jueves, 28 de mayo de 2020

Dos poemas de Antonio Moreno






       Escribe Vicente Gallego de la “hondura luminosa de la sencillez”. Y lo hace en el prólogo de El viaje de la luz (Renacimiento, 2014), antología de Antonio Moreno También en el primer párrafo, y refiriéndose al autor, de “su gustosa ausencia de los cenáculos culturales”. Podría haberse ahorrado el resto. Con esas dos pinceladas deja al descubierto el mundo interior y exterior, el hacer y el estar poético del ilicitano. Igual nosotros podríamos evitar lo que sigue. Si no es algún detalle. Como el de su buen habitar la casa del endecasílabo, suave, sugeridor, sin refugios sonoros que enmascaren el discurso. Y con ellos, ese decir que atiende a los ruidos y las raíces del mundo en nuestra conciencia, a lo que de trascendente puedan tener tanto los motores de lo afectivo como las percepciones sensoriales. Cuidadoso del paisaje de sus poemas, en donde ritmo y naturalidad se alían, su lectura conduce hacia el sosiego, pero también a los esfuerzos de la serena reflexión. Es un poeta al que hay que buscar, advierto, no es de expuesta biografía. No es fácil encontrarlo en el vagabundear ni en las ofertas. Si atendemos a uno de sus versos, es tan solo un hombre que sale de casa a ver el día.  



Aparte

La verdad siempre duele, no la pidas.
Qué pretendes saber. Adónde quieres
llegar con esa antorcha que se extingue
helándose en la noche. Porque el mundo
es ausencia de luz, eso es el mundo,

oscuridad, tiniebla, oscuridad
en donde luz y amor son quienes pierden.
Trabaja y envejece con tus ocios,
con esos espejismos de tu vida,
y no quieras saber, no busques nada.

Quien comparte tu vida vive solo,
aquel que dices conocer es otro,
tú mismo eres otro para el otro.
Sufre ese llanto de abrazarte a ti
ahogándote en la noche entre tus brazos.
______________

Una piedra

Coge una piedra en un lugar querido.
Mientras caminas, llévala en la mano,
Como quien va cogido de otra mano,
porque es ella también la que te lleva.

Explora tu relieve entre tus dedos,
cómo trasmite su frescor umbrío
y su pequeña fuerza ahí, en tu palma.

No tiene más edad que tú esta piedra,
ni más ni menos ser que el tuyo ahora.
Siempre estuvo esperando a que pasaras:
para marchar contigo y tú con ella.

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