Recuerdas en uno de tus poemas: γνωθι σεαυτόν, conócete a
ti mismo, el famoso frontis del templo de Delfos. Sigue siendo. Los poemas de
este libro, maduro en certidumbres, que nos has entregado a través de Crátera e
Isla Negra, nacen del equilibrio y/o los desequilibrios del hombre con el
hombre y con el mundo, desde la tentación del individuo que ha sabido conocer
lo que la vida, lo que los otros ofrecen. Un hombre que, casi ya de vuelta, anota con
precisión los obstáculos y las esperanzas de los diarios aconteceres; son
poemas que surgen del hombre que necesita escribir, que destila, que busca
cauce, y que halla en la expresión nadar en seco identidad. La constancia, lo
decidido, el acto de superación como conciencia, como propuesta vital –“En
los brazos maltrechos/ hay jirones de mí”–, y el hecho de nadar, de luchar en la vida, de seguir braceando, aunque a
veces falte la luz. La metáfora del nadador –la solitaria reflexión introspectiva–
ha tenido en los últimos tiempos un lugar primordial en la poesía española, que
tan bien conoces. El libro está transitado, en mi opinión, a más de por una
delicada y sabia emoción metapoética –el poema como asunto–, por una poderosísima
presencia del yo poético, de una primera persona que no confiesa, pero que
advierte del estadio del nosce te ipsum en que se encuentra; aunque en
ocasiones permita con elegancia el tú autorreferencial, ese lugar en donde el
observador y el observado coinciden. El sol ilumina a un hombre próximo al
cansancio de ser hombre, que diría Neruda, a un hombre en pleno examen de
conciencia (hay poemas tan evidentes) en donde la epifanía de la esperanza
aparece siempre con su capacidad redentora (“Sigo al borde mí. / Soy un mapa
menguante/ enclavado en la espera”). Has escrito, poeta José Luis Morante,
contra y a favor del tiempo, a la vez y en sabiendas de que las horas son
aliadas y enemigas, esas mismas que hace días que oímos sonar –“la vida de
verdad…/ encalló en la ceniza”-, pero la luz de tu flexo sigue encendida en
lucha contra los párpados. Eres hombre de búsqueda, llevas muchas palabras (tu
candil de Diógenes) buscando al hombre, a tus contemporáneos, escribiendo de
ellos, comprendiéndolos o al menos intentándolo. En Nadar en seco te buscas,
escuchas a ti en ti, y te remueves. No hay rebelión, mas tampoco sosiego.
Ningún hombre puede estar totalmente satisfecho ni con lo vivido ni con lo no
vivido, y es desde esa extrañeza desde donde se levanta la poesía más cierta y
poderosa. Tu libro vive en esa voluntad de lo no conforme, de que es preciso
indagar, seguir excavando la roca. Porque tan solamente, amigo José Luis, desde
esa insatisfacción creadora, desde esa tristeza inquisitiva es posible vivir lúcido. Digo esto porque más allá
del recorrido discursivo de cada poema, el libro que con tanta fortuna nos has
entregado tiene el pálpito vero del hombre que contigo anda y que no piensa
dejar de habitarte. El que me interesa. Y al que abrazo.
El lenguaje, tu modo de construirlo, la riqueza transitiva con la que dotas a las palabras y lo selecto de su elección son otros de los matices del libro ante los que es imposible pasar indiferente. Digo también de la buena doble casa editora. Pocos se fajan en ello como los valencianos de Crátera. Como digo que me ha sido difícil elegir los dos poemas con que suelo ilustrar
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LA SEMILLA
En la fragilidad de la
semilla
hay un rumor de savia
donde cabe el silencio.
En él escarban futuro las
raíces
y dormitan los troncos
que buscan en el aire
arquitectura.
Somos en la semilla
un ciclo de designios,
y lluvias y solanas,
y pasos que desandan los
azules gastados.
A resguardo del tiempo
y su rumor de tábanos,
en la semilla duerme otra
semilla.
___________
FINAL
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