El editor Pablo Méndez escribiendo su elogio |
Pero aplaudan, coño. Quien así rogaba y exigía no era otro
que Joan Margarit, premio nacional de poesía, tras leer uno de sus poemas. Sucedió
en Blanquerna el 24. Me lo contó el jefe, que ante la abundancia de actos quiso
echar una mano. A sala llena, hizo lectura completa en castellano. Y toda ella
en pie, con lo cual no fue preciso recurrir, como suele, a levantarse para
reforzar emotivamente el final de los poemas. No puede con el silencio. Madrid
estuvo animado la tarde anterior, la del martes 23. Claro que, pocos y además repartidos, los actos
no lucieron demasiado. Más humildes, poetas de Verbo Azul hicieron lectura pública
en la librería Cervantes y Cía, de Manuela Malasaña, lugar a donde volverán. Los
Vitruvios doblaron. Primero en el Comercial, su actual casa expositiva, y luego
en Fuentetaja. Iniciaron un blog en donde los presentes escribían elogios, escribían de lo bueno que
es el libro por ser libro y de los beneficios que su lectura aporta al individuo y a la
sociedad. Original. Tierno.
Listos
El miércoles fue día 24, y no 4 como se empeñaron los
alemanes. La animación del martes se tornó expectación y decepción de forma
sucesiva. Pero la poesía no entiende de Borussias y cuatros a unos. Los más
irreductible asistieron a un espectáculo que parecía diseñado para el éxito,
del que ya se tenía experiencia. El grupo A3 formado por Elvira Daudet, Carmina
Casala y Paloma Corrales leían en Libertad 8. Un público selecto, serenísimo,
disfrutó de poemas leídos con el magma de la sabiduría. Hay mucha tensión poética
en la voz de temple con que levanta Carmina sus poemas elegíacos y/o
desengañados, esos poemas que cuentan el roce, y su desgaste, de la piel por
los días. Cómo hay emoción en Elvira Daudet, de quien tanto hemos hablado en
Mientras la luz y que levantó el aplauso –sin pedirlo, sin rogarlo- tras concluir
su poema deuda con Paul Celan. Sus devotos echaron en falta (según dijeron luego) poemas
inconmensurables de su libro El don desapacible. Terminó la lectura Paloma Corrales,
voz en carne dibujada. Leyó poemas escrupulosamente construidos, limpios, donde
la sugerencia dejaba paso a la posibilidad. Todo parece convocado, todo esperado
y todo hace que el poema quede abierto hacia la vida. Bellísima sesión. Presentada magistralmente por Jaime Alejandre..
Elvira Daudet, Carmina Casala y Paloma Corrales |
Ya
Como ahora son los viernes los días elegidos, se colman de actos. A veces obligan
a esfuerzos que parecen no propios de humanos, sino de correpoetas, esos seres
extraños que asisten y asisten sin fatiga. El 26 de abril fue uno de ellos. Ocurrió que la Galeria Suñer, de
la calle Barquillo, fue la elegida por la colección de la Universidad Popular
de Sanse para dar fe de su existencia. Allí estaba la mano cordial de Guadalupe
Grande moderando un coloquio con Félix Grande y Antonio Hernández como figuras.
El compromiso del poeta con el mundo que le asedia y el impacto de la crisis
actual sobrevolando las conciencias. Terminó Antonio Hernández recitando un
poema de Alberti en que el poeta derrotado reta a la niebla con la alegría. Un
cierre magnífico. Se presentaba la edición de los cuentos completos de José
Hierro.
Ana Ares en Odisea |
Y otras manzanas hacia el sur, en el Ateneo, Bárbara Butragueño,
la eterna (para nueve años ya) promesa de la poesía en la Corte y Villa, presentaba por
fin libro. Incendiario. Lo hacía en edición de Los Conjurados. Más de cien jam-treintañeros, vestidos de
uniforme para la noche, colmaban la sala. Batania ha escrito el prólogo. Por fin Bárbara tiene libro impreso. (Tiene otros tres escritos, dice). La presentó Juan Antonio Marín con la timidez y la precisión que acostumbra. Eso sí, cuando el verbo sin fin de Ángel Rodríguez Abad, que habló de la ausente Almudena
Urbina, declinó. Pero como el sonido del salón de actos ateneísta es tan
perverso, apenas si pudimos aprovechar algunos de los poemas de Bárbara, que
parecía contenta. Y pensando que era mejor aguardar ocasión otra y mejores
medios, Mientras la luz decidió abandonar la sala. Mutis. Uff.