Cristóbal López de la Manzanara, sabes que eres poeta manchego y getafense, tal tu nación y tal tu residencia. Sabes, porque lo celebraste, que hace poco más de un mes apareció El libro de los olores, de tu autoría y reconocido con el premio Nicolás del Hierro 2021. Por esta te digo que es un libro de imágenes sorprendentes, atrevidas, en donde los aromas provocan y ascienden, los paladares se incendian a bocanadas, el tiempo se baña desnudo y un niño mira un cielo de azules censurados. Sueles confesar, como autor que eres, que es un texto de lato origen, que ha venido construyéndose al ritmo de las excitaciones, que te ha acompañado en tus rigores y en desamparos, en tu exaltación y en tus regresos. Tiene el tacto sutil de un diario, de un dietario que ha sido arrumbado muchas veces -y otras tantas encontrado y reconocido-, pero nunca en el rincón donde la sombra. Y menos en los viajes, bien sean en el espacio o en el tiempo. Tiene el tinte de un cuaderno de campo. Dice bien tu amigo, tu buen testigo, Teo Serna, que beben mucho sus versos de la tensión surrealista que te generan las hondonadas de las sinestesias, a las que con fragor te entregas. Estoy de acuerdo, esa confusión de olores con colores, de ruidos con emociones, de cervezas y alegrías, de sentidos, del tictac del corazón con los recuerdos, esas constantes metamorfosis que caminas, y a las que el lenguaje se debe doblegar (y se doblega) porque está subyugado con nobleza. Se extiende por El libro de los olores un rumor de biografía impresionista, hecha a pinceladas firmes, prontas, y tonos delicados, sin dibujo previo. Si en la primera parte todo es intuición, paseo, instantes captados, soles amarillos, un niño que apunta al cenit con su dedo, un hombre que mira su interior y lo descorcha; en la segunda el poeta que eres, abre el estuche de su existir manchego, su elixir, y vuelve a la mística de los paisajes: rurales, urbanos, de infancia o plenitud. Siempre has sabido, intuyo, el libro que querías escribir, siempre has sospechado lo que deseabas decirte, siempre has llevado un bloc de notas en el bolsillo… por si la vida y sus colores, y sus amores, y sus olores. Por si el humor y la ternura. Por si el dominical de un periódico no fuera capaz de soportarte durante todo un festivo encerrado. Sé que estás en diligencia con la poesía, con afanes y prisas, que procuras devolverle todo cuanto te da (te dio y te dará), que el final de Cuadernos del Matemático, que tanto te ocupó con Ezequías y Matías, no ha sido sino abrir puertas a otras aventuras. Esta de tu libro reciente ha merecido la pena. De lectura deliciosa y transitiva, provocadora.
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