Como aquel que
buscara a Roma en Roma y
no la hallase, busco en mis rostros mi
rostro, aquel que fuera
mío cuando el sol era
un dado todavía, el futuro geranios, y mi casa la
sombra de la casa. Apenas queda ecos
(y confunden), solo un patio, sus
piedras, la encendida oquedad de aquel
pozo, restos de cal cansada. Lo busco y sólo hallo los días,
los que acosan, aquellos de la voz
arborescente que una vez fuera
enero y después
levadura, la que hoy describe alacenas y fugas, el difuso amarillo
que supone existir. Sé que vive porque a veces lo
escucho, porque a veces me dicta, y que en algún instante de algún espejo
habremos de encontrarnos ––el azar es un
ángel–– aquel rostro perdido
y el que soy, aquel rostro que como a Roma busco en
lo deshecho.
3 comentarios:
Ahora mismo, si tuviera sombrero, me lo quitaría.
Lástima, Chema. Recuerdo como un gesto elegante aquel de levantar ligeramente el sombrero en señal de consideración. Habrá ocasión. Un abrazo.
Totalmente de acuerdo
Publicar un comentario