Es de uso común en estos tiempo elogiar la labor de un colega (de los poetas sólo escriben los poetas) diciendo que es un poeta honesto. Y no es poco decir en los instantes que corren. Queremos decir la honestidad de los fines y de los medios. Pues bien, si hay un poeta honesto y claro es mi paisano y amigo
Nicolás del Hierro. Hace casi un año que cumplió 80. Comenzó a publicar en 1962, cuando la poesía social todavía era un territorio poblado y necesario. El hombre, el hombre con el mundo, el hombre con, por, entre los hombres, el hombre como problema, como insatisfacción y esperanza, como harapo y delirio, como camino y posada, alimentó su verbo. Le alimenta. En 2012, coincidiendo con los 50 años de su primer libro,
Profecías de la guerra, la editorial Vitruvio publicó
El color de la tinta, un volumen imprescindible que añade a dos poemarios últimos una amplísima selección de su obra anterior. Hay en él un prólogo de
Pedro A. González Moreno que traza con maestría el horizonte de su voz.
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Ángela Reyes y Nicolás del Hierro (Foto: MCBarri) |
El pasado miércoles 7 de enero leyó en la tertulia que la Asociación Prometeo mantiene en la sala Trovador. Presentado por
Ángela Reyes, congregó a un público emocionadamente numeroso que llenó la sala hasta cubrir las paredes de poetas en pie. Gentes dispuestas a mostrar de forma conjunta el aprecio por su obra, el abrazo a su persona y la satisfacción porque los días duros del otoño habían quedado atrás. Leyó Nicolás trémula y decididamente, costurando despacio los poemas, degustando el alfabeto, frágil y ceremonioso. Poemas todos de un libro inédito y actual, desgarrado como los tiempos, levantado sobre la ceniza de los suyos, de los débiles, porque él es también de aquellos que sufren la Historia. Algo que no es moda ni novedad en sus palabras. Crecido en las posguerra, su decir se ha levantado desde sus primeros pasos denunciando los días de plomo, los demasiados días de plomo que el hombre debe atravesar. Escuché todo al lado de
Manuel López Azorín, un limpio tesoro. Desde las alturas,
Enrique Gracia Trinidad se encargó de grabar el acto. Ha tenido además la gentileza de ofrecerlo, de publicarlo en su blog.
Aquí es posible acceder a él.
Tras el tiempo de Nicolás del Hierro, el acto siguió de forma potentísima.
Soledad Serrano y
Simeón Martín leyeron alternativamente pasajes de
Platero y yo. Dos estilos distintos: elegante, expresivo y potenciador el de Soledad, ajustado y sereno el de Simeón. Ambos útiles para renovar y ascender las emociones juanramonianas, su ternura. Tan atroz y fértil como no infantil..
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