martes, 9 de marzo de 2021

Poetas de en Madrid / 2 / Laura Gómez Recas

 


       



       Buscadores. Anhelantes buscadores. De la felicidad, del sosiego, de la belleza. Qué otro oficio puede definir mejor a los humanos. No basta respirar para vivir la plenitud. Ni habría poetas sin ese afán de perfección, sin esa tensión. Laura Gómez Recas, poeta, lo tuvo claro cuando las cosas, que parecían calmas y fértiles, atisbaron, allá por 2011, vientos, piedras, los ventisqueros o la aridez, las tormentas de barro o las negaciones. Dice en la “nota de autora” que abre Zahoríes, así titula, que tras aquella crisis, aún no resuelta, vio cómo se abría ante nosotros un periodo sin futuro, cómo estábamos apuntados por un arma cargada con la desconfianza. Y se deshizo en poemas como respuesta. Poemas que le llegaban en cualquier lugar y ella signaba con ávida premura. Prontos generados por la rabia unos, por el desconsuelo otros. Impulsos abocados a la sazón del poema. Así fue creciendo Zahoríes, con el nervio de lo inmediato, con la verdad de lo sobrevenido. Para contar los años de hierro de la década pasada, Laura escribió y guardó, Laura sintió y escribió. En algún sitio, se preguntaba, debe existir la rendija que nos salve. Y no como refugio ante lo oscuro, sino como grieta manantial. Debe haber un lugar de donde surja remedio al aire triste, se debió preguntar. Lo buscó con y por la herramienta del poema: esa horquilla nerviosa que el zahorí, que el poeta, adelanta y ofrece. Perfecta alegoría del que procura con fe. Tal vez pensase es posible vencer la fealdad de lo injusto que reside en las cuevas del desierto (y cito sus palabras): busquemos, busquemos agua, busquemos ser. Así nació Zahoríes. Digo ahora que en él la voluntad de la poeta se impone, dúctil, dura y fértil, y en un decir pleno de armonía y cadencia, atiende a la dicotomía de los adentros y los afueras. El afuera como agresión, el adentro como posibilidad. Son poemas serios, intitulados, de rigor, teñidos en ocasiones con los negros de Goya en la Quinta del Sordo, desafiantes, denunciadores, prestos a la batalla. Caminadores sin miedo de lo paisajes que el combate ofrece. Los restos de cuanto fuimos. El símil del mar de Aral, la antesala del desastre que nos espera como sociedad, cunde por el poemario. Léase: el desierto moral y estético con el que nos avisan, una vez y otra, los horizontes. Y, hay que decirlo, esa pequeña linterna que abre en los poemas finales, no logra hacerme olvidar como lector lo visionario y avisador que habita este Zahoríes. Queda intacta, eso sí, sus llanuras de advertencia, su grito de que sólo el individuo, si se busca, socrático, es capaz de salvación. Hay libros útiles. Este es uno. Para eso están las poetas. Para eso están también las poetas.

Qué bien está editada por Huerga y Fierro –en estos tiempos aún más duros de aquellos en los que fuera escrito– esta búsqueda, este testimonio, este sentido de vida, esta acera, esta estrategia para sobrevivir, este yo de labio y dudas que advierte y busca entre lo calcinado, entre las cosas y las gentes, este libro.

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Hacía mucho tiempo que no escribía
con el tacto amado del grafito.
Despojando al papel
de su reputación impecable,
hoy vuelvo a embadurnar
las llanuras inmensas de lo blanco.
 
Despertaron ayer las mariposas
al fondo de un inhóspito pasillo
y hoy son letras volátiles
que visitan cada página
con la melancolía de lo ingrávido.
 
Somos ciegos a tiempo parcial,
intachables esclavos,
crustáceos en la mar oscura de la ciudad.
Bajo tierra, el bullicio es inaudible:
el latido en las tónicas de un texto,
el manantial de sangre que circula entre los libros
la libertad vertida en las aceras
que se escapa con la futilidad de la ceniza.
 
Bajo tierra, la mandrágora prospera
y el mundo suena con un eco de escafandra,
con un bombeo metódico
que dispersa el color y lo hace noche.
 
Casi no respiro, casi, entre la blanca adelfa,
pero el invierno es cálido y amable,
y sobrevivo de nuevo
en esta oscuridad tan invisible.
Me miran, me hablan
y nadie gime al ver la poza abisal
que ya me separa de los vivos.
 
Ahora que todo el mundo
sabe de la terneza aguda que me afecta
no tendrá sentido volver hacia la luz.
Hay un erial enorme entre mi corazón,
casi parado
y el tránsito magnífico del sol.

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La poesía es una terminación nerviosa
de mi cuerpo
en estado de descomposición.
Determina el coraje
que siento frente al mundo
y establece los vínculos soberbios
que ligarán la lluvia de mis ojos
a la marchita heredad de mi futuro,
a las arenas impávidas
que rodean mi sangre
y sepultan la fronda
que alberga mi interior.
 
Carne de mi carne
cada verso altera el ritmo de la asfixia,
cada verso es abono, venero,
voz escrita,
mi propia voz al borde de la muerte.

11 comentarios:

Pedro Torres dijo...

Ayer oí el podcast (¿se dice así?) del programa de Aaarón García Peña con Charo Fierro. Luego fui a la página de la editorial para comprobar algunas cosas; me encontré a Gómez Recas; vi que le presentaba el libro Rafael Soler y leí el aperitivo: "Resiste la transparencia a lo injusto del tiempo, / al infeliz soporte de la ausencia / donde la muerte anida y llora el cielo. / Sin esperanza, / sin más aliento que el color terco de la vida". Por esas dos razones lo encargué.

fcaro dijo...

Y bien encargado está. Laura se compromete en sus razones. Es un libro serio y tenso. Trasmite. Me parece sorprendente que en las citas coincida la palabra "injusto" como símbolo de un tiempo que exige rebeldía.

Ana Garrido dijo...

Laura tiene ojos y mirada de poeta. Sabe mirar y mira, habla con la luz y teje poemas vivos, necesarios. Loados sean los dioses que nos permiten gozar de su palabra.

fcaro dijo...

Todo nuevo libro de poesía es siempre una celebración. Este también, Ana. Bien lo dices.

Laura Gómez Recas dijo...

Querido Paco,

te doy las gracias por tus palabras, por tu lectura, porque, siendo como eres venero de cristalina savia (siempre lo fuiste para mí), le haces este regalo a ese volumen de 60 poemas y un epílogo que Huerga y Fierro tuvieron la valentía de editar en plena pandemia.

Se gestó en tiempos difíciles y nació para el mundo en otros más difíciles aún; sobre todo, para un ser de papel y tinta que precisa de la voluntad de otros para existir. Gracias por esto, Paco, por tu voluntad y por haberle dado vida con la lectura. Él sabrá siempre que lo desentramaste, que indagaste el por qué y el para qué. Porque, quizás eso, es lo fundamental de su mensaje.

De modo que mi gratitud va más allá, mucho más allá, como bien decía el Caballero de la Triste Figura en una de sus extraordinarias disertaciones: “Que, mía fe, señor, el pobre está inhabilitado de poder mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la posea, y el agradecimiento que solo consiste en el deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras”. Así pues, como él, espero poder corresponder.

Angeles Fernangómez dijo...

Genial, Paco. Y muy justo. Además de buen poeta, qué labor más buena llevas a cabo para con la Poesía.

Ángeles Fernangómez dijo...
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Ángeles Fernangómez dijo...
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Ángeles Fernangómez dijo...
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fcaro dijo...

Laura, solo he dejado constancia de un libro que transparenta tu estado de ánimo como pocos. Y tu voluntad de búsqueda. Que el símbolo del agua representa como salvación espiritual. Y sí, el hecho de que Huerga y Fierro siga editando en estos tiempos es un signo de profesionalidad y bien hacer, como otras editoriales que conocemos. Del Quijote ¿qué decirte? Disfruta la presentación.

fcaro dijo...

Ángeles, qué alegría verte por esta casa. Cada uno tiene su lobera particular. Me gusta sentir cerca la alegría de los demás. Me alegra. Gracias.
(Nota: Tu comentario había aparecido cuatro veces, he eliminado tres. A veces pasa.)