miércoles, 25 de enero de 2023

Duermevelas 6/X




 

    Escribió José Manuel Arango: La mano/ que ha sopesado un pájaro/ y una moneda/ la que empuñó el cuchillo/ es la misma que ahora/ te toca y te crea. O sea, la que te escribe. Y es que la poesía, nacida oral, exige desde ha mucho ser expuesta a los aires y a los soles. En pasquines clavados a los postes de la luz o pegados en los muros-tapias de las audiencias y las pantallas. Ofrecida al desgaste, a los ruidos, a los cuervos, a la contaminación. Algo que se toma y se da. La poesía es materialidad truncada y un eco permanente, prolongado. Papel que traspasa los nidos y las murmuraciones. La poesía, nacida oral, es un edificio poblado de ventanas o de vómitos, y es un libro-cobijo para los desamparados, para los ingenuos. Un refugio en la mitad exacta de los páramos. Y en el amarillo de los rastrojos, es un pozo de agua fresca, de agua izada a cuerda y zinc. O, como dice Colinas, el último calor con que el sol del oeste tiñe de tibieza piedras y muros. La poesía, nacida oral, es el ojo de una cerradura que extravió la llave, a su través es posible mirar, contemplar los fragmentos de un escenario impasible, y anotar la fugacidad que cruza, la que jamás podremos represar.

La poesía conoció a Vallejo. La poesía odia las palabras inútiles.


Ilustración: Foto de Efi Cubero