miércoles, 17 de junio de 2015

Junio de libros: “El sueño de la vida”, de Manuel Juliá

 
Manuel Juliá en la Feria del Libro 2015
Foto: G. Munárriz
 La gentileza, provocada,
de la editorial Hiperión ha traído a Mientras la Luz El sueño de la vida, de Manuel Juliá, poeta al que hemos prestado atención en ocasiones anteriores. Y ahora con mayor motivo. Con este libro cierra la trilogía abierta con El sueño de la muerte, que continuó con El sueño del amor para terminar con este sueño último. Es un libro generoso de un poeta generoso. 41 poemas. Versos que oscilan entre la tentación versicular y el poema en prosa. Un texto que mantiene con los anteriores señas de identidad tan evidentes que hacen de la trilogía citada un corpus coherente. Hasta tal punto que nos atrevemos a decir que este libro es el culmen, el punto de arribo del poeta que comenzara a tantearse con el aquel lejano De umbría.

   Escrito desde la conciencia de una fisicidad permeable, el discurso del poeta se ancla en la fascinación por la Naturaleza, por la conciencia panteista de ser en ella, de ella, para ella. Y marcado por la constante conversación con los signos materiales con que la Naturaleza se ofrece en subjetividad. Se hace evidente que fija su atención en el árbol como elemento simbólico esencial. El árbol como signo vertical de la tensión hacia lo alto, hacia lo puro, hacia la perfección que supone existir en plenitud. El árbol como alter ego, como depositario armónico de la serenidad. Estadio que ocupa los dos primeros capítulos para desembocar en un tercero emocionado, el que Manuel Juliá dedica a la memoria de la madre. Algo que ya apuntó en el merecidamente famoso poema “Melocotones” de El sueño de la muerte y que ahora cobra pleno sentido. Como lo tienen esos puentes de niebla que el autor mantiene como metáfora permanente para conciliar el paso del tiempo con la aventura personal que consiste en atreverse a atravesarlos, dicho de otra manera: el desafío que supone vivir lo no esperado.

   Poemas medidos y alejados de acentos y cuentas, pero henchidos de imágenes sorprendentes que surgen con espontáneo azar surrealista. Lejos siempre de lo ampuloso, de lo trascendente, Manuel Juliá permanece instalado en esas suaves maneras cotidiana del hacer anglosajón que sus lecturas refuerzan. No hay sino repasar el origen de la mayoría de sus citas: A. Tennyson, R.W. Emerson, A. Ginsberg, E. Hemingway, M. Lowry, W. Blake.  El libro viene precedido por “Un pequeño relato”, introducción pretendidamente simbólica en donde el mar, visto por el niño con los ojos juntos de toda la familia, se convierte en el símbolo de un universo vital, de una esperanza.

   Manuel Juliá se sitúa con esta entrega -que junto al resto de la trilogía ha venido a enriquecer los fondos literarios de Híperión- en un lugar destacado del paisaje poético español. Es de esperar que la anunciada antología de poetas manchegos que va desde Corredor Matheos a Ángela Vallvey ordene su posición en este panorama tan cambiante. Pero no es en el ámbito regional, tan necesario ahora, donde debe buscársele relaciones sino en el más amplio de la poesía española actual. Su hacer lo exige. Al tiempo.










Sendero de abedules



En el mismo sueño o en la misma muerte
hay una presencia que fuerza a los abedules
a mostrar su belleza rodeando un río seco,
hay un jarabe de luz rodeando el frío y las heridas
donde la yerba y los sonidos del viento
siguen cuando la muerte se pierde, y el río avanza
por deseos que ya no morirán,
en la misma muerte o en la misma vida se esconde
el cauce de una nostalgia que incendia mi garganta,
su vaho levanta muros hermosos que están mirando
las palabras para que tengan sentido
cuando la vida solo sabe ser amarga,
la luz atrapa los árboles en el silencio
de la viejas montañas, habla la muerte
para encontrar una voz que se alimente con la vida,
en la misma vida o en la misma muerte
cuando lo ríos se terminan, hay otro mar más lejos
al que se llega con los sueños
que están presos de amor en cualquier primavera,
en el mismo sueño o en la misma muerte
puedo tocar el pulso de las estrellas más viejas,
seguir un sendero de abedules, que no es de la vida
y ha crecido contra el tiempo, está lleno
de palabras que no mueren en los páramos,
en la misma vida o en la misma muerte
las estaciones amadas del camino son brazos
que se agarran a mi cuello y me limpian la camisa
de tierra que han abandonado en mi cuerpo,
los abedules me dan su última caricia, y dicen
que jamás podré dejar de amar, y que los zapatos
desaparecen porque ya no son necesarios,
mis células son hilos de vida que han decidido
romperse de luz al anochecer,
cuando el fantasma del fuego aparece
abriendo la puerta decisiva.

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