lunes, 22 de noviembre de 2021

Carta pública a y dos poemas de: RAFAEL ESCOBAR

 



    Rafael, ese niño
a destiempo que te vive debe haber intuido desde sus pocos años qué es la poesía. Y te araña y provoca. Dile que tú desde hace tiempo también sospechas. Dile que sabes que es un acto de lenguaje que necesita encarnarse, que necesita un cuerpo y su verdad para ser voz que diga. Y dile que Lover, lover, lover es un gesto de ternura, que el deseo es un chopo desnudo en busca de cielos, que un verso jamás puede ser simbología oscura sino trazo de silenciosa claridad. Porque así está escrito este poemario de título cohen, este tercero que levantas en Tigres de papel. Conozco tu decir y sus modos desde aquel Todo el mundo debería ser apedreado que me proporcionó Pedro A. Y tú, que nunca fuiste poeta oscuro, de abstracciones, estallas en poemas tan cuidados, tan abiertos, como devastadores en su armonía y su tensión. Por su intención. Hay además un aire nuevo en la arquitectura con que alzas: un gusto por los huecos, rincones en donde la elipsis halla refugios, asimetrías que orean, lugares ya no subordinados. Este lover, este amante, este tú que tanto te acompaña y te invita a introspecciones, este amado al que tanto cuestionas y te cuestiona, esta carne en la pureza del deseo y la entrega, este cuerpo que anhela algo más que lo deleble, vencido de tanto desistimiento, vencedor de la espera, esta mano transparente que te mira y escribe -todos- saben lo que quieren decirse. Sentados que parecen en la enea y al fresco de una noche de verano, hablan. Hablan del que busca el amor y el que teme perderlo incluso antes de encontrarlo, de la fugacidad hermosa del momento, de cómo vivir en lo amargo de las despedidas y su desequilibrio in/soportable, de lo que vuela y agoniza, de tanto aliguí con que la vida juega sin misericordia con nosotros. Hablan de poesía testimonial con displicencia, del poema como alivio, como cuarto del sirocco donde esperar el paso de la tormenta, de desórdenes frágiles y de horizontes que pueden ser habitados. Hablan de la contemplación serena del cuerpo amado, de la plenitud hallada, hollada: “lo abrazo y no pesa”. Y todos eres tú, primera o segunda persona, diciéndote, escuchándote, preguntando de vez en cuando al niño “que quería ser dolor y ser belleza” y hoy vive la dualidad de las esperanzas y las pérdidas, que viene a ser lo mismo, y se precipita en el recuerdo, y en el poema –Coney Islan baby, por ejemplo– tensa su paisaje emocional hasta la concentración de disparo de sus últimos versos. Saben todos que el amor será borrado, sea cual sea su belleza, que su épica es tan solo el instante, pero merece. Alguien pasa y les dice que han escrito un libro tierno, hermoso hasta los límites, denso de frutos, recogido y extenso, de palabras que campan entre el tiempo y la plegaria, palabras buscadoras de labios que saben de los escombros de la felicidad, pero que siguen dispuestas a internarse en los desiertos tártaros donde crece lo amado, ese estado de excepción. La lluvia como alegría. Los valientes sueños.

      He querido elegir estos poemas. Lo aprensible y lo inaprensible. Lo requerido, la hoz del viento.

 __________________

Señor
 
Señor,
vengo a pedir la mano de su hijo,
con mi hambre, con mi vergüenza,
con ese impudor
con que cree que la felicidad aún lo nombra
un corazón pobre,
lo quiero tanto
que siento que el amor se me hace genealogía,
que yo también lo hice hombre
con la valentía de mi sangre,
que me creció del pecho
como trigo de la flor de un milagro,
lo abrazo y no pesa,
aro de punta a punta su piel
y es como si me columpiara
en el reino más secreto del aire,
conozco su dolor,
su tristeza que le hizo sentir
que en el roce de dos cuya tierra es el extravío
se nos abre hoy
un aliento semejante a la esperanza,
deme su bendición, Señor,
con mi avidez, con mis ojos
de huérfano definitivo
vengo a pedir la mano de su hijo.
___________
 
Vergüenza
 
¿Vergüenza? Jamás.


Pero al menos suscita
cierto temor incómodo
que alguien tuviera tanto poder sobre ti,
que te rigiera
quien nunca probó tu abrazo,
que fuera dueño
quien llevando su deseo a otro labio
te estrechó
hasta sentirte tan débil
como quien confundió
su verdad con la belleza de otro.
 
Más sabes que no hay derecho a tu queja.
 
Finaliza de nuevo el amor
y deja intacta tu soledad,
pero también la gracia mejor de tu suerte:
enamorarte de quien pudiendo
ser el vértigo y la ruina
te deja partir de su vida sin daño.

 

7 comentarios:

Pedro Torres dijo...

Excelentes la carta y los poemas. Me haré con el libro.

fcaro dijo...

Y harás bien.

imgar1@hotmail.com dijo...

Excelente la carta y los dos poemas. Un abrazo. Isabel Montero

fcaro dijo...

Isabel, hay poemas intensísimos en su formalidad y en su intención.

miguel ángel dijo...

"un verso jamás puede ser simbología oscura sino trazo de silenciosa claridad"
Hay claridad en los versos, en la carta, en el amor a la poesía... La precisa claridad de la belleza. Mi abrazo.

fcaro dijo...

Esa es una de las constantes del libro, la abundancia del pálpito manifiesto y la ausencia de abstracción castradora, Miguel Ángel.

Rynaldo Fortoul dijo...

Me gustaría tener un ejemplar de tu libro