Amigo Juan Ramón, tu libro es una luz que busca, aunque las sabe, sus raíces. Si preguntan por mí, a cuya presentación madrileña acudí convencido, es un acto de afirmación que rebusca en ti los instantes de plenitud. Sin desconcierto, sin énfasis, sin ponerse estupendo. Es conocido ese dicho de que el poema nace cuando las emociones han encontrado su sosiego, no su desfallecimiento. En ti permanecen vivas para ser revividas: construyes poemas para que el sol las dore, para que el viento las oree, para que lluvia las empape. Construyes el poema con la claridad gráfica y léxica del que no necesita subterfugios, desde el poeta que sabe que basta con no entorpecer para que el temblor primigenio asome, seguro como estás de que tu historia ama el contagio. Tienen tus poemas esa brizna precisa de biografía que los autentifica. Rosillo, Margarit (otros dos mediterráneos) acuden, acudieron, reclinados a beber de los mismos manantiales. En ocasiones, la fuente es una anécdota en apariencia nimia, pero a la que el discurso del poema convierte en una potente reflexión sobre la vida y sus deflagraciones. (Anoto aquí el poema “El picardías”, o “De la fragilidad” o…). En otros momentos es la simple alegría de vivir y de poder anotarlo la que lleva tu mano hasta la celebración, nunca ingenua, sino hasta aquella que mana de la conciencia de nuestra finitud y la necesidad del carpe diem o noctem. (Desde aquí te advierto que el ajetreo de lo narrativo, que tantas veces te distrae o te consuela, no debe alejarte del gozo infinitivo que supone convocarnos al poema: no vuelvas a demorarte tanto). En Madrid, sin sombrero y en directo, esparciste la frescura de tu decir, dicha por ti o por tus acompañantes -Raquel Lanseros y Ginés G. Millán- como imagino que habrás hecho en Albacete acompañado por Paco J. Carretero. La vida, bien lo dices, no es sino el “tal vez soñar” shakesperiano antes que se descorran los cortinajes que ocultan el escombro, pero qué bella si se recorre mirando, si se camina cantando, si los pájaros recuerdan el azar, o si un cálido aroma (el estiércol de vacas de tu infancia, por ejemplo) nos espera tras un recodo. Poeta es saber encontrar fragmentos, lugares como espejos del presente, arcillas que contengan algo de lo que fuimos o de lo que sospechamos ser. Y cómo se agradece la claridad, tu claridad, conceptual y de lenguaje. Incluso en esta segunda parte que dedicas a la geometría inestable que suponen deseo y amor en sus diarios desequilibrios. Un poema no es en ti jamás un juguete roto, sino un escenario útil donde recomponer los dramatis personae que jalonan: “Días de vinos y rosas” “Las ranas” “El libro de la selva” “Blue jeans” hablan a las claras de esa tensión tuya por separar, en lo posible, las albas de los ocasos, por entender la vida como una oportunidad y concebir el poemas como parte y luz de la vida; como parteluz que une y a la vez separa lo deseado y la costumbre. Pareciera que lo tuyo no haya sido vivir para contarlo, sino contarlo ahora para vivirlo en gozo.
Y qué bien ha hecho la sevillana Renacimiento en esperarte.
Extraigo dos poemas para los lectores de Mientras
la luz. Dos que te oí leer. Dos para un abrazo.
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