miércoles, 29 de octubre de 2014

"Mente animal", de Pilar Adón, en Madrid

Pilar Adón
   ¿Es Pilar Adón dicharachera? Puede ser. Habló largo, extendido. Mitad exigida, tensa; mitad ya prevenida, confiada. Habló de los fantasmas que recorren sus bosques de escritora. Ella cree conocerlos o casi. Si los conociera en verdad, pensamos nosotros, tal vez los tuviese bajo cancela y buscaría, temería, otros. Hay dos, dice, el miedo y la tentación de la huida. Desde ellos construye, con ellos levanta la casa. Tanto cuando hace poesía como cuando relata. Dijo que distingue ambos momentos por la tensión emocional. Cuando la prosa, se siente responsable dominadora de personajes, mano cierta; cuando el poema, afirmó, es una sensación subordinada, de servicio, de ruego, es llamar a una puerta. También dijo que Mente animal, el libro de poemas que ha editado La Bella Varsovia, habla de pasos. De pasos sobre un territorio inhóspito, erizado por la desconfianza, de su Castilla natal -es hija de cazador, recordó- aunque pequeñas pinceladas lo deslocaliza y sugiere en el lector lugares nórdicos. Lo inseguro siempre, el bosque, lo insospechado, la caza oculta, el posible dolor. Lo agresivo de internarse, de invadir. Repitió la anécdota que le oímos en Poemad: el caso de poema surgido alrededor de una historia contada por su madre repetidas veces y que ahora, tras verla escrita, niega habérsela contado: la de una casa levantada con piedras robadas a la ruina de un ermita y en cuyo interior los hijos nacen muertos. No soy poeta, respondió a una de las preguntas. Y aclaró que está contaminada por la ficción, que su disposición natural es al relato, que el vaho de la poesía la envuelve solo transitoriamente. Bien cuando los fantasma aceleran el misterio, bien cuando se siente desbordada. O las veces en que ser sujeto paciente es su forma de conciencia. Porque la poesía, insistió, es un acto humilde en donde se destierra la impostura. Señaló, con TS Eliot, que la realidad es demasiado para que una persona pueda soportarla en su totalidad, que hay numerosas zonas que apenas vislumbramos. Y que amenazan.  Porque, nadie se engañe, no somos necesarios. Nunca lo somos para la realidad, tan sólo huéspedes. Que ella, Pilar, ha pasado en sus tres poemarios de la ensoñación de su primero (Con nubes y animales y fantasmas) y la aceptación de “su” paisaje en el segundo (La hija del cazador) a la perplejidad que abruma para su tercero. Vivir puede que sea necesario. Pero el paisaje nunca nos pertenecerá, la Naturaleza es el otro. Anglófila confesa, la poesía, dijo a las 20 personas que escuchaban en la Librería Rafael Alberti, es un estado del alma y es trabajo. Es autobiografía depurada.

  Todo aprovechando una conversación que su editora, Elena Medel, apenas si notada, condujo sobria, sabiamente, la tarde del día 28 de octubre con motivo de la presentación en Madrid de Mente animal (32 poemas, 10 euros).
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Dos poemas de Mente animal



No todos los insectos tienen alas.
Devoran plantas,
sorben la savia de las hojas.
La sangre de los mamíferos.

Como crías de laboratorio.
Con algo deforme e ilógico en sus trazos.
Epidemia de insectos.

* * *
A pesar del aislamiento y de las nuevas normas
siempre habrá quien se agache a la tierra
y se levante de nuevo
para mirar con perspectiva.
Quien vigile buscando más que subsistencia.
Quien cace y declare que se puede vivir sin casa.
Sin una puerta a la que regresar.
Sin cama blanca ni mesa de fotos.
Dejando las manos en los bolsillos y sabiendo de qué se huye. 

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