José Medina
López-Viejo, fue un poeta manchego (Brazatortas, 1832) que logró cierta fama en
aquella sociedad rural del XIX bajo el seudónimo de Vatetardo. Con el tiempo se
fue envaneciendo, silicosis que da el oficio, y como le parecía de poco aprecio
los aplausos de sus paisanos, regodeándose en su capacidad, comenzó a escribir
para lectores cortesanos, que el estimaba de más valor. Oscureció su verso y
espesó su ego. Así, alejándose de las formas y temas populares, sus antiguos seguidores
no sólo le abandonaron sino que se atrevieron a contestarle. He aquí un ejemplo
de ello extraído del diario La Llanura ( Ciudad Real, 3 de marzo de 1875) en el que un lector, que se firma Cantobueno, refleja un sucedido epistolar.
A
José Medina, en pública respuesta
A
ti, tan pretencioso, Vatetardo
de
la palabra corta y lo manchego,
-a
quien leo a saltitos y a escondidas
sin
entender la enjundia de tu verbo-
te
expresé mi inquietud por la angostura
no
sé si de tu voz o mi cerebro.
Después
que por escrito te rogase
que
remediaras tal desasosiego,
por
aliviarme, creo, mi autoestima
-o
la tuya- y a vuelta de correo,
contestaste,
sabido y campanudo,
estas
líneas que suenan a choteo:
“Por ser tan inefables mis poemas,
no precisan, ya ves, tu entendimiento;
no atiendas cuanto dicen: oye, huele
la música y aromas de su verso,
vívelos como viven cada rosa
que da el rosal los jardineros ciegos.”
Y
yo, pobre lector, que con tu carta
por
la página 30 dejo abierto
un
libro muy antiguo, con grabados,
de
Iriarte y del vasco Samaniego,
mirándola
pensé que tu cabeza,
tus
poemas herméticos, tan prietos,
eran
mármol pulido, jardín mudo,
eran
rosas de olor, pero sin seso.
Con mi amistad
Cantobueno
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