Escribo
a vuelapluma. Ha muerto Francisco García Marquina. Escribo desde el mismo temblor de muchos, escribo desde la
amistad que me dio a beber, también desde el acantilado donde el dolor acecha.
Ha muerto un amigo al que conocí tarde, pero intensamente. En él hallé a un
poeta, a un sabio, a un ser generoso. Paco Marquina vivió sin saber todo
lo que era. Lo que los demás le devolvíamos no hacía sino aumentar sus
sospechas. Hace apenas siete días me dijo que su ironía, su sentido del humor o
su sarcasmo a veces, no eran sino máscaras, tapaderas para evitar que trasluciese un yo confuso que le había acompañado durante toda su vida. El no sabría quien
era realmente, pero es la paradoja que nosotros sí: era lo que hacía. Lo que
hizo. Sepan que hizo el mundo mejor por donde sus pies y su inteligencia
pasaron. Lo firmo. Hablábamos sin parar de las cosas del campo, siempre me dijo
que él era un campesino de alquiler, que su juventud urbanita le obligó a
aprender fijándose, que admiraba intensamente las maneras del hombre curtido
por los soles, sus decires, sus manos. Abandonó, tras leer a Cela, la ciudad –y
no como pose retórica– para habitar el campo, parar preñar el río Ungría, para
recorrer la soledades y las gentes de la campiña alcarreña. Este ha sido su
tercer infarto. Del segundo salió débil, muy débil, y él sabía. Tenía prisa.
Biólogo comprometido, fue capaz de alternar su ejercida pasión académica con
las otras, con las sobrevenidas. Hace poco visitamos con él la exposición
fotográfica de la que se sentía orgulloso. Él y su cámara recogieron los últimos momentos
de una España despiadadamente mísera en sus abandonos rurales; aquella de la primera gran huida del campo a mediados de los 60. Hombre también de mundo,
hombre de la amistad con Cela y sus variantes, y a quien dedicó varios estudios
y la mejor biografía del nobel español, quería ser recordado como poeta. Ha
llegado hasta aquí, hasta este siete de enero, con 24 libros de poesía publicados,
desde aquel Cuerpo Presente de 1970 hasta No sé qué buen
color, que presentamos el pasado año, con gran contento suyo, en el
café Comercial. Tal vez por eso estaba tan animado, y tan presuroso, preparando
la antología que de su obra se está trabajando; nacida a sugerencia de Rafael
Soler y bajo el cuido de José Luis Morales y de quien esto escribe. Los tres le
queríamos, como tantos otros, los tres le querremos siempre, los tres hemos
disfrutado juntos de su conversación, de su chispa, de su abrazo y de su compañía
durante muchas jornadas. Los cuatro formábamos el autodenominado Grupo GT.
Ahora puede decirse. Sepan que siento un inmenso orgullo de haber sido su amigo
y de que él me aceptase como tal. Ha dado mucho y bueno. Ha dejado. Va hacia lo
oscuro con las manos llenas. Ha sido alegre y ha contagiado. La tierra, el
agua, el sol, el aire, el fuego lo recibirán como a quien fue, como a su amigo.
Traigo a modo de homenaje el poema con que cierra su
futura antología.
La cuenta, por favor
En los tiempos adversos me contemplo
como un recién llegado a donde nunca
desearía haber ido.
Y en las horas propicias, en este santuario
vivo la confortable simplicidad de estar
sin la penosa obligación de ser
La tarde se ha ido lejos,
donde volver no puede y el porvenir se anuncia
caducado de fecha.
En este Gran Café, he inventado una vida
que es civilmente grata, pero fugaz y ajena
como un amor de paso que tuviera
poco que ver conmigo. Sin embargo,
en las horas paganas vengo al templo
lleno de soledades compartidas
para beber con una lenta urgencia
aquello que me pasa
y yo desconocía.
5 comentarios:
Seguramente desde el dolor te habrá sido difícil escribir este artículo, pero podía más el deber por el amigo y el sabio. Intenso y sentido texto como tú sólo sabes. Gracias.
Hermoso y sentido texto, Paco. Coincidí con él tan solo una vez, en Cazalla, y desde entonces lo he seguido en la medida de mis posibilidades. Me quedé con la impresión de que era una buena persona y un hombre erudito y cercano. Lamento su muerte y tu dolor. Un abrazo.
Hermoso tu sentido texto al literato, pero sobre todo al amigo. Le traté en contadas ocasiones, pero he admirado su talante y su obra, su elegancia literaria, su inmensa capacidad de creación. Se va el hombre, pero pervive en la memoria de sus amigos que como tú, le honran con tan emocionadas y sabias palabras escritas con el corazón. Lo siento, lo siento de verdad y te mando el abrazo que también hubiese querido darle.Su obra pervive.
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Recordar así, de esta manera, a Marqina, al amigo, en el que dejas que el corazón hable pleno de dolor, cariño y admiración, te honra y le honras como se merece. Mi hondo pesar y mi abrazo.
El 30 de noviembre le remití "Jardín Botánico". En la página en blanco que antecede a la de los créditos dibujé un árbol esbelto que extendía sus ramas más altas protegiendo a la luz de la sombra. Le inventé un nombre al árbol, y así escribí a pie de página algo parecido a "Ejemplar adulto de Franciscus Perseverans"; posiblemente añadí alguna característica del árbol (eso no lo recuerdo). Ahora que releo su poesía sé que no equivoqué el nombre de mi árbol. Como en el árbol de mi dibujo, la poesía de Francisco García Marquina continúa protegiendo a la luz de la sombra, ahora desde la verdad profunda de lo ya inamovible. A esa luz y a esa sombra me acojo. Y agradezco tu recuerdo, "mientras la luz" tuya y la suya calman en cierto modo el desasosiego y la tristeza. Gracias.
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