viernes, 26 de febrero de 2021

Un poema: Piedra miliaria

 










Hacia lo alto 
y sigilosos vemos 
cómo escapan los ciervos,
los años jóvenes
 
dices: el tiempo sopla fuerte,
huracanea
 
dices;
está el valle batido por dos ráfagas,
de soles 
escritos una,
la otra recuerda errores
 
caminamos, 
la vida no da tregua
 
ocultos tras los fresnos, 
dos pares
de ojos herméticos, de cifras,
–1 y 9 la una, 4 y 7 la otra–
vigilan que no huyamos
 
un vendaval de gestos 
y un reloj
que calla y cunde vienen
al paso con nosotros:
enhiesta nos detiene una piedra miliaria
 
dime qué hicieron
–pregunto al hito– los hombres que por ti
antes pasaron,
que tú supiste
 
qué hicieron cuando
las sombras acudían con sus hambres,
con sus vientos,
a este bosque que somos.

 

miércoles, 24 de febrero de 2021

Tres instantes testigos, madrileños.

 




1. Se contenía con evidente dificultad. Fue en Blanquerna. LAdeVillena desmigaba con reiteración su verborrea. Sin dejarle recitar, como era su pasión. Errequeerre el Villena. De vez en vez encontraba resquicio y proclamaba algún poema. Acudía entonces presto antedicho a explicarlo, lo que aumentaba la tensión de su rostro. ¿Cómo si a mí no se me entendiera? debía pensar. La buena educación permitió llegar al final sin altercados, sin usar las manos, pero…

2. Órdago político en La Residencia de Estudiantes, casi Navidad, en plena tensión catalana, LGMontero y él mano a mano. Lleno y expectación. Intento de mensaje conciliador. Se mantuvo tranquilo y reservado: años antes había acariciado con suavidad la independencia en su Pregón de la Merced. Esa mañana fría, visoriana, elevó como solía la voz al cielo para rematar el poema en que decía que su abuela no sabía escribir, que la verdad no necesita literatura. Puesto en pie, claro, en los dos versos finales.

3. Fue cuando vino a dejar recuerdos en la Cajafuerte del Cervantes. En el salón del sótano, su hijo al saxo acompañando, la gente, nosotros, tras el primer poema guardamos el habitual silencio. Creíamos que respetuoso. Sorprendido, se giró enérgico, imperativo: Aplaudid, coño. Siempre me gustó (¿o no?) el in crescendo con el que remataba sus lecturas. Sus poemas estaban abocados a la oralidad sin micro. Siempre me pareció que escribía para decir. Margarit

viernes, 19 de febrero de 2021

Carta pública a y dos poemas de Luisa Antolín





       Luisa, ¿recuerdas cómo al regresar de Alcalá hablamos de una posible edición tuya en Tigres de Papel? Después de algunas semanas he vuelto a releer Ramas para un nido, que así titulas, y el amoroso crujir de las hojas al sur de tus pisadas ha vuelto a sonar en cercanía. Has escrito un poemario de una emocionada sensibilidad, ese bosque que te puebla –y no al revés, como pudiera parecer a vista primera–, esa suave naturaleza amiga que te pide silencio a veces, y en ocasiones conversación, esa nieve que juega con la mañana y esa cierva que duerme a tu lado están ahí porque saben que las necesitas para el poema, para que las palabras y los torrentes suenen en los alrededores. Ramas para un nido no es un libro en, por, con la Naturaleza, sino la misma Naturaleza. El bosque y su caminar como voluntad primera y sentimiento. Hay un mundo exterior y una cabaña. Y entre los dos una puerta que jamás se cierra. Abierta siempre para la íntima fecundidad. La tierra, el vientre. Los poemas vienen tranquilos, sin puntuación que estorbe el ulular de la lechuza ni la lumbre de las hojas del helecho. Los barros respiran, oyen. El amor llega y cubre, y es un difuso roce de lavanda. Todo vive, todo crece desde la necesidad de los otros, con todo y con todos se crea el mundo. Incluso con ese bellísimo poema en que un cuerpo mater consiente y muere para convertirse en tierra. Bellísimo. La hierba sabe amarga a las orillas del mar, dirás luego, en la segunda parte, pero el lector no puede ya dejar de leerla. Ese lector que camina despacio por las sílabas de cada poema mientras el horizonte aguarda tu llegada y tu canto. Y en la alberca la luz conoce la atadura indecisa de las ondulaciones. Has escrito, has sentido, un libro humus donde es posible ver y oír respirar la tierra. Lástima de un tiempo tan severo que no nos haya permitido disfrutarlo en tu voz, compartirlo con la dulzura de tu gesto, con el gesto poético de tus dos herencias. Qué bien ha hecho Tigres de Papel con dar luz amarilla a estas ramas nido. Y cómo animo a que los verdaderos lectores de poesía puedan compartirlas.

 

Permíteme estos dos poemas

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Cae la tarde en el lago

las nubes han disuelto

hebras rosadas sobre el agua

 

una mujer se sienta

acaricia la tierra

la tibieza de los granos

la rugosidad de las piedras

la leve punzada de las ramas secas

 

todo se deshace entre sus dedos

cae

        despacio

                           como la tarde

 

la cierva duerme a su lado

 

el sonido de los grillos

las copas de los pinos meciéndose

 

una mujer espera

mientras los contornos desparecen

los olores se hacen más intensos

la savia de las hojas

el humus de las raíces

el dulzor de la noche

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Lanzar el cubo al pozo

para saber

si aún queda algo de agua 

 

agua    esperando

                                      ser bebida

 

al sacarla

no pierde el azul

                                   el destello

de la vida 

                      que atesora

 

jueves, 18 de febrero de 2021

Un poema: Divagación

 







 

 

La siete de la tarde
de un jueves y la luz
 
(la luz es la tortuga
que mira entre las nubes).
 
Un hombre tose,
tose como si fuera
el hombre de Vallejo
 
ha dejado
de ejercer su obligada
lectura de los otros (sus lecturas:
una tribu,
una tribu sin tregua de verdugos
o de muertos testigos).
 
Siempre el mismo esqueleto,
piensa, siempre lo inútil,
el runrún del crepúsculo.
 
Ya en el semen se anuncia la ceniza,
-escribe en su cuaderno-
la vida son las llamas, la balanza, la nieve
 
vivir es equilibrio, solamente equilibrio.
 
(Sabe que una partida
de lobos continúa
tras sus huellas.)

 

De Paisaje (en tercera persona) 2010

Ilustración: Manolo Marcos (detalle) 

domingo, 14 de febrero de 2021

10 de América / 3 / María Auxiliadora Álvarez

 






      Escriben, caminan con decisión porque saben lo que quieren. Es su tiempo. Dicen de las mujeres y su andar en lo poético. El de María Auxiliadora Álvarez, por ejemplo. Venezolana. 1956. Me puso en su pista R Soler. Poco conocida, pero no des. Ahora enseña en USA, Miami University, antes asistió a talleres poéticos en su país. Su palabra es lanza y refugio a un tiempo. Fusil y bala. Hay pocos poetas que confíen en la palabra. Ella sí. Ella sabe que la palabra tiene poder en sí. No de cambio, ni siquiera de uso, sino de esencia y acto. La palabra no sólo existe, es. Incluso más que el poema al que se ve condenada. Comenzó sospechándolo en su primer libro, ahora lo exprime. Piedra en:U: es su último, pero muy antes -1985- golpeó inclemente con su obra inicial Cuerpo, que aún sigue provocando: una poeta, una mujer abocada al parto, dueña del miedo y la esperanza. Sola y en revelación. Tan sola ante la felicidad como ante la muerte. Luego vendrán los otros, el mundo, los amparos, el desastre del tiempo. Y sus devaneos con la mística, ese palo de almiar que sostiene lo puro. Allí se acerca y arremolina, se despoja. Cada vez más fragmentaria, observa desde lejos la mudez. Está editada en España, pero.

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usted nunca ha parido
no conoce
el filo de los machetes
no ha sentido
las culebras de río
nunca ha bailado
en un charco de sangre querida
doctor
no meta la mano tan adentro
que ahí tengo los machetes
que tengo una niña dormida
y usted nunca ha pasado
una noche en la culebra
usted no conoce el río

 

        (de Cuerpo)


LA CASA DE MI MADRE
 

mi madre vive en su casa aún
la lágrima es la casa de mi madre
mi madre le dio una parte de la casa
a cada hijo
mi hermano mayor se llevó un cuarto
todos tenemos casa
en la lluvia de mi madre
 
a veces arrecia la lluvia de nuestra madre
con la ventolera
nosotros le mandamos a decir
que no se preocupe del viento
madre
que llueva tranquila
 
o entonces le decimos:
Madre ría
reír es igual que llorar
reír viene de río
riendo
madre
formamos ríos
carcajada es tempestad
carcajada es catarata
de nuestra propiedad
 
reparte de nuevo el río
madre
reparta de nuevo el mar

                        (De Páramo solo)

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porque
quería
preservar
la vida
de algunos
sonidos
transformó
su boca
en depósito
de hielo
todo
lo que guardaba
allí
pervivía:
Ciertos
sonidos
alcanzaban
 puntos
de tan alta
temperatura
que  estallaban
o se agrietaban
pero
otros sonidos
a la espera
entraban
a substituirlos
para que
un día
esa piedra
en :U:
de la lengua
congelada
pudiera
alimentar
otra vez
tal vez
al parlante
sobreviviente
 

       (De piedra en :U:)

 

martes, 9 de febrero de 2021

En 100 palabras: Las presentaciones

 


       Habla Moga en su blog de la bocanada de aire fresco que supone acudir ahora a la presentación de un libro. Habla Isabel Miguel de la penuria de las pequeñas editoriales sin ferias ni firma, sin las habituales presentaciones. Lo que antes resultaba trivial o rutinario se nos presenta hoy como necesidad imperiosa. La cultura es el lugar de encuentro. El encuentro es la cultura. Entre personas y libros, entre palabras y cuerpos. Necesitamos salir, reír, comprar, vender, leer, aventar, mirar ojos. Volver a lo que da vida. Vencer el temor. La cultura muere en las jaulas de lo domiciliario.

martes, 2 de febrero de 2021

Carta pública a y dos poemas de Teo Serna.

 

Teo Serna en su casa-estudio
de Manzanares
(Foto de Pepe J. Galanes. Fragmento)



      Querido Teo, me dices que un día subiste a un castillo y encontraste el sentido de las piedras. Feliz día. Bien has devuelto el instante. Qué hermoso ahora este paseo tuyo, tanto escrito como vital, por la aparente quietud del mundo, por lo aparentemente inanimado. Tu Tratado de piedras es un libro buscador y despierto, una alegría, un despliegue de sentido y sensibilidad (perdón por el préstamo) que toma a las piedras como objeto y pretexto para levantar lo que cada poeta desea: la poesía. Ya he leído críticas juiciosas y agudas sobre él. Ese tono contenido y elegantemente cultista, esa prodigiosa, hábil manera de alternar los sujetos poéticos, esa capacidad cubista de alternar los ángulos con que miras y hacerlos convivir, ese lenguaje sereno y capaz de excavar con que elaboras, ese disponer el verso despojándole de la condena de ser verso y esa humanización que no enturbia la esencia de la piedra han sido señaladas con acierto. Yo pienso que eres tú el tratado por las piedras. Que esta convivencia tuya con las rocas ha provocado al poeta que no duerme, al que habita en ti, al que runrunea en enjambre con los zumbidos gráficos y acústicos que le acuden. Abejas que tú cobijas y ahormas. Mira, lo que más me ha impresionado en esta ocasión de tu libro es la ausencia de pretensión, esa tentación que tanto nos acaricia para intentar momentos escritos que deslumbren al lector. Lo que has escrito no camina ese sendero. Hablas de las piedras, con las piedras, las oyes hablar y lo cuentas con la pavorosa sencillez que suele contener la gran poesía. Música en sombra. Lo que más admiro de tu texto –a más de su intrínseca belleza– es eso, que parece libro levantado para degustación íntima más que para ser publicado. Eso y la elegancia permeable del discurso, jamás cerrado y siempre tenso. Tu libro es una cantera abierta, un tajo recorrido en libertad por el aire que orea los poemas. Hay un aleteo que sostiene en vuelo todo el poema continuado que es el libro. Y no olvido la delicadeza de las personificaciones, lo sutil de las imágenes, los pellizcos mitológicos. Cómo agradece el lector un libro así. Cómo lo agradezco. Bajar al infierno, y subir luego/ Eurídice,/ cogido de tu mano, dices, tal es la impresión tras la lectura. Qué bien ha hecho la colección Ojo de Pez –un orgullo manchego– en celebrar su número 100 con este libro. Tratado de piedras te marca, Teo. Convivirá siempre con tus fragmentadas fotografías, con tus contrastes sonoros, con tus apuntes de grafito, pastel y llanura. Sé que es imposible contenerte, que vives en erupción, pero esta lava que nos das, pero este magna escrito te señalará con el índice: no dejará de decir, de decirte. Las piedras de aquel castillo –Miraflores, Piedrabuena, a donde llegaste– son cuarzo y aristas, tus poemas son sillares minuciosos, cantería en donde jamás se percibe lo violento de la mano que talla, paridos como están sin esfuerzo para la armonía. Más que la muerte y que la piedra, el tiempo, dices. Porque ese es uno de los secretos que separa a la piedra de nosotros, la distinta longitud de vida a que los dioses nos destinaron. El tiempo y sus transformaciones nos miden con distinto rasero. A ese misterio, a esa rendija, de la aparente fugacidad frente a la aparente permanencia te acercas y nos acercas. A ese enigma que conforma y esconde la relación entre lo mineral y lo humano se asoman tus poemas. Y lo vigilan. 

Tal ese diálogo a tres: tú, la piedra, el mundo que somos. 

Qué delicia.


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Piedra bornera

 
Mi sol es incierto
y giro sin ir a ninguna parte.
Círculo es mi día, circular mi noche,
circunferencia perfecta la órbita
que mi corazón mueve.
Peso y es él quien me sostiene,
mi esencia grave,
la entraña dura que resuena atada a un eje.
La dorada lluvia de los granos
no saldrá indemne de mí,
ni el recuerdo de la danza suave
de las espigas.
Será la blanca promesa del pan la que me redima
de este peso insoportable.
 
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Piedra en un camino olvidado (Hito)

Se llenó de pasos mi horizonte
(hace mucho de eso),
ahora la luz muere en mí cada día,
con la desgana que da la costumbre repetida.
Una geografía de maleza y de liquen
son mi fijación y mi empeño.
Señalé el afán del hombre
por separar y medir lo inmediato…
y alguien enterró a mis pies
un perro fiel, grande y canela.
Su esqueleto es ahora un ladrido oculto
que queda en esta soledad
como un eco apagado del olvido.