Dios, que por detalles así nos avisa que existe, ha
dispuesto esta semana de descanso antes de que diluvie. No hay sorpresa en
cuanto a la fecha, está señalado para el próximo miércoles 23 de abril. Lo del
día del libro se ha convertido para algunos en un nuevo diluvio, en un nuevo día
de poesía a brazadas. No tuvimos bastante con el pasado 21 de marzo. Ni con
Machado en febrero. La Comunidad de Madrid echa leña al fuego húmedo editando
un folleto sobre el blancor de la noche donde todos quieren estar. Maratones,
concentraciones, altavoces azules, púlpitos en ocho, quedadas… cualquier cosa
vale para el poetiqueo lector que se anuncia. Desde la ONCE al Gijón, del
Ateneo al Comercial… si no está usted convocado para llover: para leer, lleve
paraguas. Será el diluvio. No hay remedio. Un buen amigo y editor,José Luis Loarce, suele decir: Los poetas, de uno en uno. No le falta razón. Es la manera de no llegar calado a casa.
Nieves en la librería
Un momento de la presentación Foto: de la Red |
Apurando las fechas, vino Nieves Álvarez desde Santander. Nieves
es amiga de Mientras la luz desde siempre. Vino a la librería Antonio Machado
del Círculo, que se está asentando en esto de las presentaciones como lugar de alto
caché. Nieves es poeta de vocación a más de atender otros edificios del arte de
la literatura. Termina de publicar, con Cuadernos del Laberinto, Desde todos
los nombres, tal vez el libro más suyo de todo lo hasta ahora publicado. Fue
presentado por Ana Garrido y Juanjo Alcolea que quisieron destacar el temblor
rabiosamente humano y el compromiso unamuniano con la verdad que el libro
contiene. Nace el libro, según se contó, de esta circunstancia: Nieves ha sabido
tarde, muy tarde, de la presencia de su padre durante muchos años en los campos
de concentración franquistas. En trabajos forzados. A esa conmoción siguió luego
una investigación. Y tras esta última la urgencia de la creación poética. Es un
libro sobre las raíces del dolor. No de uno en particular, sino del dolor de
todos. De un dolor del que muchos fueron o quisieron ser ignorantes. Dijo que
su padre respondió a este dolor con la alegría. Los poemas miran de frente a la
realidad. Su decir sincero produce conmoción. (Véase el poema He nacido muerta). Presentado ya en Santander y en Madrid,
pronto lo será en Ávila, Torrelavega, Alicante y Barcelona.
Ana Bella López-Biedma, voz que atiende, cantó tres veces la
hermosura.
De dos en dos
Paco y Elvira. Lectura y atención Foto: de la Red |
Está de moda, tal vez para contradecir a mi amigo Loarce. Está
de moda leer de dos en dos, buscando suelo y/o cielo. Apoyo siempre. Alternativa.
En esta ocasión sin color de reto, sino en clave de hermandad. Sucedió en
Enclave Libros el viernes 11, a punto de bajar el cierre. Paco Moral, el joven
editor y poeta, quiso junto a sí la reaparición de Elvira Daudet. Sabe lo que quiere y
sabe la forma de conseguirlo. Tal vez soñó la exquisitez de su voz, lo rotundo
de su voz, junto/frente a la sonora fragilidad de Elvira. Lo consiguió. Un público
justo, a la medida y ya entregado rompió el tabú, la convención de lo selecto,
y no dudó en aplaudir y jalear uno a uno todos los poemas leídos. Paco y
Elvira, Elvira y Paco se alimentaban mutuamente. Brotó el calor, brotó la
comunión, quién los vio allí y así será imposible que los imagine por separado.
Apenas 20 poemas para quedar juntos en la memoria mía. Veinte, diez por poeta, suficientes
para cerrar, qué lejos enero, áureamente la estación y esperar el tiempo de la penitencia.
Tres ángeles vigilaron de cerca: Mara Troublant, Ana Ares y Cecilia Quilez (a
punto de nueva luz) para que todo funcionara. Luego hubo vino en plaza pública
con Carmina Casala, Eduardo Merino, Jorge Torres, José Luis Nieto, Aarón García
Peña, Antonio Capilla, Patricia Pérez, Jaime Alejandre, Alfonso Bresmez,
Alfredo Piquer… la vida.
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He nacido muerta
Yo, aunque no lo creáis,
he nacido muerta,
y decía mi padre
que hubo un tiempo
en que los niños y los hombres,
las mujeres, las niñas,
las personas mayores
-casi siempre-
nacíamos muertas.
Luego resucitábamos
-o no-
pero algunas
se seguían muriendo poco a poco,
de ciudad en ciudad,
de llanto en llanto,
de laberinto en laberinto.
Se morían de pie o de rodillas,
en el bosque, en la plaza,
en las trincheras.
Se morían de muerte artificial,
de tristeza congénita,
de repente,
de sobrarles la boca y el estómago,
de seguir vivas.
Yo, aunque no lo creaís,
he nacido muerta,
pero aquí me tenéis,
aún sigo viva,
intentando
no quererme morir
hasta el último aliento
del reloj.
Nieves Álvarez