Cuántos
vinos hablados, cuántos versos bebidos,
cuánta
sonrisa
entre
tímida y cómplice, eran horas
donde
el calor hallaba su guarida,
y
estando lo ocupabas.
Una
noche dijiste: yo comencé a grabar
para
que mis alumnos
supieran
que hay poetas
de
carne y hueso, como los futbolistas,
que anotaran
que
existieron y existen
más allá de los textos escolares,
y
luego no pudiste, ni jamás deseaste, dejar de hacerlo.
En
tanto tiempo, amigo, nunca te vi negar a nadie,
volver el rostro a quien llegara,
ponías siempre
tu mirar a
la misma
altura indeclinable de los ojos del otro,
más
prójimo que nunca, como acostumbran
los
hombres como tú, seguros de su estar.
Amaste
la poesía y a quienes la persiguen,
difícil haber visto a alguno que tratara
con
más abrazo, con más sosiego a los poetas,
no quisiste ni te oí
valorar obra ninguna, todos
valorar obra ninguna, todos
lo
eran para ti, y los guardabas
dentro
de un corazón que algunos llaman cámara,
por
donde te crecías, hebra a hebra, hasta ser
el
testigo infinito
de
una generación que te hizo suyo, porque fuiste
semilla
generosa,
pecho
donde el amparo para tantos,
yo sé nombres, bastaba
yo sé nombres, bastaba
verte
escuchar con esa
manera tan sencilla de decir
estoy
contigo que tenías.
Aunque
seamos miles nos has dejado solos.
Poeta
humilde, sencillo,
amante de lo puro, de la naturaleza,
aquella
noche en Cook, rodeados de gente
guapa
y ajena,
en
la que me contaste que las piedras viven,
que
no fueron ni serán inertes,
que
poseen un alma de candor
para aquellos que en ellas paran y les hablan;
en
esas noches y otras de taxis a Pacífico
supe tu anchura,
y
aquella inmensa en la que Rafa cumplió los años.
Otras
veces decías, me decías cuando abril terminaba,
me
voy al pueblo, tenemos
que
colocar el mayo en mitad de la plaza, y te ibas
a
ser de nuevo gente con la gente,
raíz y ayudador,
uno más con los tuyos.
Yo
he visto iluminarse los bares de tu barrio
con
tu sola presencia,
y
a Lavapiés,
porque
sentía frío cuando
te
notaba ausente, preguntar ¿donde está,
dónde
está Maxi?
Tu objetivo, tu trípode, tu pan de cada día,
tu
dejar testimonio
grabado
de ese abuso de voces vespertinas
que
es el Madrid poético,
tu
guardar ¿para cuándo? palabras de tanto adicto,
tu
conservar los gestos
y
la pequeña historia
de
un tiempo y un país que tú llenaste,
que
llenaron tu gorra y tu bufanda,
que
sabía tu nombre; dónde hallarían
mejor
archivo
la tarde y los poemas que tus ojos.
Me
dicen que te has muerto
de un corazón gastado y excesivo
en
un tiempo sin calles, con los bares cerrados:
que
tengas alto viaje,
amigo leonés de cepas y nacencia,
amigo leonés de cepas y nacencia,
amigo
intenso,
te
llevas la costumbre de la sonrisa honda.
Hay
que ser bueno, nos dijo Eladio, y tú lo fuiste.
Vuela
en paz, buen amigo.
Vuela, Maxi.