miércoles, 3 de junio de 2020

Carta pública a y dos poemas de Valentín Martín

Valentín Martín (Foto MA Yusta)



Carta Pública 
    a Valentín Martín

     Por El gen inviolable

         Al fin querido Val, visto los sucesivos aplazamientos del acto de presentación, nuestra común Lastura, procedió –a petición mía– a enviarme el libro a Piedrabuena en cuanto Correos comenzó a funcionar. Y me acompaña.

          Ese gen que parece no sufrir mutaciones es el tuyo. Indudablemente. Este gen no se deja avasallar, no admite sugerencias improcedentes, no cambia tu postura ante lo dado: es el tuyo. Defiende una de las corrientes de la crítica literaria, yo no soy crítico, que los libros no deben abordarse desde la biografía del autor, sino desde su ausencia. Ojalá pudiera, pero tengo la desgracia/fortuna de saberte, de conocer las sumas de la vida que has querido contarme. No es el caso ahora, ya hablamos un poco de eso en el prólogo de tu libro de crónicas “Vermut y leche de teta”, pero es que, en esta entrega, tu gen reaparece con fuerza después del pasado “Paliques de paloma” en que decidiste un espléndido ejercicio de estilo. Escribe Barbot en este prólogo que tú sigues siendo Santa Inés, estés donde estés. Y desde allí, el vuelo. Y desde allí, el águila que avizora, anota, entiende y cuenta. Tus delicias jupiterinas en el digital de Salamanca lo atestiguan ante notario.  Quiero decirte que he disfrutado con tus salmos, mejor antisalmos –también con el que tienes la delicadeza de dedicarme desde el título–, aunque especialmente con ese “Evangelio según los poetas” hay quien dice que el enfado de Dios proviene/ de cuando los hombres descubrieron los números, en el cual adviertes de los males que los acosan, para luego postular en su defensa. O con el que titulas “El ojo biónico”, verdadera muestra del decir sinuoso y fértil, anarquista y ángel, acrónico y provocador; ese que es la cima de tu decir poético. Y en todo el papel, la lujuria de vivir sobre los trigos carnales, sobre lo difuso de la actualidad, pistolero que eres contra las injusticias. Y en todo el papel de sus casi 100 páginas, la cuna y la memoria, los dones de la infancia, la jungla de la adolescencia, la mesa tablajera de la juventud con que la vida obsequia a un hijo de noviembre. Y el rincón de luz que habita la compañera que la lluvia te dio. Son poemas donde transitas tanto por la fe en el hombre erguido como por el descreimiento en las verdades reveladas. Formalmente, son el elixir, el frasco diminuto, enfrentado a sable al desparrame de tu prosa. Qué bien distingues al escribir, que alto concepto de la poesía tienes. Pero todo esto, siendo verdad, no es sino para darme tiempo, para hacer dedos a lo que quiero decir. El libro explota en la suite final, en esa “Elegía general de los nuestros” en donde te crece el maíz de la vida por los ojos cada vez que reseñas una muerte en Santa Inés. Te han pasado tan cerca las balas de la vida que has palpado en tu cuerpo las llagas de los cuerpos cercanos, cercados, cercenados de los tuyos, de los otros: de Julián, de Isidro, de Laura o Eloy…. no quiero seguir. Si la poesía tiene algo de duelo y algo de ternura en mix, algo de con-pasión, está en estas páginas que he deletreado, paladeado. Porque aquí estás tú de vigilia centinela prolongando la voz de alerta está. Tienen el aroma infinito de un canto intenso a algo que fue y que terminará cuando ellos terminen. Aquella aventura que los hizo hermanos en los años cincuenta y que el tiempo se encarga de difuminar. Si no fuera porque una voz poeta se empeña en el no. Rehumanización de la poesía dicen cuando hablan del post 27 los que estudian y hacen tesis: aquí está el hombre que tose, el que cuida vacas y riega, el que lucha cuerpo a cuerpo y muere, con Blas, con Vallejo, contigo, Valentín. 

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Compañera


Un año más la vida se desmocha
 y no se cumplen las advertencias
de la serpiente, por que aquella
calle del Desengaño era mentira
como tantas que acompañaron
el tragaluz de los púlpitos fofos.

Si tú escaseas
queda una cerita inmóvil
que no encenderá ya nadie.

Quemada por las balas
yo he visto tus heridas
la noche que murió la muerte
–doce días duró el sueño–
del primogénito aquel 89.
He vivido tu corazón obrero
tu pecho una torcaz almohada
para que descansara el hambre
de tantos que pedían pámpanos.

He sido testigo a la hora
de agotar tu tinaja de dulces
para girar el sueño de un niño
abolir zarzas, ortigas, ruinas
construir un castillo de lucernas
hacer de ese hogar una vigilia
para el respirar de un poeta
que fue tras de tus pasos un día
y ahora que murieron veranos
es feliz porque le dejaste estar
y estuvo donde tú quisiste.

Con la voz, con las manos
sin bajar tus banderas nunca
porque tu sangre nos se vende
así te he visto vivir tu vida
junto a la mía encendida de ti.
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X

Como un río al que le robaron los juncos
como un tronco partido por un hacha
como un mar que se quedó sin orillas
así se nos fue Isidro el de Francisco.

De pronto no bastaron para sostenerle
ese tornado de juramentos y palabras
y la disciplina devota de sus Isidrines
que han pasado de marinos a timones.

Y hay un nuevo adiós que masticar
entre tantos de los nuestros desterrados.

2 comentarios:

miguel ángel dijo...

Todo está dicho. Un abrazo.

fcaro dijo...

Menos nosotros, Yusta.