sábado, 30 de mayo de 2020

Carta pública a y dos poemas de Tomás Rivero






Carta pública a 
Tomás Rivero.
    
 Por Ceses.

        Querido Tomás, hace unos días recibí la gentileza de tu último libro, al que titulas Ceses. Llega avalado por Amargord, en la colección Amsel que biendirige el común Miguel A. Curiel. Estupenda posada. Leí tus anteriores Cámara de humo, que te editó Karima, y De un libro que no pienso escribir nunca, que lo hizo Tigres de Papel. Estuve en la presentación madrileña de este último y te recuerdo serio de gesto tras tu camisa blanca. Por algún rincón del blog hay constancia de ello. Ahora llegas distinto.

         Tiene Ceses un grito de ambición y otro de aceptación. Un pie en el lenguaje y otro en la melancolía. Una mano en la transgresión y la otra en el orden de la naturaleza. Por un oído escuchas el imperativo que exige y por el otro las brisas incontables del mar. Un ojo en lo invisible, el otro en los geranios. Entre dos tabiques paralelos camina la poesía, la que convocas en cada línea que escribes. Leyéndote he pensado en aquello que suele decirse: escriba de lo escriba, el poeta solo escribe de poesía, el poema y las circunstancias que lo provoquen son simple excusa. Eso te pasa. Por eso reclamas a Vallejo, a quién si no, por eso estrujas los labios, por eso tu afán en la distorsión, en la huida de los acomodos, por eso tu fajarse a oscuras con las cosas diminutas / cotidianas que nos persiguen. Ceses es un libro íntimo, de los que salen y vuelven para encerrarse. Lejos de voceríos sociales, el poeta es un hombre sin camisa que se encuentra, felizmente solo y abierto, ante el aire y los azules que los vencejos sajan. Y no se arredra. Sabe que la vida es un afán aleatorio, pero sabe que existe el sur: como opción, como raíz. Hay en él un poeta libre en busca del hombre, del individuo roto de rotas ataduras, del que vagabundea por la naturaleza: jardín, arenas, bosques, enigmas, ruralidad de infancia. Lejos, pero cerca, del que alguna vez intentó. Viene del desengaño y hacia el desengaño continúa, pero ya sabe y se sabe. Anhela piedras o troncos de árboles con altura de asiento desde donde descansar y ver. A una mujer, al otro, a lo que Machado tildó de complementario. Y cuenta sin apego, sin desapego. Halla chozas al azar en donde y con la poesía buscar albergue, donde quedarse sin otra intención que estar. Sin honores, sin mañana, sin trascendencia. El poeta ha descubierto que lo más inútil es lo más necesario. Y pelea y dialoga con su decir, con sus desnortes, porque sabe que todo es una partida de cartas a sangre y muerte con el lenguaje. Lo quiere tenso y sin tensiones, sin intenciones ajenas a los dos. Poeta y poemas jugándose el resto en la última baza. Sin luz cenital, sin manos en verdes tapetes, sin cuervos mudos que miren, sin notario.

        Te digo esto porque he reterminado el libro, escrito por sus márgenes sin sosiego, y no encuentro cosa que decirte que no sea estos apuntes a lápiz. Un abrazo.
          _______________
         
          Espera


Estuve triste un par de horas.
Después amaneció
y vinieron pájaros.
Y así fue todo el día.
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Náyade milagrosa (Oración)

Apareciera yo sobre abrojos clavado,
dichoso aún de mí,
de pronto sorprendido del torpe incidente,
del dolor febril que late en la trabajada carne.
Ángel avaro nunca me protejas.
Dudoso abril dichoso sé mi ataúd y mi sala.
Los muertos fueron, sin labios, verbos sedientos,
bebieron de los óleos el agua que no era.
Náyade milagrosa,
son de clavicornio,
endulza mis llagas.

Otras heridas habrá que se cierren,
más la mía se abre aún, no sé,
supura lejanos paraísos olvidados,
un atril, cera de cirios encendidos,
un agua pausada sobre un vaso descansando,
un jueves que viniera decente y sin ropajes,
avispado, sereno, tan justo como el filo de un 
                                                                                          sable,
exacto como un segundo, como un minuto enorme.

Nosotros, los vulgares hombres nocturnos
que hacemos fácil un lunes, un mes,
un año de hermético traje descompuesto.
Náyade milagrosa son de clavicornio
¿sabes tú qué ruido es ese silencio que trae la 
                                                                                       noche
de aguas volcándose urgentes y precisas
en el seco cauce de mis brazos?



8 comentarios:

miguel ángel dijo...

Si cada verso es un paisaje hermoso, cada frase de esa "Carta" contempla y goza de él. Leo y releo.

fcaro dijo...

Ese es mi juego, por eso leo, para eso leo. Para el goce. Mi abrazo M Ángel.

Pedro Torres dijo...

Voy por él. La carta es una invitación indeclinable, y los dos poemas demuestran que se invita a algo bueno. Muchas gracias.

fcaro dijo...

No seré yo quien te quite la idea, que decimos por aquí. Te gustará, Pedro.

r. borge dijo...

Inmensos él y tú, queridísimos poetas. Nada más que un doble abrazo.

fcaro dijo...

Vive cerca de ti, hermano Rafa. En Cádiz soñado.

Tomás Rivero dijo...

Querido amigo, gracias, gracias por tus enormes palabras sobre este hilvanador de versos. No tengo palabras de agradecimiento. Haces mención a una camisa blanca y a una presentación a la que acudiste en un mes de Octubre casi caluroso. Yo recuerdo que aquel día dije que "De un libro que no pienso escribir nunca" era un salto, y que a partir de ahora debería "mirar" de manera distinto. Y tú me lo recordaste.

Gracias, por estar ahí, por tu amista y tu cariño. Un abrazo, Paco.

fcaro dijo...

Así, es, Tomás, un salto hacia el poema como centro rehumanizador, como lugar donde el hombre puede encontrar el cobijo y mirar. Y ser.