Querido Eugenio, reconoce que eres un caso singular,
reconoce que eres una mente en ebullición, una voluntad abierta; que posees
unas manos tan hábiles como generosas, un rincón en la radio para tu voz levantada,
una legión de gente que te conoce y te quiere; que tu lugar entre los miembros
de la tribu no pasa desapercibido, que el otro día, lunes 11 y Ateneo,
recibiste una demostración de cariño como pocas veces es posible: de los
sedentes, de los puestos en pie. Sabio lector de borgiano proceder, vienes
añadiendo la poesía a tus afanes cotidianos, que no son pocos. Publicaste Memorias
del derrumbe en esa casa iniciática para tantos que viene a ser Vitruvio y
ahora respondes a un desafío escribidor con este Manual del desvanecimiento.
Dos Mdd en poco tiempo, dos envites parejos, pero en ningún caso paralelos.
Dijiste que la audacia de la oferta te llevo al riesgo
de la solución. La tertulia “El desván” de Torrejón de Ardoz, con la que vives
amistad y colaboras, te ofreció para sus publicaciones la oportunidad de decir,
y has dicho. Has dicho poesía y algo más. Has elaborado un juego ventrilocuar,
aclaras que aprovechando —en uso inverso— la serie numérica de Fibonacci y la imaginación
pervertida de Lewis (Carrol, claro) has construido un libro de poemas que lleva
dentro los gérmenes activos que intentan destruirla. Lo que a los ojos pasivos
de un lector complaciente supone un parapeto, en los del lector que se entrega busca y percute, se abre como una playa a la imaginación. Todo se basa en ese
alter ego al que haces aparecer en los pies de página (¿dónde encontrar un
libro de poesía con tan gigantescos pies!) al que haces llamar Max Valderrama, conocedor perplejo y erudito tocapelotas aficionado a dar aclaraciones que nadie le
pide, incansable buscador de exemplos históricos para contrastar con las propuestas
que tus poemas disponen.
Manual de desvanecimientos no es un libro para vagos ni para indiferentes, es un libro provocador, un acelerador de estímulos, una estela que habla de creación en mitad del páramo. Tiene algo, y algo más que algo, de estética eliotiana, de crear alrededor de las crestas de la creación anterior, de aprovechar la luz de las espumas, de las lecturas. Hablas en algún lugar de la granada como símbolo de muerte y resurrección: la disyuntiva, dices, como apuesta.
Tuviste la suerte el lunes de contar en torno tuyo con
Carmen Ortigosa, que te sabe y continúa, a uno de los lados, mientras en el
otro te protegía y alentaba un tal Rafael Soler, de buena traza, que no dejó de molestarte, de
aguzarte, para que dijeras contra y vencieras a tu natural timidez. Lo
consiguió y poco a poco fue dialogando el poeta con ese Max Valdomar que te
habita, te fabia y te encrespa.
Yo voy a traer aquí uno de tus siete desvanecimientos,
el IV. Ese al que Max Valderrama, el
tozudo y sapientísimo redactor de los pies de página intenta destrozar con
aclaraciones, trayendo para el caso al físico Hofstadter, a Acrisio, rey de
Argos, a Heidegger, a Humpty Dumpty, a Duchamp, a Malévich y su rusos de La Sota
de Diamantes, a Bessie Smith, la emperatriz del bue, a Isadora Duncan, a
Aquiles y la tortuga.
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DESVANECIMIENTO IV
5 comentarios:
Carta que es privilegio. Como en todas tus cartas late el corazón y el conocimiento. Gracias, Francisco Caro. Un abrazo.
Isabel F. Bernaldo de Quirós
Privilegio tus ojos lectores, Isabel.
Enhorabuena, Eugenio. Un abrazo.
Muchas gracias, amigo Antonio. Abrazos.
Muy agradecido por carta tan entrañable y lúcida, caro Paco. Un abrazo.
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