Si la poesía anda buscando lectores, como dicen, aquí hay un
camino. En estos poemas escritos a carne abierta, a palabra de filo, con los
que José Luis Morales ha querido
contarnos lo esencial: el hombre ante la sospecha de que el mundo va
cercenándole senderos y ha de mirar, sin traición, al único destino. La poesía
aparece aquí como medio y como fin. Igual que el hombre. La única razón de la
existencia es el acto de existir, lo demás son añadiduras, vestimentas con que
procuramos cubrir la vergüenza de tanta fragilidad. Pocos poetas logran
contarlo con la autenticidad de José Luis Morales en este libro temblor. Gracias
por su visita lo titula. La vida, según su poema introductorio, no es un
río, no es un viaje, no es un valle de lágrimas, metáforas de éxito pretérito,
pero gastadas -así las califica- sencillamente estamos en ella de visita, o
ella en nosotros. Lo dicen las servilletas de los bares, atentas a fugacidades
que hay que agradecer.
En palabras del ya ausente Eduardo García: El verdadero realismo
disuelve el velo de las falsas apariencias, revela lo latente pero oculto a la
mirada; esir
retirando capas de palabras muertas, aproximarnos al corazón de la manzana.
Premio Antonio Machado
2016
Así entiende la poesía José Luis Morales,
no como un juego del lenguaje, no como tensión inútil, sino como vector en
búsqueda. Su decir es de palabra cuidada y cierta. Belleza y verdad. ¿Qué más
debemos pedir? Suele, José Luis, dotar a sus libros de un centro neurálgico alrededor del
cual construye. En Gracias por su visita los poemas se levantan provocados por el látigo de una intervención quirúrgica de riesgo. Sin pestañeo se mira al abismo y cunde
entonces la necesidad de no mentirse. Ser poeta no es crear un mundo en donde
refugiarse, sino aceptar el reto y usar las armas con que batirse. Y es este libro un combate en el que las palabras alternan agitación y sosiego, presente
y recopilación de lo vivido. Si las dos
primeras partes Principio de
Incertidumbre y El conjunto de los números
imaginarios atienden al diálogo, encuentros y huidas, entre la “esperada” y
el hombre al que acecha, en el tercero, Galería
de fractales, se incorpora el abrazo al amor gastado por el uso –igual que aquel anillo de El aroma del tacto– que
permanece como razón de subsistencia. Como justificación de una vida siempre
tacaña en ofrecer excusas. La infancia suele ser una de ellas. Una infancia y
un río a los el poeta jamás abandona. Ni le abandonan.
________________
Los viajes
He buscado en
tu abrazo la promesa
que una tarde
con lluvia y luz de Praga
escribieron tus
labios en mi boca
y rubricamos
luego en la pènumbra
de aquel cuarto
de hotel en Caletná.
Fue notario un
espejo con empaque
imperial, y
testigos
–desde el ónice
oscuro de la cómoda–
mi diccionario
checo y tu paraguas.
Hoy tu abrazo me dice que los años
viajados son efímeros,
apenas
la postal de un
ocaso desde el Il Forte
del Belvedere,
el Arno, el Mall ardiendo
de sed,
Prospect Street
o el Potomac
sin barcos… Lejanías,
miradas desde
el eco –luces, huellas
en el viejo
nitrato de plata– del deseo.
Estuvimos allí
y también nos
besábamos.
Pero no era el
amor,
no la humilde
viñeta de los días
compartidos aquí,
bajo estos cielorrasos
ya casi
desconchados y con manchas
de humedad,
territorio de caza del hastío,
nidal del
desencanto, crematorio
de las quimeras,
casa.
Y, sin embargo,
aún
compruebo en
este abrazo tardío que la vida
–sin salir de
estas cuatro
paredes– sigue
hablando
en futuro
plural sobre nosotros
y el tiempo es
nuestro cómplice:
porque algunas
arrugas embellecen
–no llores, no seas tonta– la ternura, cada día más
dulce de tu boca.
De Jorge Luis Borges, de aquel que dijera
que los versos son felices porque son
ambiguos y que un idioma es un modo
de sentir la realidad, aunque tal vez quiso decir la soledad. Del que nos
animaba a no confundir el tiempo con la cronología. Y al que es preciso no olvidar.
Para el primer
soneto, un tema que siempre le apasionó: la dualidad, el no ser del ser y su
presencia. Para el segundo, su fascinación por los poetas que le arañaron: Quevedo
en este caso, de quien pide prestado el último verso y la impiedad,
______________
El espejo
¿Por qué persistes, incesante espejo?
¿Por qué duplicas, misterioso hermano,
el menor movimiento de mi mano?
¿Por qué en la sombra el súbito reflejo?
Eres el otro yo de que habla el griego
y acechas desde siempre. En la tersura
del agua incierta o del cristal que dura
me buscas y es inútil estar ciego.
El hecho de no verte y de saberte
te agrega horror, cosa de magia que osas
multiplicar la cifra de las cosas
que somos y que abarcan nuestra suerte.
Cuando esté muerto, copiarás a otro
y luego a otro, a otro, a otro, a otro…
(De El oro de los tigres, 1972)
A un viejo poeta
Caminas por el campo de Castilla
y casi no lo ves. Un intrincado
versículo de Juan es tu cuidado
y apenas reparaste en la amarilla
puesta del sol. La vaga luz delira
y en el confín del Este se dilata
esa luna de escarnio y de escarlata
que es acaso el espejo de la Ira.
Alzas los ojos y la miras. Una
memoria de algo que fue tuyo empieza
y se apaga. La pálida cabeza
bajas y sigues caminando triste,
sin recordar el verso que escribiste:
Y su epitafio la sangrienta luna.
Teo Serna es algo
más que un poeta manchego, es un creador en llamas. Y dueño manifiesto de
una prolongada pasión por la belleza sonora, cromática, matérica. Artista
total, ningún campo es indiferente a su capacidad de indagar, de escarbar, de
excavar que tienen sus ojos de incendio. Bajo una apariencia disimulada de
normalidad se esconde uno de los espíritus más sensibles de la llanura. Poeta
visual, ilustrador, narrador de lo invisible y lo paradójico, sus obras, aunque
conocidas, esperan su esparcimiento. Porque enriquecen. Sabio, ha bebido y
sigue saciando su sed de la tradición para, tras un giro de muñeca delicado y enérgico, trasladarla más allá de la línea que algunos llaman horizonte. Y a la que después
rescata transformada. Revuelve con furor infantil lo conocido para averiguar
las traiciones, reparar los sollozos y añadir interrogantes. Ahora termina de
publicar en una editorial de referencia –la Biblioteca Añil Literaria- su último libro de poemas Phaebus habla. Extrañamente y en puridad, un libro de poemas a la manera clásica. Y digo extrañamente porque Teo Serna
escribe poesía en cualquier manera, mientras prepara sus collages, escucha
música, altera la realidad con sus poemas objetos o sueña sus provocaciones.
Ceñido a la conveniencia de las formas en esta su entrega última, Teo entrega
su yo demiurgo -Phaebus, Apolo, la luz, Febo, el sol- a un diálogo con la
creación y su misterio, con aquellos que removieron el plomo en la intención del
oro. Alquimistas, nigromantes, saludadores, espiritistas… espíritus renovadores
de la realidad, o que alborean nuevas realidades. Y todo, aquí está la novedad, contrastado con el aliento de lo cotidiano y su ternura.
El libro consta de 36 poemas con Phaebus, el trasunto de Teo, como protagonista. Tanto en la vida de a diario (Phaebus tiene tos, recibe un regalo, visita la luz de su infancia, acepta su soledad nocturna, el afán de una gotera) como en sus conversaciones con los personajes históricos o literarios-cinematográficos que le sobornan (el mago André Feridón, Brueghel el Viejo, Pigmalión, Nosferatu…), Phaebus, quiero decir el yo poético y vital de Teo Serna, habla de sí en este libro. Habla y de su boca, que es un jardín agostado/
con ortigas y rosas secas, sale un colibrí. Por el alma del libro se pasea la
sombra de un tiempo en retirada. De un tiempo cuestionado. Lo escéptico en lucha con la decisión
de esperar. En esta ocasión, y en comparación con libros anteriores, el poeta refrena la excitación de su lenguaje. Lejos ya de las provocaciones juveniles y sus
retorcimientos, es posible descubrir que desde el sosiego el berbiquí de la reflexión
vital es más agudo. Y la luz desprendida por lo débil y minúsculo más intensa.
Libro de madurez en el que el poeta pasa del deslumbramiento externo a la introspección.
Nada nuevo. Trashumancia que en ocasiones se le hace al poeta, a
todos los poetas, obligadamente necesaria. Es el caso. Libro por tanto
complementario, que en ningún caso niega al explorador –hay poemas que lo
relatan, que lo siguen relatando– que le habita, pero que abre ventanas en el pecho del hombre
que sostiene al hacedor en llamas que es Teo Serna. Para eso sirve y nos sirve
la poesía. Para respondernos.
Quién
es el público y dónde se encuentra?», se preguntaba el siempre lúcido Larraen uno de sus más conocidos artículos. Se preguntaba,
obviamente, por el público teatral, un receptor cuya actividad requiere
bastante menos esfuerzo que la del lector, porque mucho más pasiva y más cómoda
es la simple tarea de escuchar que la de leer. Hoy en día, si la pregunta del
buen Fígaro se hubiese referido al lector de poesía, quizás se habría limitado
a subtitular su artículo:«¿pero hubo alguna vez lectores
de poesía?». La especie a la que
pertenece el lector lírico es más bien evanescente y está marcada, desde sus
más remotos orígenes, por la indefinición. Puede que sea posible trazar el
retrato robot del lector de best-sellers, pero sería imposible hacer lo mismo
con el lector de versos recurriendo a datos tan concretos como su sexo, edad,
clase social, oficio, condición o nacionalidad.El lector de poesía es una entidad brumosa, una entelequiacuya existencia sólo puede postularse
recurriendo a una premisa evidente, que a su vez conduce a una conclusión
discutible: si la poesía existe, ha de existir necesariamente su lector, porque
de lo contrario el hecho poético carecería de sentido.
Hoy, en efecto, abundan los poetas, se multiplican las
antologías, proliferan los premios literarios, se suceden, hasta la
extenuación, los títulos de poesía...; ysin embargo el presunto lector
no aparece por ninguna parte. Sólo en el ámbito de la lírica,
mejor que en ningún otro, podía ocurrir semejante paradoja. De la abundancia y
diversidad de las antologías o de los premios -sean florales o no- hemos dejado
ya constancia a lo largo de algunos capítulos de este libro.En cuanto a la abundancia de poetas, es una realidad tan palmaria
que no es preciso insistir en ella. Cabe suponer, en cualquier
caso, que semejante superpoblación de autores ha sido una constante a lo largo
de todas las épocas de nuestra historia, pese a que las nuevas redes sociales
hayan contribuido en nuestros días a hacer aún más denso y farragoso ese censo
inagotable.Bástenos recordar que ya
Cervantes, en su muy olvidadoViaje del parnasoelaboró, con su inimitable
vena satírica, una nutrida nómina tanto de los buenos como de los malospoetas de su tiempo. A los primeros los elogió, y
a los otros, a quienes describe en «apretada enjambre», los despreció y les
dedicó algunos tercetos tan sabrosos como el que sigue: «este muerto de sed,
aquél de hambre;/ yo dije, viendo tantos, con voz alta: / -¡Cuerpo de mí con tanta poetambre!».
Los
poetas siempre estuvieron ahí y ahí continúan, incombustibles, desafiando al
tiempo y a las modas, resistiendo a la indiferencia de los lectores, a la
erosión del tiempo y al afán profético de algunos críticos literarios. Unos
andan buscando un hueco en las antologías, otros buscando un hueco en el mundo,
y otros, más ambiciosos, buscando un hueco en la posteridad. En definitiva, muy
pocos son los que han quedado y menos aún los que quedarán, pero a pesar de
todo, fuera del ámbito de las aulas o del entorno de los propios poetas,¿quiénes son los lectores de poesía?Los autores que han alcanzado la
categoría de clásicos, ya sean antiguos o contemporáneos, gozan al menos del
privilegio de que, al menos en época de exámenes, sus libros estén «si no bien
entendidos, siempre abiertos» sobre los pupitres de las aulas; pero el resto,
que son casi todos los demás, permanecen en esos largos arrumbaderos que son
las estanterías del olvido.
Y sin embargo,cuanto más esquivo se vuelve el lector, más afanosamente escriben
los cultivadores de la lírica. En una extraña e inexplicable
paradoja, puede afirmarse quelos poetascrecen en relación inversamente
proporcional a su número de lectores. Están ahí, ocupando un espacio propio (o
ajeno); ruedan por las antologías o por las páginas de unas revistas que
tampoco se leen; recitan pertinazmente en tertulias cuyo público fiel está
constituido siempre por las mismas caras, que se repiten de acto en acto y de
temporada en temporada, como si se tratase de un decorado silencioso y portátil
que forma parte del atrezzo lírico;se dejan ver en círculos que
suelen ser cerrados y en ocasiones viciosos, e incluso a
algunos ya se les ve paseando orgullosamente con su propia estatua de la
mano...
Los poetas y sus obras
son, evidentemente, la parte más visible de un edificio construido sobre unas
columnas demasiado frágiles que son las del lector. El problema, por tanto, no
es que existan demasiados poetas sino que no haya lectores que, en una
proporción adecuada y necesaria, sean capaces de absorber sus obras.Las escasa tirada de las ediciones poéticasmuestran queel destino de los libros es, en el mejor de los casos, los
almacenes de las editorialeso
los sótanos de las instituciones que los financian. Hay quien ha calculado, en un número de entre doscientos y
trescientos, la cantidad de lectores de poesía: un número que parece
razonable, aunque de ellos habría que descontar a aquellos lectores forzados
que, en los distintos niveles de estudios, son obligados a leer por exigencias
del programa; o habría que descartar igualmente a los vecinos, amigos y
parientes próximos del autor, que leen (o dicen leer) por cortesía o
compromiso. Pero de ese reducido número habría que descontar asimismo a los
propios poetas que parecen ser, en el fondo, el único destinatario real de este
quimérico mercado. Y no obstante, si tenemos en cuenta que entre ellos hay
algunos poetas que un día decidieron leerse sólo a sí mismos, la cantidad de
lectores se reduciría considerablemente.
Aunque resulte
sorprendente o paradójico,los poetas no son buenos
lectores de poesía, es decir, no son buenos lectores de la poesía de los demás,
y menos aún a medida que el poeta va refugiándose en la burbuja aislante de su
propia hornacina. Los poetas, como todos los escritores, quizá por vanidad o
por saturación o por cansancio,son
lectores viciados y, antes que leer a otros, prefieren ser leídos por los otros.
No obstante, en un supremo esfuerzo de generosidad, están dispuestos, quid pro
quo, a leer por la ley de la reciprocidad o del intercambio. Pero en la baraja
de prioridades de cualquier autor, no está tanto la de leer como la de ser
leído.
Las editoriales, sin
embargo, no dejan de editar, aunque algunas veces acaban agarrándose a la ubre
de los premios para salvar sus arqueos anuales, manteniendo así una ficción que
se alimenta con su propia quimera. Una ficción que sólo viene a demostrar,
finalmente, queexisten los premios, que
existen los libros, y que en consecuencia existen los poetas y los editores,
pero no necesariamente que exista el lector. La labor de los clubs
de lectura de algunas bibliotecas, la de algunos talleres de escritura o de
algunos colegios y ciertas universidades, pretende difundir la poesía entre los
esquivos lectores,bajándola desde sus torres
marfileñas al aire de la calle, sacándola de sus estancias
palaciegas para acercarla a las plazas, donde al fin y al cabo nació antaño con
timbres de música juglaresca. Pero ese lector tal vez tiene la impresión de que
la poesía, en la actualidad, no le habla de su mundo y de sus cosas, y tampoco
en su lenguaje, por lo cual suele mirar para otro lado...
Y sin embargo, sólo la existencia de ese improbable lector le da
sentido a la escritura. Imaginar una literatura sin lectores es, ni más ni
menos, como imaginar un edificio sin cimientos o sostenido sobre columnas de
vidrio, es decir, una fantasmagoría o una construcción en vías de derrumbe. Tal
vez, como concluía Larra en su artículo, puede que,al igual que el público, el lector sólo sea un mero «pretexto»
para escribir, lo cual no presupone que dicho receptor haya de
existir realmente: «El sastre, el librero, el impresor, cortan, imprimen y
roban por el mismo motivo (...) Yo mismo habré de confesar que escribo para el
público, so pena de tener que confesar que escribo para mí».
(El presente texto, tomado del suplemento Artes&Letras del ABC de Castilla-La Mancha, forma uno de los capítulos del libro de Pedro A. González Moreno "La musa a la deriva", Un mirada sobre el panorama poético actual (y tal vez de siempre) que obtuvo en 2015 el premio de Ensayo Fray Luis de León de la Junta de Castilla y León).
Íbamos tan deprisa, íbamos tan sin peso
como en los días mejores. No nos dio tiempo a ver
las luces, la mediana. Un fuerte olor
a neumático ahí, el reventón que deja la humedad
del llanto. Pasaron aún más rápido
la infancia, gestos, rostros: esa película
muda, una tragicomedia
sordamente escuchada, con pequeños subtítulos.
Y piensas que,
si morir fuera esta como improvisación
cualquiera, quizá valiera la pena tanta
velocidad. Dábamos vueltas y vueltas
de campana, todo girando. ¡Estábamos tan,
tan solos,
tan hondamente hundidos en nosotros mismos! Solamente
tú y yo, y al fondo el gran silencio
del mar. Y en las refinerías
sin pausa, el fuego que arde a solas
también. El humo, el viento. ¿Es que no hay nadie ahí
fuera? –gritaste–. Y tú y yo aquí, lejanos
y aislados, y con este hematoma
de la muerte en los brazos, qué solos ya: más
solos, en fin, que aquellas
alejadas plataformas petroleras, buscando a toda costa
salvarnos,
sobrevivir.
Dijo el Jefe: Lo que distingue al poeta verdadero del poeta
de voluntad es que el primero sabe reconocer los silencios, el lugar donde
guardan. Lo advierte por la sumisión, por el temblor, de las palabras que los
flanquean. Y, zahorí, se detiene. El silencio es un cofre del que mana presente.
El poeta verdadero respeta su estancia, su sosiego. Deja de escribir en el
poema. Goza el fruto. Conoce que el
silencio anotado puede resultar oculto al futuro lector, pero confía en su
lectura atenta, en el placer que supone su desciframiento. El poeta verdadero
no debe oscurecer ni oscurecerse, simplemente saber que no es posible destruir
los silencios. A veces, pocas, el poema le pide continuar.
Dijo Pérez Henares,
al que todos llamaron Chani, que él leyó el libro en Beirut, territorio muy ad hoc para hablar a la muerte. O mirarla. Hizo una presentación desenfadada, como corresponde a un libro que tiene a la muerte por prota, pero sobre todo muy al hilo de su autor, del gran Francisco García
Marquina, el poeta alcarreño nacido en Madrid. El asunto fue en Guadalajara,
a donde se desplazó en pleno la redacción de Mientras la luz, becaria incluida.
Dijo también Chani, que en el libro, aparte de aceptación dialogada, hay también
gotas de sabia ironía y una pizquita de humor, pero sin pasarse. Y estoy de
acuerdo. Está bien salpimentar, pero sin que se enmascare el verdadero sabor del alimento. La sabia mano que Marquina gobierna sabe bien esa armonía. Se presentó, lunes 7, Morirse es como un pueblo ante una
nutrida representación de la inteligentsia de la ciudad. Dijo el autor que el título
procede –mourir est un village– del
belga Luis Scutenaire, y que a él
le parece que sí. Tanto por lo vulgar como por lo que tiene el asunto de
comunitario. Alrededor de una realidad inexcusable, el autor deviene en
consideraciones, no al estilo de tantísimos poetas –ya saben que la muerte es un
universal en el corral poético- sino mirándola cara a cara y llamándola por su
nombre. Sin miedo, sin respeto, negándole el carácter de juicio final, pero
sabiendo lo que de pórtico a la nada significa. Divide al libro en 12 capítulos
a los cuales acompañan doce citas, desde Séneca
a Bukowski, pasando por Cioran y Derrida, con el fin de demostrar que la vida es un préstamo del
cual debemos gastar hasta el último céntimo. Que, como un ejército que sabe administrarse, hay que ir ganándole batalla tras batalla hasta la derrota final.
Sólo así es posible, sabiendo que llegará, aguardarla y permanecer cuerdos. Señaló
que la pérdida de la inocencia es la peor de las muertes, porque es la de la
infancia. Y que en ese morir de cada día que saludamos, hay veces en que el
cielo acelera. El autor nos aclaró que con motivo de un infarto estuvo diez
minutos en parada cardíaca. Que guardaba memoria, dijo, y que aquel momento no
tuvo nada del mítico túnel. Y menos de mística. Tal vez por ello para enjugarlo,
y conjurar los demonios del recuerdo, se repartió entre los asistentes unas
cajas de bombones, que los sedentes agradecieron devorando. Vitruvio ha
editado este libro en paz, este libro de reflexión y cántico, este buenísimo texto que llena de claridad, en lo posible, la zona oscura. Porque la negra existe/ será justo vivir/
leves, libres, banales y valientes, dice en el poema Porque la muerte. Ni tragi
ni comedia, sino en el exacto punto de lo estoico. Por lo mismo, y por
practicar, muchos nos fuimos luego a tomar unos tragos.
Céspedes
Alejandro Céspedes leyendo
Foto: José Luis Torrego
Entre lo ajeno y la piel cabe el mundo y la nada, lo inmenso
añora y busca su memoria de hormiga. En minúsculo recipiente se oculta la voluntad de vivir. Los afueras, los adentros, ecos de esa cajita de música que a la vez nos libera y nos engulle. La ciudad de los otros y el títere que es siempre el individuo. La fortaleza de lo débil. Y la fragilidad. Pero sobre todo la conciencia de que existir es caminar sobre un suelo inestable. Quiero decir sobre la sospecha de un suelo que finge. Sospecha que acompaña a pesar de todos los asideros. Solamente las formas, la representación. No hay fórmulas para construir lo real. Sino incógnitas que los sabios plantean, escriben, duelen. La realidad y el sueño como en sábanas que se pliegan y confunden. Y dejan en sus dobleces atrapada la araña de la posibilidad. O la melancolía. Voces en off se presentó el viernes 11 en Casa del Lector. Vivir precisa actores, lugar. Dimensiones y luz. Escenario. Escribir es solamente un paso que apenas. Tinta de bruces. Vino desde Asturias Alejandro Céspedes. A releer sus “Voces…” de Amargord. Lo teatral, lo subliminal, la intención de lo bello. Cuatro actores, una niña: dibujan, leen, respiran pórtico. Hay un visillo rojo virtual que mueve el viento. Luego, el laberinto de la pantalla y el decir, tan caliente de Alejandro. Ciudades, plegamientos, rosebud, el envés de lo pensado, la soledad desmanejada, papel, papeles, kabaret, el gesto como única salida. Orquesta y solista frente a frente. Frente al fuego. Serenidad del diálogo. Textos, gota a gota, de Voces en off. Imágenes,
imágenes como sabiduría robada a la redes. Fragmentadas, disueltas, laberintos
que explosionan. La ruina como tentación. La poesía de Alejandro Céspedes
abomina de mundos transitados, de los lugares dichos. Una luz-vela encendía su
rostro en la penumbra. Y los textos, negados a la composición versicular, caían
como aceros puntiagudos en los que escuchábamos. Lluvia en off. No una
presentación sino una representación en donde el temblor y la violencia estética
de la pantalla eran agentes provocadores. Y una pregunta ¿con qué palabra
oculta calificar la obra creadora de Alejandro Céspedes? Valdría la de poeta. A
secas. Pero ¿cómo volverla a emplear para otras realidades? Supe luego que Julio Mas había estado a los mandos de la proyección.
Un texto escrito para lectores no existentes aún, un texto que indaga, es preciso indagar, en la representación como la más auténtica realidad. Hay personajes que escapan de una a otra y que regresan. Algo que la humanidad viene haciendo desde milenios, casi siempre sin conciencia: tú, yo, nadie, el otro. Lo que somos.
Acunado por el Tajo, río que aún sigue meciendo su voz,
Joaquín Benito de Lucas nació en Talavera de la Reina, lugar, murallas, puente
y taberna de su niñez. De aquella patria de oficios varios, calles y redes
pescadoras, nace, cada vez más, su poesía. Existen en ella otros paisajes, otras
provocaciones, yo no digo que no… pero aquellas piedras, pero aquellas aguas y
álamos. La poesía elige donde residir. Y si el poeta es verdadero jamás se
opone a su designio. La de Benito de Lucas ha ido ocupando las posadas de la
infancia, los regatos en donde la corriente del río se demora y canta, las
esperanzas y las misericordias, los afanes y los miedos de una posguerra larga.
Sin ignorar, cada vez menos, que el sol busca el oeste, los oestes finales. El recuerdo como emoción y
la claridad expresiva son las coordenadas de su hacer poético. Obra y memoria,
pared y yedra, soporte y testimonio, materia y creación. La poesía de Joaquín
Benito es una tarde calma de agosto, un patio que con la cal dialoga mientras
hojea un álbum de familia.
Con la pulcritud que le es habitual, y a intención cuidadosa de Manuel
López Azorín, ha publicado Eirene La luz que me faltaba, antología de los últimos diez libros de Joaquín Benito de Lucas. Otro poeta manchego, Pedro A.
González Moreno, buen conocedor de la obra del talaverano, la prologa con
decisión y mimo. De ella hemos elegido este poema, uno de los tres inéditos
finales.
Sin tristeza
Yo no sé por qué tengo que estar triste.
El mar es grande, la esperanza espera,
el día se hace largo en los veranos
y las noches inventan nuevas formas de vida.
Pero hoy, es decir, esta mañana
del mes de mayo, cuando los rosales
dejan caer los pétalos
de su primera floración,
me acuerdo de la gente que se ha ido
–y es primavera- de los que dijeron
adiós y ya no están
como mis padres, como mis hermanos
y como yo que un día
no muy lejano cerraré los ojos,
dejaré descansar la pluma con que escribo
e iré a su encuentro. Temo
que no me reconozcan, que no sepan
quien soy, yo que he cantado su vida en muchos versos,
Lleva unos años celebrándose Poemad, Festival de Poesía de
Madrid. No con la envergadura de otros más allá de nuestras fronteras pero con
cierta dignidad. No conocemos sus medios ni sus pretensiones. Suele mezclar
lecturas con mix musicales y alguna que otra conversación entre poetas. Este
año ha tenido sesiones off, esas que se realizan en locales habitualmente poéticos
y alejados del Auditorio del Conde-Duque, su centro solemne.
1
Estuvimos, miércoles y 26, en el acto central. La conversación
–más de 200 personas los contemplaban– entre Antonio Colinas y Pere Gimferrer, Pedro
le llamaba en ocasiones Antonio. Dos enormes del panorama poético español. No hubo
tal conversación, sino dos insulsos monólogos recordando cuándo y cómo se
conocieron. En Barcelona, paseando por la Plaza de la Universidad, intercambiándose
folios, leyéndose. Ya lo saben. Advirtió Antonio que estaba allí para presentar
lo último de Pere, el libro con que regresa al castellano. Siete libros lleva editados
el académico de Arde el mar en los 6 años que preceden. Síndrome de efervescencia
o de cajones vacíos llaman a esto. Escojan ustedes. El presentador, no sin
antes recordar que estuvo viviendo cuatro años en Italia, dijo que Gimferrer
sigue escribiendo bien, que se intercambian libros, que su poesía tiene tensión,
que las palabras cuando las escribe él aportan nuevos significados, que la poesía
y el lenguaje… y esas cosas. Nada grave. Luego leyeron alternativamente. El
leonés con serenidad y tono. El catalán de su No en mis días. Sucediendo
que su débil vocalización y su escaso sentido del ritmo frustraran la degustación
de los poemas, inaudibles en la mayor parte de sus fragmentos. Aunque no fuese
por esta anécdota, el barcelonés advirtio antes de leer de la posibilidad de
que su poesía no fuera entendida. Desazonado,
nos pareció, el banquete de los dos colosos. Aquí pueden ver algo
Entre las lecturas de Pere estuvo este soneto alejandrino
que de yuso rescatamos .
2
Todo lo contrario en Enclave de Libros, viernes 28. Jordi
Doce había preparado una terna lectora variada -poetas con veleidades críticas- que él se encargó de presentar con viveza y sencillez. Para no más de 10 personas. La librería se transformó en un bistrôt. Media luz íntima para degustar exquisiteces. Era condición leer inéditos, mostrar la obra recién próxima de los tres. Una situación idónea para escucharse uno mismo ante otros y poder testar los textos.José Luis Gómez Toré está, al parecer de los oyentes, en un
poemarios con tintes cívicos, donde la inquietud y la perplejidad ante la
situación actúan como trasfondo de situaciones. ni lo confirmó ni lo negó. Hotel Europa dice que piensa
titularlo, aunque hay en él poemas africanos. Es poeta de escrupuloso decir,
tono lírico y tiempo sosegado. Es Walter Cassara argentino, y fue joven posmoderno.
Dijo de él Doce que es crítico de consolidado prestigio, tal vez por eso su
poesía tiene menos audiencia, ya se sabe. Trasplantado a España vive en la
Sierra de Madrid, de ahí que su poemas hablen del y por el paisaje. El hombre
que pasea y dice, el que se asombra y toma notas. Luego habló de la ajeneidad del
sujeto ante el paisaje. Dos mundos otros que se miran. Pero no poesía rural,
como en algún momento del debate alguien tildó para enfrentarla a la que de
dice urbana. Cerró Pilar Martín Gila, de Aragoneses (Ávila), que suele escribir
sus poemas alrededor de un centro de interés. Si en su anterior Ordet, fue el
film de Dreyer, ahora organiza su próximo en torno a la conciencia de lo violento.
De la respuesta ante lo injusto. Y para ello toma a la Baader-Meinhof de los 80
como referente. Lee como escribe, proyectando desde lo íntimo hacia lo íntimo
su voz interior, voz que parece salir de ella momentáneamente para volver a
entrar. Todo es posibilidad futura o ya frustrada, palabras que se mueven sobre
hilos inestables. Dijo Doce de ella en
el coloquio que algunos de sus versos tienden al aforismo, que podrían
aislarse. Ella dijo después que en la poesía, al contrario que en la prosa, no
es precisa la coherencia, que cada plan previsto termina desbaratado. Y puede que tenga razón.
______________
Soneto
Me leyeron las manos una noche de plomo.
Un café de París, oscura pulpería,
fue la noche de dagas que mi pecho pedía
y me crucificó con su espada hasta el pomo.
Tanto mi vida era un diamante romo
que leyó la gitana de Bretón mi sangría
en la linea de vida, desfigurada estría
donde a mirar mi muerte cada noche me asomo.
Porque la vida viene hecha de bataclanes
y el silencio nocturno con fragor de batanes
nos repite lo mismo, como Heráclito vio:
así la flecha tensa, así el arco combado
tiene el nombre de vida y el de la muerte al lado,
Tal vez él no lo sospechara, pero era necesario. No podía
retrasarse por más tiempo la oportunidad de oírse y de hacernos oír. Valentín Martín es un poeta que ha
vivido sofocado por la profesión periodística, a la que se ha entregado con
enorme pasión. Nunca olvidó la poesía, que, alojada en su entraña, ha ido poco
a poco creciéndole hasta reventar en grito. Hasta supurarle. Incorporado al
runrún de los otros a través de las redes sociales, editado en cortísimas
ediciones, poco a poco sus poemas, llenos de referencias, transitados por la enorme ductilidad de su lenguaje, empapados por
la necesidad de apresar los aires y el enigma, caminadores desde una infancia
sin culpa hasta el refugio de la redención, necesitaban sentirse pronunciados.
Necesitábamos sentirlos oralmente levantados. Agitadores, denunciadores. Y
levantados. Y sucedió al fin. Lunes, 17. En Libertad 8. Con un diseño de poesía
musicada que permitió, qué acierto, incorporar a Ana Bella (voz) y José Luis
Hinojosa (guitarra) para así distribuir tiempo y espacio con luz sensible. Ellos
iluminaron la noche hermosa. Hermosa porque
nosotros, todos, estábamos en ella. Y estuvo Valentín tenso en su primera
mitad, en su primera comunión madrileña. Y estuvo Valentín espléndido en la
segunda. Claro, comunicativo, sosegado, audaz. Agotó, ante la petición del
público, la lectura de los poemas dispuestos. Poemas de largo aliento,
demorados en su construcción, entrometidos entre la autenticidad y los
vericuetos del vivir, anotadores de los desasosiegos, bebedores a bruces en los
remansos de la memoria. Poemas nacidos de alguien que vive el día y su
alrededor como un acervo de preocupaciones. Hizo bien, bien, leyéndose,
leyéndonos.
2
Vino fugaz de Albacete, martes 19, Arturo
Tendero a la tertulia Eduardo Alonso
que mantienen Manuel Cortijo Rodríguez
y Juan Pedro Carrasco en la Casa de
la Mancha. Arturo es uno voz consolidada en la tierra de los Llanos, como
gustan llamarse los poetas de Albacete. Tierra que vive una efervescencia
poética fuera de lo común con voces valiosísimas y coetáneas de varias
generaciones. Arturo pertenece a la intermedia, a la que se configuró en el
grupo La Confitería. Tras la ajustada presentación de Manuel Cortijo, la
lectura del poeta, bien seleccionada en el aspecto cronológico, comenzó con un
poema de su primer libro Una
senda de aldeas cotidianas y terminó con algunos inéditos. Es poeta
pulcro, de tono suave, meditativo. Los poemas nacen de provocaciones exteriores
prontamente interiorizadas, llevadas a la solución subjetiva. Por el moldeo de
los poemas, por su atención paisajista, está cercano a la escuela valenciana.
Los hijos y el hogar estuvieron también presentes, y –cómo no- el paso de los
años por la vida. Cuestión melancólicamente tratada, sin desolación ni
angustia. Poeta honesto y claro, ha visto su hacer recompensado con diferentes
premios que le han permitido publicar en editoriales de referencia. Vive dijo,
y muy a gusto, en el silencio de Chinchilla. Para donde escapó con prontitud
acosado por la salida temprana del ave hacia los Llanos. Su lectura provocó la
asistencia de Alfonso González-Calero,
periodista, crítico, y sobre todo promotor que fue, es y será de la cultura en La Mancha,
liberado recién de sus obligaciones laborales. Bienvenido.
3
Eduardo Merino, Antonio Capilla, Antonio Daganzo y Antonio Pastor
Foto Nuci Bahamonde
Escasas veces he escuchado leer con tanta pasión, con tanta
fe en lo escrito, tan agarrado a la literalidad sin dudas de unos poemas tiempo
y tiempo rumiados, amasados, resueltos. Antonio
Capilla logró trasmitir al público de la Casa de Fieras la sensación de
estar ante un acontecimiento, no ante una lectura más. Me impresionó. Jueves y
20. Su libro Piedra de la honda, fue presentado por Eduardo Merino con acierto y prudencia. Había indagado Merino en la
obra anterior de Antonio y tildó los versos de la actual como aguerridos, como
un compromiso que llama a la acción. Nada más veraz. Heredero, el autor, de una
tradición familiar republicana, que deseó dejar patente, los poemas de este su último
libro pretenden ser – en su mayor parte– una apelación a la conciencia, un
revulsivo contra la inacción social, contra el acomodo ante las injusticias. Poemas
de un tiempo en efervescencia, Antonio Capilla inyectó con su lectura extensa un
vigor añadido que a nadie, ni siquiera a los más tibios, pudo dejar indiferente.
Desde el convencimiento, autor y libro parecían fusionarse en su proyectada voz.
No son textos escritos desde la complacencia, sino desde el riesgo del hombre que
sale al balcón para gritar a todos hombres los crímenes contra el hombre que
desde allí se observan. Escribir es también –y allí, en el silencio de la sala,
se ponía de manifiesto como en pocas ocasiones– un necesario descargo de conciencia.
Más allá de la floritura verbal, del gusto almibarado por el estilo, está la reciedumbre
de la verdad sin límites que significa la presencia de la justicia entre humanos. Y
la denuncia del pecado de la dormición, de los que niegan.
Antonio Pastor Gaiteros, compuso tres canciones, bellísimas con poemas del libro, que ofreció, y Antonio Daganzo, ante
la ausencia justificada del editor, puso con elegancia innata el libro de
Vitruvio sobre la mesa.
4
Viktor Gómez durante su lectura
Foto José Luis Torrego
Poca gente, pero atenta, en Enclave. Viktor Gómez, tras presentar su libro Mediodíaen Getafe (Centro José Hierro), volvía
a Madrid para lo mismo. Viernes y 21. Y volverá en unos días a La Casa del Lector
para presentar un nuevo título. Es hombre dedicado en Valencia y full time a la
poesía. A su escritura y a mover las aguas de sus alrededores. Mediodía, el lugar de las luces y las
sombras más definidas, ha sido editado en León, por Eolas, iniciando una
colección –Tercer gesto– que se vende
a 15 euros. Fue presentado a longitud de reloj por Patricia Esteban y por Juan
Hermoso. Señalaron ambos una estructura dispersa, de fragmentos agrupados
al azar. Patricia dijo que puede abrirse a leer por donde se desee, el autor
asentía, que sugiere caminos para quien pretenda. Juan hizo un discurso lírico apoyado
en el parafraseo de los mejores versos de Viktor. Señaló tanto la presencia de
las lecturas y de las citas de poetas mujeres –Julia Castillo en referente-
como la importancia del tiempo –mañana, mediodía, noche– en la intención del
libro. Leyó por fin el poeta, casi una hora después. Y leyó humana y
hermosamente débil. Poemas de compromiso con las gentes, con lo real, con el
lenguaje, digresiones emocionales sobre el hacer poético. Libro plural en
provocaciones, de poemas que tal vez antes de verse allí no se conocían
demasiado. Cerró con este texto-oración: a mí
esperanza la llamo derrota a mi derrota la llamo combate
a mi combate lo llamo
vida a mi vida la llamo nadie nadie somos
todos a todos os llamo mi esperanza.