Hortensia Higuero (Foto de Carlos Paverito) |
Con ella hemos compartido numerosas soirées en
los eventos poéticos madrileños. Es persona y poeta vivaz que gusta de la
compañía, de la conversación con sus contemporáneos. Hablo de la poeta de Alcorcón Hortensia Higuero, que visita por vez primera esta casa. Recién termina de publicar y
presentar el último de sus poemarios, Los dioses que olvidaron ser mortales (Lastura 2019), título que parece remitir a un proyecto mitológico, pero que ampara algo muy
distinto. Lo cierto es que alberga un recorrido por la cotidianeidad de un existir descrito en
primera persona. Y como en poesía -digo la que se precie de tal nombre- siempre
hay una adecuación del fondo con la forma, el lenguaje de Hortensia Higuero, casi conversacional, encuentra
la tensión precisa para narrar con intención. Para volcar al papel los sentimientos y las
provocaciones que la poeta trae a casa al regreso del día mientras es
vigilada por los ojos de la noche. No es un diario, no es un testimonio
confesional, pero narra el palpitar de las
vivencias, esas que los aconteceres acercan unas veces al desánimo y otras a la
aceptación. Incluso a la exaltación. Aunque debemos advertir, y pronto, que sus textos no se abisman en la tentación autobiográfica de la intimidad, sino que los
poemas nos encaminan a que el lector (o la lectora) y la poeta confluyan en estadios
emotivos que puedan ser, y de hecho son, compartidos. Un libro escrito desde la
sencillez de una poesía a ras de cuerpo, nacida del arañar en las entrañas, que
busca más en lo que hay en cada uno de carnalidad, de tacto, de memoria y corazón
heridos, que en las abstracciones o los edificios estéticos. Hortensia Higuero
escribe aquello que le sirve, lo que mana con naturalidad de sus
confrontaciones con los páramos del existir. Desalientos, escalofríos y diciembres se miran
cara a cara con el canto de los pájaros, la excitación de los estíos y los
amaneceres. Y es que sus poemas escarban en esa sucesión de tristezas y epifanías
con que el almanaque, en su rodar, nos obsequia. El cuenco del amor en
la noche/ es para sostener el alba, nos dice en uno de ellos. Todos sin título. Y es que la poeta comprende que vivir es renacer cada día, un continuo sin excusas. Y que la vida es bella a pesar de los pesares, que nos decía Goytisolo. Asunto que
Hortensia Higuero parece aplicar a su vivir, a su escribir.
El
libro se presentó en la Casa de Castilla-La Mancha madrileña, y fue glosado por
Francisco Gª Marquina que remarcó la vigencia de los particulares en la poesía
de Hortensia frente a los universales; al tiempo que señaló que el libro es un
hilo que va desde la infancia a la madurez y que, a lo Gaston Bachelard, la
identifica con la casa, ese cuerpo de imágenes del que extraemos razones e
ilusiones de estabilidad. Pero en donde, nos advirtió, también se hacen visibles los
espacios de soledad que la construyen. Soledad y refugio: las dos médulas del
libro. Siempre hemos dicho que la poesía tiene muchas puertas y la de estar atentos/atentas a lo que pasa en nuestros interiores es una de ellas. La que ha usado en esta ocasión Hortensia Higuero.
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La casa está llena de rumores
que a veces me sobresaltan,
como este sonido de nudillos
en los cristales,
de galope de caballos
preguntando al ayer
la forma que tiene el recuerdo
en los insomnios,
son ruidos apenas
perceptibles,
ligeros y cercanos
que resurgen para que vuelva
a sentir el chasquido
que hace el ruido en la boca
de aquel beso
que surgió a lo Humphrey
Bogart,
ruidos que en la nocturnidad
de la noche saben
por qué las amapolas tienen
un verano tan corto
y esa tristeza diurna en sus
pétalos
cuando me perturban los
recuerdos.
Ruidos.
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Lo
primero, el canto de los pájaros
y
un poco de agua y tierra;
después
la coraza del día,
el
pintalabios y una sonrisa permanente de felicidad;
la
ecuación dos al cuadrado
suma
esquinas desde donde se cuentan las horas;
lo
último, la noche,
el
refugio de una habitación
y
un libro con el mismo título que siempre lees.
La
vida es bella.
2 comentarios:
Poesía intimista, suave, que penetra silenciosamente en el corazón para quedarde.
Hacia la intimidad. Qué bien lo defines.
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