Si nos dejamos llevar por la lectura de las citas previas – Pedro Salinas. Sándor Márai y José Luis Morales- no hay duda que nos
encontramos ante un libro sobre el amor, para el amor. José Luis Torrego, el decidido poeta segoviano, encara su poemario sin titubeos incluyendo en el título de su primer poema el que tiene previsto para
todo el conjunto: Piel disidente. Algo que repetirá al final. Piel que necesita
del azar de la conquista, piel ante el recelo, piel que cuestiona el tacto y su
amenaza, pero piel al fin que cede, aunque insegura. El tono del primer poema
imprime carácter a cuanto vendrá después. Convertida la disidencia en
aceptación, los poemas se enredan y levantan, como recia yedra, alrededor de los
amantes. Al crescendo que conduce al éxtasis de los ocho primeros poemas,
sucede en los siguientes el silencio de una piel armada de distancia, embarrada
por la duda. Luego vendrán los poemas en donde la soledad del amante reflexiona
sobre la naturaleza y la valía de lo vivido. Sobre el riesgo de amar al borde de
los abismos o los muros. Y hay en todo ello una ordenación clásica –recuerdo aquí a Ausiàs March- una manera de distribuir,
de levantar el libro que habla mucho y bien de su conocimiento de la poesía
amorosa.
Editado por Lastura,
es este el segundo poemario de José Luis Torrego, hombre y poeta activísimo.
Enamorado también de la fotografía, ha colaborado en ocasiones en Mientras la luz con sus imágenes. Su
primer poemario, Levantas los párpados y amanece, tuvo un importante éxito de
público con presentaciones en varias ciudades europeas, algo que ya ha
comenzado a suceder también con Piel disidente. Si en aquel primero existían vacilaciones en la construcción del verso, no olvidemos que
José Luis es poeta semitardío (sic), hay en este una apuesta decidida, un ejercicio de
autoafirmación a través del cual el autor se nos muestra muy consciente de su
voz. Voz en la que, a veces, las palabras buscadamente poéticas se imponen al
verso como elemento primario de construcción. Es su modo. Nos parece por tanto
un libro meditado, un texto sobre el que ya es posible sospechar la altura de
su autor como poeta. Respecto a esto último, el también poeta y profesor José Luis
Morales, buen conocedor de los vientos que nos cruzan, lo ha situado con
justeza dentro del panorama español actual en el acto de presentación realizado en la madrileña Casa del Lector.
Los rótulos y las citas con que se abre la segunda parte del libro señalan a la poesía como nada sonora hacia el misterio o como gran fracaso
del amor. Y a favor de ello o a su pesar, José Luis Torrego aprovecha los
poemas de esta sección para enfrentarse, como poeta esencial, a
tantos de los enigmas existenciales como cercan al hombre y que se han
convertido en universales de la poesía: la voluntad de existir y su fatalidad,
la muerte como posada y aceptación, la sensación frontera con que percibimos el paso del tiempo, o el desatino del vivir como fuga. (Caminos que han llevado a algunos a situar a la filosofía
como la gran ramera de la poesía, o al contrario, a la poesía como un error de
la filosofía.) Hay en el fondo de toda esta segunda parte un sincero susurro machadiano;
no tanto en las formas. Digamos que los poemas vienen rodeados de numerosas
citas. Novalis, Quevedo, Eliot, Alberti,
Rousseau, Landero… que ofrecen pistas sobre sus preocupaciones lectoras. Sorprende,
por no habitual, que José Luis Torrego, cierre su libro con triple llave. Una
para la segunda parte (poema que ofrecemos), otra para la totalidad del discurso
bajo el titulo de “Nada aniquilará” y una tercera, como un añadido emocionado,
para homenajear a Elvira Daudet,
mujer y poeta, en el texto que clausura el libro.
Piel disidente
(...) Desafía mares de siglos, siglos de tinieblas
tu inocencia desnuda.
Salinas
Fragata soy sin pabellón alguno,
Al viento ondea mi libertad tan solo,
Tensada, al frente y anhelante
De proar hacia islas aún ignotas.
Viví entre órdenes de mundo y clero,
Entre fórmulas, lindes, llamar a filas,
Nada menos soy ni más que nadie. Nada
En el hombre vale más que su ser hombre.
Sufrí la dictadura de lo humano
Doctrinando lo divino. ¿Puede un alma
Ser inmortal y una piel barro,
Si los creó, al fin, el mismo Dios, la misma mano?
Desnudo de coronas y lealtades,
Sin el pasado lastre de unos huesos,
Largo al viento mi piel leve en mesana,
Soy solo piel, piel disidente.
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