Alfonso Berrocal en 1996 (Foto tomada de la promoción del acto por Ediciones Vitruvio) |
De corte reflexivo y tentación filosófica, así definió a
grandes rasgos la poesía de Alfonso Berrocal su presentador. El pasado viernes 16. Ocurrió en el café Comercial, lugar donde Vitruvio suele realizar sus convocatorias. El poeta y novelista. José
Luis Fernández Hernán es lector meticuloso, crítico que no desdeña fajarse
con la obra en suerte. Lo hizo el otro día con Ulises nunca volvió a casa, y lo hizo consciente, con Walter Bejamin, de que la mirada
objetiva, distanciadora, es una de las formas de la incompetencia. Apostó fuerte defendiendo el espíritu
de odisea dublinesa que recorre el texto. La palabra deshabitado pobló su
intervención justificativa del texto. Dijo que la poesía de Alfonso Berrocal es el hombre que ignora los
caminos exactos de la ciudad, lugar que lo contiene, lugar en donde ha sido condenado al viaje,
lugar en donde no hallará arribo. Que no abunda el libro en la iconografía homérica,
pero si lo suficiente como para saber que Penélope y Ulises son el mismo ser,
que el barco que se contempla llegar al puerto es el mismo que nos acerca a él.
Que es posible llegar a casa y conocerte ya dentro. Lo errante, lo inestable, como certeza y territorio del misterio, siempre. Se detuvo en Heidegger, en las botas embarradas de Heidegger, se detuvo en J. Joyce, en Cavafis, para apuntalar sus dichos. Se caló las gafas en ocasiones
para leer las citas y dijo que la poesía de Alfonso se construye desde la
serenidad, desde la falta de afectación, desde la pulcritud de lo
indeterminado, desde la belleza de lo inconcreto. Sin alharacas, libre de la
tentación del deslumbramiento.
Todo lo hizo bueno Alfonso Berrocal en su lectura. Este
madrileño trasplantado alicantino, doctor en filosofía, es poeta de aire
sosegado. Y voluntariamente premioso. Es este su cuarto poemario tras Al
pie de las estatuas, Asceta y La habitación del huésped. Su intervención ahondó la impresión
que las palabras previas habían dejado en un auditorio amplio, y sobre todo
tensado en su atención. Agradeció, situó algunos de los poemas y admitió ciertas
referencias lectoras, culturales. Aunque no recuerdo que lo hiciera respecto a un texto del norirlandes Derek Mahon con título similar (Google dixit). En la dicción de los poemas corroboró las
advertencias anteriores. Todo se organiza alrededor del individuo bajo
sospecha, bajo la sospecha de no ser habitante ni habitado. Y la serenidad moral, de aceptación
inquisitiva, con la que el hombre debe admitir el extravío como una condición necesaria de su existencia. Sin cejar por ello
en el misterio del viaje. Navegar, aceptaron los clásicos, es más necesario que vivir. En el
camino, el amor a modo de ancla (o de puerto). Como disturbio, como excepción
que salva. Como intento.
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Ya estará atardeciendo en nuestra casa,
a medianoche habrá un incendio blanco
como la fiebre de un niño en invierno,
ardiendo estarán de ausencia sus paredes.
Ahora que no podemos volver
es ya un hogar, y sin nosotros,
resplandece como nunca en la noche.
He salido a buscarlo, voy por las calles vacías,
luz de una ventana, faro de las ciudades
y me he perdido
como el que ya sólo le queda la orilla
después de la última taberna,
como mujer que espera en un portal
no se sabe qué
bajo un paraguas medio roto.
He salido a la noche, no sé si a la intemperie
o a su amparo, muy cerca, dentro de la oscuridad
nuestro hogar se apaga como una brasa
en el agua y en la noche me quedo
sin otro resplandor que el de la fiebre.
sin otro resplandor que el de la fiebre.
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