sábado, 14 de febrero de 2015

¿Por qué? y otras preguntas


Fotografía de portada de Ouka Leele
 Jueves y 12

    Dicen que esta es la cuarta fiesta y que habrá más. Las tres primeras debieron ser un éxito. Una motivación coyuntural nos animó a sentarnos junto a otros muchos en la planta séptima de El Cortes Inglés Callao. Se presentaba un libro colectivo de prosa y poesía, un híbrido editado por Sial (léase Basilio R. Cañadas) y dedicado al amor -San Valentín, ya saben- con un título acertadísimo: La primera vez... que no perdí el alma, encontré el sexo . Dicen que han sido 62 los participantes atraídos por el señuelo de contar la vez primera. Convocados y organizados por Antonino Nieto. Pueden hallarse en él poemas, dijeron, desde autores como LA de Cuenca hasta el que pesca en ruin barca. Sabemos que todo acude a su razón, pero ¿para qué o para quién se hacen estas ediciones? Y sobre todo ¿por qué producen tanta alegría estos revoltillos? Ramón Pernas dio la bienvenida en nombre de la casa. Habló, habló, habló Basilio. Leyó Antonino un prólogo alborozado de penes y vaginas. Estropeó Roció Castrillo con su lectura los no muy afortunados fragmentos que había seleccionado. Chema Paz Gago dijo que esta alegría era posible por la constancia, la insensatez y la ingenuidad de Antonino, el coordinador. Seguro que sí. Y todos se felicitaron y se prometieron otro para el año siguiente. O saben las respuestas o las siguen buscando. La exposición de LA de Cuenca, que estaba anunciada, no ocurrió.  En medio de todo, y como ilustraciones musicales, David Morello, Eloy Boán y Luis Farnox intentaron salvar el acto. También una chica muy flexible, que danzaba y leía al tiempo, dejó unas gotitas de agua fresca.
Momentos antes de que todo terminase nos advirtieron que el libro estaba a la venta. Aprovechamos el desconcierto para salir.  

 Viernes y 13
  
¿Corta? ¿larga? Teresa Sebastián, la coordinadora en Enclave Libros del ciclo Poetas en la Resistencia, parecía ofrecer al interviniente presentarlo en más o menos tiempo. Él prefirió el exceso. Lo era. Pero sirvió para dejar claro el compromiso del poeta invitado con el lenguaje, y su desprecio por la tosquedad. Y por lo necio. Leyó de su La habitación amarilla (Bartleby), premio de la Crítica de Madrid. No sé si entero, pero parecía. En la lectura: ella, el agua, el gato, la habitación amarilla, el laberinto, los pájaros, las flores. Lo irracional y la contemplación en danza dionisíaca. O lo inconcluso yendo y viniendo en una reflexión introspectiva, pregonada. Y las contradicciones admitidas. Pero dicho todo en continuo, en una salmodia monocorde apenas si quebrada por segundos de silencio; instantes que parecían advertir de la segmentación del texto en la caduca forma de poemas. Aún. Versos dichos en la intención de la monotonía, sin conciencia de ritmo, ¿Por qué? Neutros en entonación ¿inquirían tal vez al intelecto más que al recuerdo, más que al corazón? La rima apareció fugaz y disimulada.  A la izquierda del poeta, la coruñesa Chefa Alonso buscaba con sus apuntes minimalistas la excitación musical, el diálogo. Un auténtico hallazgo, este sí, superador. Contrapunto. Crótalos, metal, cuero y susurro: milagros de improvisación sonora. La percusión que salva, el roce como insinuación, azar frente a letargo.
Más que como petición expresa de disculpa, que puede, nos pareció que la frase final del poeta Suñén  apuntaba al hecho de su lectura, de cualquier lectura, como un acto único, intransferible: Esto -dijo- no volverá a ocurrir.    

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