El
invierno hace de las suyas. Y China. El Jefe, transido de tantas auscultaciones, llegó
con cierto rastro de incomodidad tras de sí. Respiró hondo. Tanteó. Buscó su sitio.
Miró más allá de un horizonte rectangular y acristalado. Dudó un instante. Comenzó a hablar. Buenos
días. Al fin y al cabo toda poesía es un ejercicio de autognosis. Qué otra cosa
puede hacer un hombre solo, una mujer sola frente a un papel y un paisaje, ante
la pantalla del ordenador. A veces levantamos edificios de bonitas fachadas y
carentes de argumentos que los demás aplauden; en otras, las menos, acertamos
la mano con la herida, que dijo aquel. Nosotros sabemos bien cuándo suceden cada una de estas situaciones. Por eso es tan habitual la tentación elegíaca, como si la
persona que somos se hubiera ido corrompiendo con el tiempo, alejándose de un
paraíso adolescente pleno de sueños y verdades. Por eso es tan habitual el lamento ante la
realidad que acosa, la insatisfacción ante nuestra historia. Y tan extraña la poesía celebrativa, la que canta y no
cuestiona. Ojalá nos fuera dado recordar el futuro. Después, calló profundo. Daba la impresión que no sabía hacia dónde dirigir su deshilvanado discurso. Alguien hizo
misericordia y ayuda. ¿Es por eso que la poesía es tenida a veces por práctica sanadora, Jefe? He oído decir que el psiquiatra de Anne Sexton, aparte de
intentarlo con otras actuaciones, le propuso el ejercicio de la escritura poética
como medio para restablecer sus equilibrios emocionales? ¿Puede curar la
poesía estas cuestiones? ¿Puede
llevarnos al nosce te ipsum deseado? Preguntó el redactor novato. Sí, claro, por supuesto, ciertamente. Pienso en Leopardi y su drama vital, en su dolorida necesidad. Pero si
bajamos del estrado y nos ocupamos de lo que vemos y oímos en la madrileña sociedad
poética de hoy, suele emplearse más como placebo que como medicina. Y
tampoco está mal, no seamos savonarolas de cartón. Decía Javier Egea que la poesía es un pequeño pueblo en armas contra
la soledad. Sentirse con otros, rodeado de otros, es algo que necesitamos. La becaria, que está un
poco enfurruñada con tanta intemperie y tanta alerta levantó la mano: Debatir sobre la
función social de la poesía y su valor terapéutico es tema cansino. Como el
mundo. Ya lo despreciaba Boccaccio en el siglo XIV. Yo simplemente creo que todo lo que
no mata engorda. Y en eso sigo. He visto gente feliz a su alrededor. Aunque también
sé que ha sido ocupación señera de muchos suicidas, a los que no les sirvió. Volvió a hablar, trémulo,
el Jefe: La poesía es el más bello de los objetos inútiles. Por ello seguimos
aquí. Silencio denso. Un sollozo infantil cruzó los rostros de los fieros
guerreros. Por vez primera sonaron aplausos finales y sinceros en la sala de redacción.
1 comentario:
¡Bravo!
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