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Manuel Cortijo |
El albaceteño residente en Madrid,
Manuel Cortijo Rodríguez (La
Roda 1950), nos ha ofrecido en este mes de junio pasado y coincidiendo con la
Feria del Libro madrileña su segundo libro, el titulado
Los dones de la luz. Manuel es poeta amplio en el tiempo. Comenzó a
dar a conocer sus poemas durante los años finales de la década de los setenta,
en plena transición política, aunque luego, según suele reconocer, se recluyó
en un silencio editorial, que no creativo, el cual redujo al conocimiento de su
círculo más intimo los frutos de su producción. Hasta que en 2012 rompiera el
molde con la edición de
Memoria de lo usado, que editado por la Diputación de
Albacete agotó sus dos ediciones. De aquella su primera entrega, de aquel territorio
elegíaco y necesario, se hizo eco en su momento
Mientras la luz.
Editado por la joven, agresiva y castellano-manchega
editorial Lastura, el libro viene prologado por la profesora Rocío Alarcón, que
disecciona con cirujana sencillez los elementos formales y de intención que
configuran este nuevo libro del poeta rodense. Un prólogo que dignifica el
ejercicio, un prólogo que explicita la arquitectura de la propuesta, y
que describe el aliento que lo aroma. Un preliminar que nos incita a la lectura
del texto. Pero digamos pronto que su lectura necesita sosiego, por lo menos el
mismo con el que los poemas han sido escritos. Nada más equivocado que leer Los
dones de la luz con prisas o desatenciones, porque su apariencia reflexiva
puede llevarnos a entenderlo con cierta limitación. Es un libro himno, es un
libro oda y canto, es un libro de búsqueda gozosa, es un libro que, sin forzadas exaltaciones, camina los senderos donde se aguarda. Dividido en dos partes, el poeta quiere fijar en la primera su
deslumbramiento por la belleza, por la luz que la funda, es por ello que lleva el
mismo título del libro; en la segunda -Palabras para ser- cunde la sensación de
que la belleza encontrada, germen de la felicidad, solo existe en la palabra, en la palabra que
sirve al poema, en la que eleva alzándonos desde el suelo de los aconteceres, en aquella capaz de
construir el edificio-cielo en donde hallarse y estar. Que no es otro que el de la
auténtica poesía.
El libro, escrito con el cuidado al extremo con el que trata el lenguaje Manuel Cortijo, parece haber sido levantado en estado de
trance por el pálpito místico que lo sostiene. Hay en él la estructura clásica
de los místicos del XVI. Empeñados estos en la búsqueda individual del
conocimiento y encarnamiento con Dios, con el Amado, y arrebatado nuestro autor en la
sensaciones que le permiten la unión con la Amada, con la Poesía, con lo Bello como religiosa serenidad. Véanse los símbolos: primero la luz como vía purgativa, como esperanza, como deslumbramiento
que señala el camino de la verdad, el desapego de las cosas que no están al
servicio de la búsqueda emprendida; luego la palabra como vía iluminativa, como fe, como
consciente y única herramienta capaz del contacto con el ser superior que
espera, y por último la vía unitiva, la caridad que supone la anulación de la
voluntad propia para la pureza de la unión con la Amada, con la poesía
entendida como culmen de belleza, como territorio de gozo, como alcance y fin.
Los dones de la luz es por todo ello un libro sorprendente,
que vuela en limpidez, extraño en una literatura, como la española actual, anclada en la desolación, la
queja, lo paradójico o lo prosaico. Un libro como un baño en altos manantiales, un libro en
busca de almas gemelas a la del autor, aquellas que todo lo esperan de la Poesía,
de los dones de la palabra. Salvadora, vivificante, reparadora de lo vivido.
Los poemas caminan siempre por senderos que no se conforman con la beatitud de la claridad. Los poemas exigen -nos exigen- el esfuerzo de pureza, personal y de lenguaje, que nos
lleve hasta el auténtico deslumbramiento transformador. Hasta el martirio por. Tentación y esfuerzo de
innegable tensión literaria y espiritual, los cuales revelan lo que la poesía, y su ejercicio,
significa para los auténticos poetas. Que no son otros sino aquellos que al
escribir pretenden ser en la poesía. Vivir lo que ella viva, lo que se viva en
ella. Lean ustedes Manuel Cortijo.
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Entrar en las palabras
A Victoria Díaz
Entrar en un sentir como se entra en un sueño
que pudo o que no pudo suceder,
como se entra en una nube
a por agua precisa,
a un fluir que nos da su lluvia o lo que quema,
lo escapado del aire,
lo que suena y es aire en el que estamos
queriendo ser nosotros
tan propios al hacer de la sintaxis.
Así sólo podremos alguna vez decirnos,
alguna vez oírnos tan sólo en lo que puede
caer desde el idioma y ser semilla,
entrar en las palabras y crecer,
dejar que lo sembrado nos pronuncie
en la otra claridad, la única
que no niega su origen, ni aún el nuestro,
la que ahora nos lleva a contemplar
el misterio que alienta en toda luz
como si cada
luz fuese nueva y nueva su pureza.
Así puede saberse
donde va la emoción a arrodillarse
hasta llegar a hacerse lumbre,
paraíso de fuego en el poema,
fiebre alta del poema, pero
¿dónde va la emoción si no hay palabras
que encontrar en la luz?
¿Acaso sólo
pueden ser las palabras como flores
nacidas en la Muerte que cantó Mallarmé
pour le poète las que la vie étiole?
Si yo supiese ahora qué alianza,
qué luz tomar para decir que estoy
empezando a nacer en lo que escribo,
entrar en las palabras y quedarme
sus sílabas de luz, las de allí dentro,
aún podría ser
que mi vida valiese lo que vale
la vida de un poema.