Hija del azar, nació cuando
a Francisco Caro se le ocurrió celebrar el V aniversario de su blog Mientras la
luz, dedicado a la poesía que se escribe o se escucha en Madrid (tertulias, presentaciones, lecturas, eventos poéticos) con algo radicalmente distinto:
atender a la obra de poetas cuya voz no suela escucharse en Madrid, y provocar
su llegada. Estábamos en una terraza de la plaza de Santa Ana, frente a un gin
tonic de Beefeater. Inmediatamente surgió el asunto de la “invisibilidad” de
algunos vates y el nombre de Federico Gallego Ripoll, excelente poeta manchego
afincado en Mallorca, que llevaba trece o catorce años sin leer en Madrid.
Seguramente por afinidad
onomástica y geográfica nos vino a la memoria el de Vicente Gallego y
comprendimos que ambos eran un magnífico comienzo: ambos brillan en la noche mediterránea.
Comenzaríamos convocando por donde nace el sol: simbología correcta, rumbo
trazado. Rafael Soler haría los
contactos, José Luis Morales trazaría las presentaciones de los invitados, y
Francisco Caro, además de las ideas, pondría la intendencia. Todo ello bajo la
mirada sabia, tutelar y condescendiente de Francisco García Marquina.
Así surgió, con el lema No
Madrileños, el primer encuentro durante la primavera de 2014. Este libro, Cardinales,
no es sino la lógica y última consecuencia de los cuatro celebrados. La doble presentación y
lectura con tertulia y prolongado vino posterior se manifestó como una fórmula
de éxito. Aquel primer encuentro resultó tan gratificante que nos planteó un
reto: no desmerecer en los siguientes. No fueron decisiones fáciles, pues se
barajaron bastantes nombres. Finalmente, cada viento vino con una pareja
inmejorable:
2014. Levante. Federico Gallego Ripoll y Vicente Gallego
2015. Poniente. Basilio
Sánchez y Mª Ángeles Pérez López
2016. Austral. Isabel Bono
y Joaquín Pérez Azaústre
2017. Septentrión. Tomás
Sánchez Santiago y Marta López Luaces
No son de la misma
generación, no siguen la misma tendencia, no miran el mundo desde la misma
atalaya, son pura diversidad, pero forjan el poema en la misma fragua: la del
lenguaje como vehículo de conocimiento, de expresión y de comunicación. Son
ingenieros de la imagen, cirujanos de la semántica, agitadores de la melodía,
analistas de la estructura, catadores de la expresividad; en definitiva,
orfebres de la palabra. Eso les une.
Reunir en un volumen el
contenido de estas cuatro sesiones es un intento de materializar la voz,
corporeizar la entonación, darle peso a los gestos, dotar de tacto incluso los
silencios: ofrecerle a la memoria un cofre de papel donde guardar las palabras que
surcaron el aire de la sala Trovador, para que cualquiera pueda volver a
disfrutarlas y a compartirlas cuantas veces lo desee.
También quiere ser un
testimonio de amistad y de gratitud: con quienes leyeron, con quienes escucharon,
con quienes lo imaginaron.
Y con aquellos que ahora lleguen.
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