Querido José Luis Morante, la intensidad concisa, el ingenio, la perspicacia, la paradoja emocional, lo que remueve, el poder de lo minúsculo, la rótula de la reflexión, la épica de lo breve, lo fugaz que adivina… vaya usted a saber qué es un aforismo, me he preguntado muchas veces. Pero los aforismos existen. (Vicente Núñez recopiló los suyos en 784 pgs. de Visor). Y más los aforistas. Tú hiciste, hace bien poco, una selección de once para Liliputienses. Cuyo prólogo me impresionó por su justeza. Sé que es un género que amas y cultivas con pasión no reciente. Mejores días, tu primera recopilación de aforismos, apareció en 2009 y Motivos personales en 2018, a más de tu laboriosa selección de los de JRJ. Aquella que trajo bajo el brazo de tu esfuerzo el pan de las alegrías y alguna decepción. Te escribo porque tengo entre mis manos una joya selecta. Un libro tuyo y mexicano que has querido titular Migas de voz, otros de los sintagmas con que podemos acercarnos a la idea del aforismo y que has hecho tuyo. Viene editado por la prestigiosa Universidad Autónoma de México, bajo la iniciativa y la tutela del estudioso Hiram Barrios, una autoridad en el tema. Digo aquí y fuerte que mereces recibir el cariño y el respeto que esta deliciosa edición supone. Cercano al que sueles derramar desde tu blog haciéndote eco de tantos escribidores que en ti confiamos. Los has dividido en tres partes, la primera y la segunda para recordar aforismos aparecidos en lo editado y la tercera para dar a conocer parte de la nueva producción. Un golpe de aire fresco, de brisa atlántica ha entrado en esa buhardilla renovada desde donde escribes, lees y contemplas el mundo de la creación poética española. Cuántas veces un buen poema podría desvestirse y caminar hacia la concentración escrita de un aforismo, cuántas veces escribimos un poema simplemente como ropaje para la sentencia del verso final. Hay que atreverse a confiar en este arriesgado ideal estético. Aunque el riesgo de confundir el aforismo con la simple ocurrencia sea elevado. O con juegos anfibológicos del lenguaje que no añaden trascendencia. Hay que atreverse, repito –y tú lo haces con acierto– a la potencia y la levedad del buen aforismo. Y lo haces a la par con lo más prestigiosos aforistas españoles: Eder, Oliván, Comendador, Arcas, Trull, Molina, etc… Por eso invito a todos los lectores de Mientras la luz a que te lean. Porque eres consciente de virtudes y riesgos, porque sabes caminos. No se trata, a estas alturas de la película, de lograr píldoras útiles de verdades o de conductas morales, lo clásico de lo paremiológico, sino de provocar y excitar desde lo enjuto el pensamiento y la sensibilidad hacia nuevos paisajes. ¿Desde el humor? ¿desde la paradoja? ¿desde la ironía? ¿desde el desconcierto?
Me he permitido, sospechoso de la escasa difusión comercial del libro en España, seleccionar algunos de los que se
contienen en la tercera parte, la que titulas A sorbos –¿tal vez título
adelanto del próximo libro?–, como muestra de tu más reciente producción
Afrontar sin amargura, sin gestos de abandono, que lo
que pensamos oculta lo que somos.
El nómada sabe que los viajes son la espera del
regreso.
Originalidad, cristales rotos que no repiten trazos.
Las poéticas son epitafios revisables.
Para que nadie mude su pasado, lo cambia de sitio
continuamente.
Saber el nombre del culpable no da consistencia a la
vasija rota.
Tos con pretensiones orquestales.
Encontré tierra firme, pero soy más náufrago.