo me he cruzado una vez. Se trata de un volumen de cien páginas que parece escrito por el doctor Jekyll y Mister Hyde, pues reúne una sucesión de tonos y estilos que parece que haya sido escrito por dos personas diferentes. He dicho por Jekyll, ese personaje de Stevenson que se desdoblaba en un monstruo, pero podría haber dicho por cualquiera de los heterónimos de Fernando Pessoa si no fuera porque, a diferencia de aquel, Caro mantiene la misma temática y pulso. Los poemas de la primera parte, titulada “Días y tierra”, son deslumbrantes, pues están escritos con una pureza que desarma al lector más avezado. Son, sin duda, alta poesía con la que el autor recupera sus primeros pasos, a sus padres, sus tareas y el tiempo que no volverá: “Levanta, hijo”; “La fragua de Ángel”, “El cine de Antonio”, “Leónides” o el dedicado a Sandalia nos los entregan con tanta intensidad que el autor los transforma en míticos, y nos logra transportar a La Mancha donde nació, los años de la posguerra y los días de su niñez. La segunda parte, titulada Patio, y en ocasiones agosto, participa de ello con sus versos de aire arábigo-andaluz, el tono que recuerda, a veces, el del grupo Cántico de Córdoba pero con el filtro de la Generación del 50 que prefiere el verso contenido al versículo, con poemas como “Sábado de marzo”, “Los vilanos”, “Ciprés dañado” (maravilloso, añadimos) y “Confesión de fortuna”. En la parte siguiente, titulada “Respiraciones”, el poeta pierde emoción y gana en racionalidad, bajando el fulgor de la poesía y quedando en solo buena, como si un mister Hyde llamado edad, estado de ánimo o simplemente inspiración, hubiera metamorfoseado al autor. He aquí un buen libro que recomiendo leer, un libro que tengo en la mesilla para leer ahí y en cualquier sitio.



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JORGE DE ARCO  en Andalucía Información



Dos años atrás, vio la luz “Nueve de enero”, una antología que reunía una muestra de los once poemarios editados hasta la fecha por Francisco Caro. Este manchego de Piedrabuena, que ha repartido su acontecer entre Madrid y su tierra, entre las letras y la docencia, editó su primer libro, Salvo de ti, en 2006. Desde entonces, con pausa y esmero, ha ido puliendo una obra lúcida, coherente y preñada de nobleza. Galardones como el “Juan Alcaide”, “José Hierro”, “Leonor”, “González de Lama”, “Jovellanos”…, han ido avalando durante más de una larga década su trayectoria. La reciente aparición de “Aquí” (Mahalta Ediciones), acerca un amplio puñado de poemas escritos entre 1998 y 2020. Algunos ya publicados, otros inéditos, se agrupan ahora para conformar una realidad latidora y nostálgica, emotiva y solidaria. En el conjunto se adivinan los sólitos pliegues del tiempo, las luces de la dicha, las áridas esquinas del desconsuelo, mas todo envuelto por un verso sabiamente ritmado y una dicción atemperada al hilo de la experiencia: “Si pudiera volver/ a ser feliz,/ a la cal y a la tierra,/ a la altura inocente/ y al verano de un niño entre albañiles (…) Y si después ahondaran/ aquel pozo infinito,/ de blanda arena,/ porque hubiera también/ un redondo lugar para los miedos”. Dividido en tres apartados, “Días y tierra”, “Patio, y en ocasiones agosto” y “Respiraciones”, el volumen avanza unitario en su cántico, y dialoga con el alma abierta frente a una existencia que tiene en el ayer su fundamento futuro. Porque la acordanza se hace temblor en la piel y empeño en el corazón. No en vano, la dedicatoria paterna, materna y filial del autor, no es sino refrendo de esa alianza lírica que conforman el pretérito y el mañana: “Esta casa,/ alzada en lo que antes fuera huerto,/ nació cuando mis hijas,/ con ellas, para ellas (…) Escribo los orígenes,/ los sucesos del tiempo de esta casa,/ y escribo que la vida quiso unirnos/ en la exacta mitad del tiempo de ellas./ Vivirla ha sido siempre y desde entonces/ un trajinar alegre”. Junto a la propia intimidad que destilan estos territorios y protagonistas, el poemario presenta la cara más personal de Francisco Caro, quien va entretejiendo su pensamiento, su emoción y su conciencia desde unas raíces que respiran niñez y han hombreado junto a la fábula del vivir. Su sobria madurez expresiva va descortezando unos textos que ocupan y recrean la humilde voluntad de hacer común un mensaje cincelado con la lentitud de lo puro: “Nombrar frente a un laurel/ que nada olvida./ Nombrar como un oficio que persigue/ lo oculto, las preguntas./ Nombrar hasta que hallemos/ las olvidadas señas/ de lo que fue mi rostro”. Un libro, sí, construido con la mesura de quien conoce y ama su oficio, dador de una verdad que no se esconde y que se alza desde una materia universal, colectiva, en suma, para compartir en silencio el milagro que se hace aurora entre las palabras: “He vuelto a donde fui/ -larga elipse la vida-/ porque escribir ha sido,/ línea a línea, nudo/ a nudo, descolgarme/ por la soga que ofrecen/ los papeles tintados/ hasta mirar de cerca/ mi rostro en la quietud/ del agua y su memoria”.



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CRISTÓBAL LÓPEZ DE LA MANZANARA  en Face 




 

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JESÚS M. GÓMEZ  en su blog Escenarios

En una línea cercana a la poética de Brines, "Aquí" (Mahalta Ediciones, noviembre 2020) nos acerca una voz muy personal, la del manchego Francisco Caro, repleta de serenidad y de añoranza, de rescate de la memoria y mansa contemplación del trasiego de la edad, itinerario en el que tienen cabida sus lugares y sus tiempos, que son los del propio poeta que dialoga con sus recuerdos. Con un certero dominio del verso, de su ritmo, con un lenguaje que rezuma claridad y sinceridad, heredero de formas y referentes clásicos, Francisco Caro nos sumerge en un océano de fragancias familiares, fragmentos y sinergias que en definitiva cimentan su yo poético y humano. 

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CARLOS ALCORTA  en su blog

FRANCISCO CARO. AQUÍ. MAHALTA EDICIONES 

Una nueva editorial, Mahalta, comienza su andadura con un libro del poeta Francisco Caro, Aquí, título de afirmación vital y, también, espacial. No hace mucho, en 2019, Caro publicó un antología recopilatoria de su obra —Este nueve de enero— y este nuevo libro tiene un sentido parecido, porque, según nos informa su autor, acoge poemas escritos a lo largo de más de 20 años, en concreto abarcan un periodo que va desde 1998 hasta 2020. No observa, sin embargo, este lector  cambios sustantivos en los poemas, acaso porque la voz personal de Francisco Caro está lo suficientemente asentada como para que, a pesar de la distancia temporal, los poemas conserven una gran unidad tonal: «Estos poemas —escribe el autor— se alimentan de una misma luz, la que conoce y le conoce, la que le vio nacer y le sostiene». Una voz construida a lo largo de más de una decena de títulos, algunos de los cuales merecedores de importantes galardones poéticos.  

El poema prólogo de este volumen puede ser interpretado, a ojos de este lector, como un compendio de lo que desarrollaran los poemas posteriores, la toma de conciencia del lugar que ocupa en el mundo, la vuelta al origen, el empoderamiento de las raíces: «Aquí nací, / en estas tierras cuarzo de interior, / por aquí cruzan nubes, casi polvo / que desoye la mar…», pero este aquí es además el lugar desde el que se revisita, a través de la escritura, la infancia, el pasado: «… aquí ordeno / cada noche palabras que el día no endurece, / aquí leo las horas, aquí mis veinticuatro / pájaros aliados y enemigos». Este alfa tiene, inevitablemente, un omega que no es otro que el poema que hace las veces de epílogo, un omega que da razón de ser a la singladura poética: «He vuelto a donde fui / —larga eclipse la vida— / porque escribir ha sido, / línea línea, nudo / a nudo, descolgarme / por la soga que ofrecen / los papeles tintados // hasta mirar de cerca mi rastro en la quietud / del agua y su memoria // hasta lograr saberme / otra vez nueve edades / en los miedos del pozo». En medio, tres secciones: «Días y tierra», en la que la infancia y los paisajes, toma de conciencia y la identificación con la naturaleza descritos con un ton nostálgico muy contenido, son con  el núcleo de los poemas: «Todo habla de mí / en esta sierra, sierra / que mi niñez oyó y que hoy mide mi tiempo, / los días que me quedan / de lo que fue la infancia». En la segunda sección, «Patio, y en ocasiones agosto», asistimos a un avance sustantivo El niño se ha hecho hombre y eso significa asumir la responsabilidad asociada a la paternidad. La nueva vidas se construye a la par que se construye la casa de la vida: «En esta casa, / alzada en lo que antes fuera huerto, / nació cuando mis hijas, / con ellas, para ellas». Ese es el aquí desde el que se contempla ahora la realidad, un aquí doméstico, un refugio, ese paraíso cerrado para muchos, ese jardín abierto para pocos del que hablaba Soto de Rojas: «Aquí, / en este patio / que me aísla del mundo y lo contiene», un patio que le ofrece la escusa para reflexionar sobre la propia escritura, como sucede en estos versos: «no cedas tu mirada ni abandones, / cuida la casa, cierne / con tiento tus vocales, y porque a veces dudas / sobre lo necesario / en el poema elige / primero ser verdad, después estilo» La variedad formal de esta sección  es más acusada que en la otras dos. Hay varios ramilletes de haikus, aunque la disposición estrófica no sea la canónica. 

El libro finaliza con la sección «Respiración», un título escasamente metafórico, porque son los amigos poetas, los poeta admirados, la familia, el pueblo de origen («Tomo un papel —confieso que a esto vine— /  y escribo a trazos graves / las treinta y ocho letras: CAMPOS MÍOS, / LUGAR DONDE NACÍ Y EN DONDE ESPERO») y el lugar de acogida los que dan vida al poeta, un poeta que está orgulloso de su pasado, de su identidad, de lo que ha construido en la vida, por eso, a la hora de hacer recuento, contempla las cosas «Como si todo, / todo lo que gasté, lo que viví, / lo amado juntos y lo escrito / hubiera sido bello alguna vez, / verdad». Belleza y verdad van unidas, como quería John Keats, en la poesía fuertemente arraigada y emocionalmente serena de Francisco Caro. Todo un logro. 

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JOAQUÍN BROTONS  en Face

La flamante editorial: “Mahalta” ha comenzado su andadura por los caminos de La Mancha y otras tierras, con la publicación del libro: “Aquí”, de Paco Caro- número 1 de la colección: Poesía-, poeta castellano-manchego de reconocida obra, nacido en Piedrabuena (1947), pueblo natal también de su/nuestro común amigo el gran vate Nicolás del Hierro, pero él más colega de Nicolás que el artífice de esta crónica, dado que, ambos son paisanos y eran amigos desde pequeños, cuando iban a jugar al río, el río de sus vidas y sus memorias, que aparece varias veces en sus versos cargados de vida, sueños y nostalgia.

 

Además, creo, incluso que, Nicolás del Hierro ha influido en la vocación poética de Francisco Caro, ya que, es un literato de vocación tardía, que se dedicaba a la docencia más que a la “Litegatuga”, -como decía con su extraordinario sentido del humor mi querido amigo y admirado poeta Vicente Núñez-. Francisco Caro publicó su primer libro en el año 2006 y hasta el actual, que han trascurrido 15 años, han visto la luz 11 poemarios y una antología, que es una excelente cosecha y que le dado muy buenos caldos, porque es un juglar muy activo en la redes sociales y en el ambiente poético, además de querido y valorado en el mundillo literario, que ya es raro, dado que en él que hay cada víbora…, que escupe veneno por su boca cuando alguien destaca más que él o ella, que de todo hay en la viña del señor, hasta cepas locas…

Tras leer dos veces: “Aquí”, ejemplar de 100 páginas dividido en tres partes a cuál más interesante, y que constato que todas se salvan de la quema del fuego eterno en la que tantos libros de versos deberían arder, tengo que decir sin ningún rubor, que es un hermoso e interesante poemario, en el que la nostalgia del pasado rezuma e impregna con su exquisito sabor a vino añejo todas sus pupilas gustativas- sus páginas-, que están escritas con la sangre roja del corazón, hasta el extremo que, durante su lectura, hay poemas en los que se me han saltado las lágrimas-algo difícil en la poesía actual-, porque es un tomo de verdadera poesía, no de versos muy bien escritos y torrenciales pero fríos, helados de contenido.

Tampoco adolece de la verborrea de palabras rebuscadas de muchos aedos, que no dicen nada, que están vacías de sensibilidad, huecas de mensaje y emoción que corra impetuosamente por sus azuladas venas-líneas- como un torrente de lava que no nos abrasa, ni toca con su dedo mágico el corazón, porque para mí la poesía- la verdadera poesía- es emoción, no creación de lenguaje, ni filigranas literarias de juegos florales, ni salvas de pólvora, que se pierden entre las nubes del cielo…


Bienvenido sea a las librerías este pequeño volumen de tamaño, pero grande de contenido, cuyo precioso y original dibujo de portada es del polifacético creador Teo Serna, buen poeta, mejor pintor y excelente músico; la foto del autor y de la contraportada son de MC Barri, y la instantánea en blanco y negro del futuro poeta cuando era adolescente-por cierto muy bello- del fallecido Pedro Cabezas Delgado.

 

Y finalizo mi reseña a: “Aquí”, de Francisco Caro, uno de esos literatos del que destaco sus siguientes libros: “Mientras la luz” (Ciudad Real, 2007) Biblioteca de Autores Manchegos. “Las sílabas de noche” (Premio Juan Alcaide 2007) Ediciones: “Amigos de J. Alcaide”. Valdepeñas, 2008. “Desnudo de Pronombre” (Accésit premio Tomás Morales, 2008). Cabildo de Gran Canaria. Las Palmas, 2009. “Plural de sed” (Ed. Lastura, 2015). “Locus Poetarum” (Ed. Polibea, 2017), así como los galardones de los que se ha hecho merecedor: Premio de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha 2004. Juan Alcaide 2007. Premio Ciudad de Zaragoza de Poesía 2008. Ateneo Jovellanos de poesía 2008. Ciudad de Alcalá 2009. XXI Premio de Poesía José Hierro 2010. Premio Leonor de Poesía 2013 y Premio Antonio González de Lama de Poesía 2017, entre otros, lo que lo convierte en un bardo muy premiado, casi tanto como nuestro común y querido amigo el gran lírico Federico Gallego Ripoll, que es otro de los versificadores que se salvan de la quema en la hoguera…, en la que deberían arder una legión de poetastros, aunque ellos se crean: Quevedo, Góngora, Lope, García Lorca, Cernuda, Aleixandre

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RAÚL NIETO DE LA TORRE  en "La república de las Letras"


 QUIEN DICE AQUÍ / GEOGRAFÍA Y GEOMETRÍA EN LA POESÍA DE FRANCISCO CARO

Antes de leer el último libro de Francisco Caro (Piedrabuena, Ciudad Real, 1947), muchos desconocíamos que la palabra aquí tenía propiedades mágicas y que bastaba pronunciarla en el momento adecuado para conjurar las inclemencias del olvido. Ahora sabemos que dice memoria quien dice Aquí, memoria de los lugares concretos, vividos, de la materia tocada, de los afanes y oficios de algunos hombres y mujeres. No muchos. Algunos. Al poeta Francisco Caro no le interesa tanto esa abstracción de seres humanos llamada sociedad como la experiencia única y cotidiana de algunos de ellos. No tanto lo espectacular de palacios y templos como la brega en la fragua, el cuidado de las maderas de una casa derrumbada, la observación del sueño de la ropa en su cuerda, de laurel a nogal tendida. No tanto la Historia de los vencedores como la dignidad de los vencidos que se proclaman ante sus hijos dueños/ sólo de las derrotas que callamos (pág. 29) y, al decirlas, se comparten, son menos derrotas. Y es que aparecen pronto en escena los padres del poeta, Teresa y Leónides, los tíos albañiles, la compañera y madre de sus hijas, las propias hijas, los amigos de la infancia y, a su alrededor, como otros seres capaces de conversar también con el poeta llegado el momento, el pozo y su brocal, el patio y su sombra sincera, el paisaje natal de Piedrabuena y sus inmediaciones, Madrid puntualmente. Enseguida entendemos que Francisco Caro está abriéndonos las puertas de un mundo íntimo y singular que solo una mirada radicalmente poética y certera como la suya conseguirá hacer plural ante nosotros. Plural y entera, sin nostalgias lacrimógenas ni sentimentalismos de salón. Esta mirada tiene que ver con la capacidad de Francisco Caro para crear símbolos que funcionan al mismo tiempo en el plano biográfico de su memoria individual y en el plano de las connotaciones literarias donde se mueve el lector. El libro se convierte así en una prolongación no de la biografía del autor sino de la vida de un hombre en su dimensión emocional y existencial. Somos con él, sufrimos con él ante el ciprés dañado, sentimos con él la dicha de un sol que acude solo para vernos. Los símbolos más claros, a este respecto, son el patio y el pozo.

Vida cotidiana, sí, pero por momentos también irrumpe ante nosotros la excepción del deslumbramiento en el alba de agosto

De las tres partes del libro, la segunda está dedicada expresamente al patio, aunque referencias a él se encuentran de forma recurrente en las dos partes restantes. Es muy significativo cómo, de manera explícita, el título vincula el libro con ese espacio de gran carga simbólica: Aquí,/ en este patio/ que me aísla del mundo y lo contiene (pág. 41). Asistimos a una evidente identificación entre el patio desde donde escribe el poeta y el libro donde nosotros lo leemos, una idea que se expresa, igualmente, al aludir a los patios cerrados del poema (pág. 56) o en uno de los Soplos: Leo en el patio,/ cierro el libro y aún queda sol en sus páginas (pág. 51). Un sol, desde luego, que nosotros sentimos, que también nos calienta. Así que entramos en la poesía de Francisco Caro como en su casa y recorremos con los ojos los ángulos de las páginas con la misma avidez que las paredes encaladas. Buscamos fotos, cuadros, recuerdos, sombras… De hecho, poco antes de finalizar la segunda parte, el poeta ve proyectada su sombra en la pared y se pregunta algo crucial: Por qué la sombra ha de valer/ menos que un hombre/ si es más sincera, cuestión que él mismo, en una suerte de súbita toma de conciencia, acierta a cerrar con tres versos inolvidables: No sabe de la cal ni subterfugios/ y ensaya con mi cuerpo/ la noche verdadera. Dice verdad y dice sombra, también y por tanto, quien dice Aquí. Ya lo advirtió Celan. Y es justamente esa sinceridad de la sombra de Francisco Caro, que parece ensayar con su cuerpo no solo la noche sino la palabra verdadera, lo que hace de este poemario un libro fundamental para entender toda su trayectoria. Tanto es así que, en Confesión de fortuna y al hilo de una reflexión sobre la escritura y la lectura en el patio, el poeta escribe con una sombría lucidez, ya madura, lo siguiente: porque a veces dudas/ sobre lo necesario/ en el poema elige/ primero ser verdad, después estilo. Pero el patio no es sombra en ningún caso, si bien es cierto que la contiene, que la acoge, que la sabe, sobre todo a la tarde y a la manera de esas señales que anticipan un desenlace oscuro de la vida (luego veremos con qué hilo tan fino Francisco Caro teje una maravillosa red de imágenes con el denominador común de la oscuridad: sombra, pozo, humo, noche…).

El patio, por encima de todo, representa la vida, por él transitan, de niño, su madre y su padre, su abuela Sandalia, y ya de mayor sus hijas, su mujer, sus amigos, sin olvidar la gran cantidad de plantas y de criaturas que lo pueblan y que el poeta se esmera en inmortalizar en sus versos. Vida cotidiana, sí, pero por momentos también irrumpe ante nosotros la excepción del deslumbramiento en el alba de agosto (Todo canta en el patio porque vive / y es la luz indefensa (pág. 46) o en los recuerdos infantiles del invierno, comenzando el libro, cuando la madre del niño que será poeta lo despierta con el milagro de la nieve en la boca: Levanta, hijo, me decías,/ el patio es todo blanco (pág. 17). No es aquí casualidad que se den juntos el despertar al nuevo día y la nieve. Blanca. Blanca como la cal de las paredes, como las páginas. Casi cosa de sueño: Y es que siempre era, madre / nevar un grito/ fugaz, un sobresalto,/ en aquel pueblo niño que a mitades/ se soñaba manchego y montesino,/ me soñaba (pág. 17). En varios versos, asimismo, insiste en la memoria de la nieve y del niño que anda por ella como imagen fundacional de un mundo que comienza, donde habrán de quedar sus huellas, negro sobre blanco, en una alusión implícita a la escritura del poeta adulto.

Llegados a este punto, uno se pregunta por el origen de ese patio y piensa en los tíos del poeta, Luis y Restituto, albañiles, que levantaron tapias y ahondaron aquel pozo infinito (pág. 15) cuando el niño contaba solo nueve años. El oficio de escribir, de convertir ahora el patio de piedra en un patio de palabras, sitúa a los tíos y al sobrino en un mismo esfuerzo por levantar muros contra la intemperie los unos, contra el olvido el otro. Y es que las manos de los albañiles y la del poeta, explica, son en el fondo la misma mano (pág. 69). Por ahí va la cita del poeta Federico Gallego Ripoll que introduce esta segunda parte: Hay que escribir los muros. Las palabras/ duran más que las piedras (pág. 37).

Su obra más sincera, la que mejor ensambla vida y poesía y por la que a buen seguro será recordado

En el centro del patio, sin embargo, en el centro de la memoria de la vida, se halla el pozo. Su oscuridad redonda, infinita, su sombra verdadera, sus secretas aguas quietas donde se mirará el poeta en los últimos versos del libro para reconocerse. Este es el otro símbolo que, desde su diferencia, completa la geometría imposible de esta cuadratura (patio) del círculo (pozo) que es intentar permanecer cuando todo, irremediablemente, se extingue. Cuadratura de la existencia, imposible y angustiosa. En ella pugna lo imperfecto de la vida, llena de ángulos y azares inesperados y sueños, con lo perfecto de la muerte, redonda y predecible y verdadera. ¿No es esa pugna, al fin y al cabo, la esencia del ser humano? Porque el pozo introduce en el libro la conciencia del fin. Es por eso que junto a él cae muerta la abuela Sandalia (pág. 33) y desde ese momento el término caer deviene sinónimo de fallecer, como si, al morir, uno cayera y cayera en un pozo infinito; así con el padre del poeta, que cayó cuando volvía/ de ver cómo las obras levantaban (pág. 39). Una vez asociados muerte y pozo, se abre una nueva línea de lectura que entronca con algo que hemos mencionado más arriba: la sombra es más sincera que el hombre. Solo desde la conciencia del fin el poeta adquiere la lucidez necesaria, una lucidez ciega, eso sí, para comprender que es un hombre que ya no miente/ porque nada/ de los otros ni lo ajeno precisa (pág. 78). Habla entonces por él la sombra, el pozo. La escritura, cuando es auténtica, puede ayudarnos a no caer tan bruscamente, a bajar a los miedos del pozo sin prisa, línea a línea, nudo/ a nudo, descolgarme/ por la soga que ofrecen/ los papeles tintados// hasta mirar de cerca/ mi rostro en la quietud/ del agua y su memoria (pág. 91). Apuntemos aquí la presencia sanadora del agua en su forma de lluvia, río o nieve que recorre el libro y que halla su contrapunto en la mortal sequía redonda que se describe en El sol, el polvo, sequía cíclica, circular como el pozo y encarnada obsesivamente en ese polvo que sólo pregunta / por los vivos y vuelve, / por los muertos y vuelve (pág. 49). Otro poema decisivo para entender en qué medida muerte y escritura aparecen de la mano en Aquí es Cactus en flor junto al brocal. Situado como un eje en el centro de la estructura, el texto nos muestra el brocal como un límite donde se abre una flor sola, / una voz sola que durará una noche, no más, pues es así como hablan nuestros dioses (pág. 56). Esa mención a los dioses no es la única que se hace en la obra y tiene que ver con el tratamiento del patio como un lugar con connotaciones espirituales.

De características similares al pozo, por la circunferencia y la profunda oscuridad, cabe mencionar el volcán que aparece en Atardecer en Miraflores y que, junto a las dos hojas de siembra (pág. 86) y a los campos rectangulares, supone acaso la proyección hacia el exterior del pozo del patio, en una suerte de abismación que reprodujera lo interior en lo exterior, lo íntimo en lo público. De igual modo el íntimo patio familiar ha devenido un patio público desde el momento en que aparece como libro. Y es precisamente en ese poema, quizá por la confusión del dentro y el afuera, donde presenciamos un acto del poeta al aire libre que merece la pena reproducir por lo que tiene de aparente conjuro o ritual: Tomo un papel -confieso que a esto vine- / y escribo a trazos graves / las treinta y ocho letras: CAMPOS MÍOS, / LUGAR DONDE NACÍ Y EN DONDE ESPERO. // Lo rompo lentamente en cien pedazos / como cien corazones, / se lo entrego a las hierbas, a la tierra (pág. 86). Se cumple aquí el rito de la siembra que, como el de la escritura, precisa de alguien que recoja su fruto. El aquí del patio, mediante este ritual, se ha trasladado al paisaje exterior, al espacio público de la lectura.

    Siguiendo con la geografía íntima y la geometría imposible de esta memoria, quiero mencionar brevemente, a modo de apunte, la importancia de los números (fechas concretas, DNI, edades) en el libro y más en concreto del número nueve: las nueve edades del niño (pág. 91), las diecinueve edades del joven (pág. 84), el nueve de enero en que nace el poeta y que dio título a su antología de poemas más reciente, los diecinueve textos de la primera parte y la tercera parte, los dieciocho (nueve por dos) de la segunda… Y podríamos seguir enumerando, hasta llegar al misterioso Autorretrato en mate (pág. 89) que comienza por ese doble nueve de Septiembre y nueve (septiembre es el noveno mes del año) y que termina con una misteriosa alusión a las letras de su nombre, Francisco, que son exactamente nueve. En último término remite a una indudable identificación del autor, más o menos consciente, con el número nueve y sus implicaciones simbólicas, máxime en el texto de su autorretrato. No hace falta decir que toda geometría, incluso las imposibles, debe tener en cuenta los números. Número impar donde los haya, el nueve desafía al fin redondo del diez y escapa del recostado infinito del ocho. En el libro de Francisco Caro, el nueve se parece mucho al deseo de vivir.

Ya vamos terminando. Quien dice Aquí, como hemos visto, no solo dice memoria sino muchas cosas más. Podríamos pasear durante horas, sin salir del patio del libro, por la ribera del Bullaque, por la Sierra de la Cruz, por la Calle Nueva, por la Fuentagria, por los asfaltos de Madrid, y siempre encontraríamos la mirada poética y transformadora de Francisco Caro. Pero el poeta Francisco Caro también habla con sus actos, no solo con palabras. Y este libro es una prueba más. Tras una importante carrera literaria con honores y premios (el Juan Alcaide, el Ciudad de Alcalá, el José Hierro, el Leonor, entre otros), elige ahora el camino de una editorial manchega recién inaugurada, Mahalta Ediciones, para sacar su obra más sincera, la que mejor ensambla vida y poesía y por la que a buen seguro será recordado. Tanto en los poemas como en la vida, Francisco Caro ha elegido primero ser verdad, después estilo. Y nosotros, sus lectores, lo celebramos.

Aquí. Francisco Caro. Mahalta Ediciones. Ciudad Real, 2021. 104 páginas, 12 €.

 

 


 

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