lunes, 31 de mayo de 2021

Un poema: Arroyo de la Peralosa



Porque la vida puede
ser un cauce que obligue,
aunque a veces acuda 
disfrazada en torrente,
en delgado rumor,
ese extraño rumor que se deslía,
no persigas los centros
del deseo, del mundo,
con las palabras busca
–no sé con qué esperanza–
lo que el agua consigue:
vivir el borde
de cada piedra
 
por conocer así
más ciertos los caminos de la huida.


miércoles, 26 de mayo de 2021

Carta pública a y dos poemas de: Rubén Martín Díaz

 




     Querido Rubén, han pasado los años. Once desde aquella primavera que nos vimos en la Tertulia Montesinos, a donde acudiste para estrenar tu reciente Adonais. Quién no recuerda tu El minuto interior, tan deslumbrante, tan exacto. Que prolongaste luego, añadiendo reflexión a la celebración, con El mirador de piedra. Tiempos de fulgor premiado. No has dejado de publicar desde entonces, pero cinco años son muchos para tus lectores. Fracturas es de 2016. Y lo sabes. Un tigre se aleja se ha hecho esperar, sé que estabas con él, sé que ha encontrado buena casa, Renacimiento, y cuidada edición. Te escribo, como puedes suponer, para dejar constancia de mi lectura, y te advierto que tengo dobladas bastantes esquinas superiores de las páginas. Es un libro complejo y limpio. Tu discurso es transparente, siempre lo fue, tu voz continúa intacta, pero tu mundo comienza ser otro, el de la constatación de la duda; ya eres un árbol que comienza a mirar con el mismo empeño hojas y raíces. Se nota. Estás nel mezzo del cammin di nostra vita y alguien ha tocado al llamador de la puerta. Te toca salir a abrir y has aceptado el reto. El tiempo es más inexorable en su furor calmado que el tigre salvaje de la juventud. Comienzas a tener pasado y la sabiduría de él. No todos los poemas, pero sí los esenciales del libro nacen de ahí. Sigue habiendo asombro, cómo no, y lo habrá (ese fabuloso “Eso que no se nombra”), pero la introspección, el asalto de la memoria íntima escarbándote –y hablo no de la memoria de escaparates, sino de la que roe y enriquece a un tiempo– ha puesto sus reales en la mesa de tus lápices, de tu pantalla, de tus provocaciones. Ese joven que corría (y corre) tiene dos hijos, a los que alimenta con leche de luna. Y ha cumplido 40 años. La juventud continua, no has caído en el pozo del descreimiento, pero ya es otra, aunque sigan en ti “las sombras que sin cuerpo deambulan/ por las altas ventanas de la imaginación”. Un tigre se aleja representa un magnífico testimonio de vida y actitud, de decisión ante la sorpresa. Son poemas construidos con tensión, desde lo contenido, pero abiertos al tránsito, a la oferta, tan escritos para decir al lector, como escritos para decirte a ti. Y eso es algo, llámalo en virtud sinceridad, que se nota y agradece. Si los primeros poemas acuden a explicarte tu estado actual: el tigre no calma su sed al mirarse al espejo; y los del segundo apartado beben de las cosas del mundo: qué magníficos “Imperfección”, a Andrés G. Cerdán y “Cicatriz”, es en el tercero donde he encontrado los poemas que acompaño, donde habita el corazón del libro: hablan con delicadeza de lo inexacto, de lo imperceptible, del roce del tiempo al pasar sobre la piel de las cosas, jamás encallecidas, todavía no encallecidas. ¿Es esa la materia de la poesía? ¿Es esa la sorpresa en la que continuas?

         Siguen después un tiempo y un amor nunca pasado. Dices: “Traes el frío hermoso de un invierno lejano/ que juntos compartimos,/ y eres tú misma el frío…” Aflora la nostalgia de la felicidad, los esplendores en la hierba vistos desde el sosiego. Camina lento el tigre que se aleja hacia las soledades de su futuro en búsqueda. Continúa el poeta encontrando la vida.

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ESO QUE NO SE NOMBRA


“La poesía es una visionaria y arriesgada tentativa de acceder a un espacio que ha desvelado y angustiado siempre al hombre: el espacio de lo imposible, que a veces parece también el espacio de lo indecible.

Como poeta, he buscado siempre ese espacio”.

                                                                     Roberto Juarroz


Quizá lo has visto demasiadas veces,
tal y como lo has visto
se va.
 
Un día fue en el Blanco sobre blanco
de Kazimir Malevich: melancólica nada.
 
Otro día en la prosa vibrante de la lluvia,
la fiebre musical de Janet Gardner
o las dotes de Malowe para la seducción.
 
El pez que es mecanismo y bajo el agua
difunde con sus branquias luz de cobre,
después desparece, deja un poso de niebla.
 
La noche en espiral formula oscuros números,
palabras inconexas y un enjambre de incógnitas,
y esa libertad, azul, precisamente,
esa atracción de no saber qué habrá más lejos.
 
La calle en la que fuiste lentitud de verano,
el portal de la edad, los amigos en curso;
no el hombre que disipa sus días en la herida
brutal de la alambrada que hace nudos de espinos.
 
Lo has visto al respirar con el ritmo pausado
y al comprender el pájaro que culmina su hueco,
al confundir la sal con un surco de espuma
y al quebrantar el tren las aceras del aire.
 
Tantas veces lo has visto y en tan diversos sitios
que resulta curioso no haber palabra alguna
para nombrarlo. Llámalo como quieras.
Lo importante es que vuelva,
que nunca se distancie
demasiado.
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TIEMPO DE QUIMERAS
 
Quisiera dibujar las formas vivas
del humo;
 
trazar con las palabras la ecuación
del cielo, su mensaje
de nubes y de fondos imposibles;
 
apacentar la lluvia con un gesto
tranquilo de la mano;
 
tocar tu corazón de arena blanca
forjada por estratos de coral;
 
beber el agua clara del relámpago
su líquida protesta,
su estruendo enardecido por la llama;
 
desmadejar las sílabas que el viento
anuda en el oído de Gizeh;
 
sumergir en la noche las pavesas
del incendio del día, las escamas
del pez del horizonte;
 
entumecer el sol con una lágrima
de los montes helados de Plutón;
 
corregir los niveles de las olas
que vienen a morir, pespunteadas,
como un velo de sal, a tus rodillas;
 
vadear la montaña más extensa
que pueda imaginar el ojo humano,
y abrazarla, sentir su dermis de piedra
 
y, dentro, todavía más profundo,
encogido en el útero de barro,
el sueño inverosímil de la vida.

viernes, 21 de mayo de 2021

Un poema: Sierra de Umbría


La luz en donde fuimos
y las primeras gotas que se anuncian
 
tú conmigo por entre
caminos solos, por madroñas,
por entre sierras brunas y cuarcitas
 
siento tus dedos,
la curva de tus dedos apretar mi antebrazo:
quieres decirme,
me detienes
 
deseas lo escondido,
deseas el suceso, atender
a esa sierpe del ansia, a esa hoz inestable
que alguien llamó alguna vez deseo
 
entre verdes oscuros,
esa voracidad,
tus fierros dedos curvados en mi piel.

domingo, 16 de mayo de 2021

Los gozosos 90 de Carlos Murciano: dos sonetos

 



       La poesía vive a los 90. Carlos Murciano los cumple este año y, para celebrarlo, Ars Poética ha editado su último libro. Le recuerdo –última vez que conversamos– en la terraza de La Casa Encendida hablándome de la poesía de Alberti y recitando con fruición alguno de los sonetos de poeta del Puerto. Me decía que la vista le fallaba, no el pulso. Le dije a Jorge de Arco que deseaba conocer este En la esquina más última, título que tanto quiere decir. Ya lo conozco. Me encantó el anterior, Sonetos para ella, en donde reunió los de toda una vida en honor a su mujer, a su amor, entonces recién desaparecida. Parecía su entrega final, pero no. Ama demasiado la poesía, la belleza, el lenguaje. Y el soneto. Es uno de nuestros grandes sonetistas vivos. Hondo y frutal, apenas si su mano deja notar el esfuerzo constructivo, sus amplios recursos. Sonetos estos últimos de nostalgia no compasiva, en donde la soledad asumida impide que el olvido alcance victoria. Ni el yo amador ni el tú amado logran distancia ni ausencia. La búsqueda de lo que algún día fue y el asombro ante las cosas van tejiendo 35 sonetos cantarines, alegres aún dentro de su hondura preocupada. Qué suerte que el poeta de Arcos conserve viva la frescura en ánimo y trazo para crear y ofrecer, para decirle al tiempo que se conocen, sí, que se tutean, pero que espere todavía “porque se impone el corazón y manda./ Y el verbo se libera y se desmanda”, como señala en dos de sus versos. Y es que el poeta sabe su edad –espejo y viejo se convocan de contino, tal vez como recíproca conciencia–, pero mantiene su corazón despierto a la memoria y a todo lo que de gozo vive en ella. Advierto que en los poemas, de ávida lectura, hay homenajes discretos a otros poetas, a otros versos, al igual que permanece en su arquitectura ese gusto por traer retazos de naturaleza: lluvia, paisajes, aves… tan propios y tan suyos. A más de la delicadeza por el juego en el lenguaje que tanto alegra y aligera la estrofa de 14. A la que quiere, la que le ama.


Me atrevo a ofrecer a los lectores de Mientras la luz dos de los sonetos que mejor revelan su gusto por la forma, por el juego profundo de significados, por un discurso preñado de armonía. Digo ahora: Qué suerte poder disfrutar aún de Carlos Murciano. De su obra.

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LA TÓRTOLA


En el pino la tórtola reitera
No puede serNo pueder ser, e insiste
¿Qué haces aquí en Madrid, pájaro triste
ahora que irrumpe ya la primavera?
 
Allá en el Sur, tu cantinela era
la afirmación de que la pena existe.
¿Cuántas veces me heriste y me envolviste
en el girar de tu devanadera?
 
Si la nostalgia te acongoja, espántala,
tórtola tántala, cúbrela, encántala,
con un mirlar de trinos de alegría.
 
Pero no me desmontes pieza a pieza
el juguete feroz de tu tristeza,
igual que en mi rincón de Andalucía.
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DE UN LAGARTO


Es un lagarto verde y tiene celos.
Se ha colocado encima de un piano
y ahora es como un regalo tramontano
que trajo alguien de los Dardanelos.
 
Ayer eran dos seres paralelos,
dos acordes cogidos de la mano;
y ahora el silencio es un lugar lejano
hecho a medida de los desconsuelos.
 
El lagarto se asoma a la ventana.
La lluvia se adueñó de la mañana
y él se reviste de melancolías.
 
Ella se fue, y celoso de su ausencia,
reclama verde y triste su presencia.
El lagarto soy yo. ¿No lo sabías?

martes, 11 de mayo de 2021

Carta pública a y dos poemas de: Francisco Gª Marquina




 Querido Paco Marquina, esto de la pandemia y sus estragos, esto que nos ha impedido tantos ratos de charlas y risas presenciales, comienza abrirse. Es tiempo de remover, con los cuidos precisos, las costumbres sanadoras del ánimo. Vernos. El próximo lunes 17 presentas en El Comercial No sé qué buen color, que editó Lastura en marzo del 2020 ¿recuerdas? y que en 2019 obtuvo el premio Francisco de Aldana de Circolo Letterario Napoletano. Ante la inminencia de la cita, he vuelto a él para llegar iniciado. Parece un libro dedicado a Dios, a esa voluntad omnipotente y cuidadora que parió y gestiona el mundo, a esa creación intelectual y emotiva que ordena moralmente tantas conciencias, a esa razón o excusa. Parece que habla de Dios, porque mucho lo nombras, pero te conozco demasiado como para dejar que me engañes. He conocido a pocas personas con tanta potencia intelectual como tú, y a menos aún con tanta curiosidad. Hablas de ti y de nosotros, del conflicto de nuestra relación con un ser de dimensiones tan desconocidas. Podrías hablar del fragor de tal batalla, pero tampoco. Tu libro No sé qué buen color, título que tomas prestado de César Vallejo, habla de nuestra conformidad con ser minucia existencial, con la fugacidad vital a la que hemos sido destinados, aquí no hay angustia blasoteriana. Y la necesidad manifiesta de no desaprovechar un regalo tan inmenso como es el de la vida. Ese Dios, que al parecer existe, según concede alguno de tus versos, no puede ser nunca obstáculo, sino motivación. Sugieres no hacer preguntas que nadie puede ni desde luego desea responder. Nacimos sin elección y para la duda. Hagamos de ella camino, tomemos las certezas que nos sirvan para hacer el navigare transitable hacia un puerto ojalá lejano. Hay que inventarse a un Dios en cada encrucijada de caminos, dices. Ni escéptico ni creyente, ni agnóstico ni descreído, tu discurso, tu apuesta poética puede ser tildada de modos varios, pero jamás de mística. Lejos de ti la tentación unitiva con lo inconmensurable y lo desconocido, tus poemas trazan un territorio de mutuo respeto en donde la libertad de esa mínima criatura que es el hombre, ocupa el lugar central. Haces de la realidad de lo humano sobre el rostro de la tierra la palanca desde donde construirse. Sin tensiones ni dolores innecesarios. No hablas de la comodidad, sino de la responsabilidad de situar el individuo frente a sí mismo–y sus enigmas– sin búsqueda de subterfugios. Y lo dices con tanta serenidad como justeza de lenguaje, y en diálogo con tus semejantes, tus lectores, en los que buscas consuelo y/o confidencias. Con los trazos de aquello que echo falta/ he pintado un esbozo/ del paisaje de Dios, dices. Como el insatisfecho que buscara a Dios en sus carencias, en la inexactitud de nuestros motivos o incomodidades. A largo y ameno de los 77 poemas con que dispones el libro, el lector atento aprende 77 maneras de acercarse al misterio, 77 actitudes. 

No hay rastro ninguno de teología en un libro que trata de Dios, sino un reguero de inquisitiva verdad humana, un caudal de poesía que trata del hombre frente a lo infinito. Que habla del hombre. De qué otra cosa puede hablar un sabio y un poeta como tú, Paco Marquina.

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Que no te engañe nunca
la transparencia limpia de los días
pues estás prisionero en una inmensa cárcel de vacío.
 
Nunca podrás huir de un espacio sin límites,
en donde estás cautivo sin puertas ni barrotes,
sin conocer tu culpa y sin ver nunca
a aquel que te ha encerrado y te vigila.
 
Alguna mala noche
temiendo ser la causa de tu daño,
llegarás hasta odiarte, un poco, cordialmente.


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Es hermoso y rentable
creer lo que plazca.
 
Apuesta tu salario a una fe que te sirva
para un andar alegre.
 
Lo que ocurra después
no importará a ninguno.


martes, 4 de mayo de 2021

Jesús Hilario y Tundidor. Y amigo.


Día uno de junio (de 2019, el último año entero que vivimos) feliz como siempre Jesús Hilario recibió el homenaje de un buen grupo de amigos. A la puerta de El Alambique recibimos la foto. Aún estaba Maxi Rey. La vida y la muerte son implacables. Cuando le dije que era manchego me recordaba sus tiempos en La Mancha, en Puertollano, con el vino como única diversión. Y la poesía. No le gustaba mucho su labor. Solía hablar de su exilio laboral forzoso en un pueblecito de Salamanca con una araña como única compaña, que cada tarde descendía hasta el escueto escritorio de la mesa. Decía que dejó de verla cuando llegó el amor que esperaba. (Y todos sospechábamos por qué). Le recuerdo bailando juntos una jotilla en La Alameda de Soría cuando el Expoesía de 2015. Le gustaba hacerse fotos tanto como saludar con un gesto del tirolés al terminar las lecturas. Y sus ojos, tan cuidados, tan descuidados. Un día le pregunté cuántas veces había recitado Mara Belén. Que no le cansaba, respondió. Un zamorano, un poeta, un hombre. Quiso y se hizo querer. Larga vida y buena obra. Jesús Hilario y Tundidor. Y amigo.