Ahora, cuando tantos prefieren insistir en la poesía como
experimentación del lenguaje, de su genio y sus signos, como único camino; cuando tantos creen que no es posible decir lo mismo de siempre con maneras nuevas, pero reconocibles; cuando la destrucción y la abstracción se ofrecen como
puertas entreabiertas al decir poético sugerente; ahora, cuando es preciso a
tantos hacer exhibición, bien de novedad en alambres, bien de mímesis anglosajona,
todavía quedan poetas que entienden la poesía con la necesaria sencillez para
que sea transparente, con la necesaria honestidad como para dejar en ella
jirones de su biografía. Tal es el caso de Jesús Aparicio, poeta alcarreño, una
vida dedicada a decir cuanto ve y cuanto le pasa, y a decirlo de manera que
sea bellamente trasmisible, claramente contagioso. Como si fuera visto tras
ventanas azules.
Ha publicado Jesús Aparicio dos libros de poema en un solo
volumen (La papelera de Pessoa y La luz sobre el almendro) en la editorial
Libros del Aire que dirige Fernando Sáenz. Dos libros separados por fechas
distintas de creación, que el autor no ha querido disimular. La Papelera de
Pessoa creció entre 2001 y 2002 y La luz
sobre el almendro a lo largo de 2009. Son libros diferentes, aun y cuando
conserven señas de identidad comunes, pues son nacidos de una misma voz. Entre
ambos libros aparecieron las ediciones de El sueño del león (2005) y de Las cuartillas
del náufrago (2008).
No abdica Jesús, en esta nueva entrega, de sus características
fundamentales: el hecho de escribir desde la duda de un yo, potente y débil a
un tiempo, que busca su reconocimiento -y/o concilio- con el enigma de lo
creado, como tampoco lo hace del tono sereno con que describe las miradas, los lances, los afectos, las siempre provisionales conclusiones.
En La papelera…, el poeta se detiene en la preocupación por
su estar en el mundo, por la manera de resolver los retos. Siempre desde el
orgullo de la humildad, desde la conciencia de despojamiento, desde el acto de
reconocer lo existente y aprender, desde la voluntad de aceptación, de sentirse
parte, necesariamente armóníca de las cosas: árboles, casa, colores, aguas... y
todo para justificarse como hombre, como ser con otros, como camino de
felicidad. Poemas de corte breve, a veces sentencioso, meditativos, anotadores
de sensaciones, de propuestas, y siempre
alejados de inútiles moralejas. Los poemas avanzan con voluntad de árbol que crece
para ofrecer sombra futura. El árbol es para el poeta símbolo del cambio y de la vida
externa; así como la piedra lo es de la vida interior y de lo permanente; árbol y piedra, dos señales con que el poeta hace más visible su discurso.
Un libro que discurre
con voluntad de día, desde el despertar de la luz a su discurrir, a lo pleno, hasta llegar a la finitud que el ocaso avisa. Con voluntad de día que
descansa en lo minúsculo: en el milagro del fruto, en la mano de un niño
que dibuja, en una hoja o en las canicas. Esas canicas que el autor perdió, con la
infancia, y que aparecen el el poema que da título al libro. Poemas que caminan
desde los ingenuo a la pregunta hiriente, desde la espera hasta el
escepticismo. Poemas en donde palpita siempre ese goce y esa pérdida que supone
el oficio diario de vivir, oficio en el que no es extraño que aparezca una ligera
sensación ascética de fracaso.
Me gusta especialmente, por lo que tiene de síntesis, tanto
en el estilo como en la intención del libro, este poema que aparece en la
página 40..
Completar una estrella
Vivir, eso sería una aventura terrible.
J.M. Barrie, Peter Pan
Para ser algo hay que cambiar la voz
y hablar alto y claro.
Para ser alguien hay que irse de casa
y andar otros caminos.
Mas de mí no esperéis
más que el silencio
que se sueña en la silla de un teatro.
No voy a hablar. Me
guardo mi palabra
para otro ángel náufrago que espere
completar una estrella.
No
me deis un bastón ni atéis mis zapatillas.
No voy a caminar. Mi camino es esa
nube
que descansa en la torre del castillo
un instante tan sólo sin dejar
ni
gota de su cielo.
En La luz sobre el almendro, el segundo libro del volumen,
Jesús Aparicio pone especial cuidado en la elegancia del lenguaje. Lo que en un
principio puede aparecer como cierto desprecio del valor intrínseco
del verso, puede verse con prontitud que no es tal. En el poeta el verso está,
como debe ser, siempre al servicio del poema, subordinación que permite
disfrutar de una poesía limpia y transitiva. Y sobre todo eficaz.
|
Jesús Aparicio
en la Feria del Libro 2012 |
Aquí, el poeta intensifica el diálogo con la Naturaleza, que quiere ser mirada desde su misma altura, a la que mira, y a la que se mide
sin orgullo, pero si con la decisión de ser con ella a un tiempo. Nacer con
ella, sufrir con ella, aprender con ella, morir con ella. Ser, como apunta en el
haiku incluido en el poema El rincón japonés, “En la ceniza/ una gota de
agua/ para vivir”.
Poesía de intimidad, de cosas cotidianas, minúsculas, también de juego metapoético.
Parece que el poeta busca encontrase en cuanto escribe, que tras el poema ha
descubierto algo nuevo de sí. Y que la circunstancia que ha provocado la
exploración y el hallazgo no es sino un eslabón más en el trabajo de los días,
del que no hay que sorprenderse. Y que es preciso anotar para poder construir,
para dejar, para permanecer. Jesús parece ser consciente de esta actitud que le
impulsa a la escritura, que está en la base de su hacer poético, y así lo hace
constar en el poema Autorretrato, en donde se describe como "una tela cortada
dispuesta para el hilo" o "el viento en su isla dando vuelta a sí mismo".
Algo alejado de la perspectiva oriental de la fusión con el mundo, que a
mi entender no está explícita en La luz sobre el almendro, si me parece que
el libro de Jesús Aparicio busca en la Naturaleza el interlocutor necesario. Su
yo poético no precisa de los otros -aunque haya apuntes históricos, autobiográficos- para levantarse. Todo crece desde la piedra de la reflexión y desde la sorpresa
de la luz sobre los muros, desde el fragor de las manzanas verdes, del gorrión en
los ojos o de las primeras hojas… materia y vida inconsciente; todo lo que sencilla y calladamente nos rodea
necesita ser mirado, vocea para ser descrito, busca permanecer en tanto que testifica.
Como en el poema
Las cuartilla futuras
Pienso en las cuartillas que vuelan
sin huellas en el aire
cuando escribo,
son la piel del árbol
que plantó mi abuelo;
ese árbol que
alimenta
el mismo sol que dora
la misma agua
que bebe hoy mi hijo.
Los días,
las caricias,
los signos los destellos,
las notas, lo colores,
las líneas, los
silencios…
pasan para volver.
Las cuartillas futuras
serán el aire
que moverá
las hojas de ese libro
en el que aprenderán mis nietos
cómo se planta un árbol.