Amigo Luis
Ramos, suelo decir que Faceboock es una calle donde es posible encontrarse y
cruzar con personas de toda urgencia y costumbre, que a veces uno se para y
habla con quienes tienen gustos y albricias comunes, con otras simplemente cruza
un hola de cariño, una advertencia, y en las más de las ocasiones intenta pasar
con disimulo, sin perecer, entre la multitud. A veces encuentra uno a la
lluvia (y la reconoce), a veces a un poeta y también, con sabia prontitud. Ocurre entonces que uno se pone alerta. Me pasó contigo. Te vi pasear al lado de una amiga y
sospeché. La calle es una inmensa chivata. Llamé a esa amiga común y le rogué
de ti. Me envió Urgencia de lo minucioso. Es lo último, dijo. La calle,
esta calle que digo, es un altavoz que alguien enciende. Así supe que mi
admirado J.L. Morante dice por ellos que en tu libro mora la claridad
suficiente como para aventar la penumbra cavernosa del tránsito. Voces
confidenciales me confirmaron que tu devoción por la claridad viene de Claudio,
ergo de arriba, pero que vives mirando el suelo, las cosas cercanas, lo que
atiende y procura. Mira, Luis, yo salgo a la calle casi todos los días, saludo
y me saludan, pero hay ocasiones –hoy, ahora– en que me acomodo a este lado del
cristal, donde está mi casa. Y leo. Amigo Luis, te veo paseando por veredas y huertos, preguntado a los árboles, apartando con mimo las nieblas, alzando al
vuelo aves heridas, entrando sin temor en la voluntad de lo oscuro, izando el
barro en su espiral, escribiendo con manos campesinas desde la humilde
condición de heredero. Te veo caminar acera arriba hasta las nubes, imitar el
temblor de las hojas en duda ante la brisa, te veo parar y respirar hondo,
pronunciar muy quedo, solo para ti, la palabra gracias mientras llevas la mano
al corazón. Podría bajar y decirte que la vida es un milagro, pero intuyo que
lo sabes porque sacas una pequeña libreta y un lápiz, y garabateas. Leo y te sé
en el camino, leo y conozco tu obligación de decir que somos dueños de lo inseguro, de la sorpresa, de los descubrimientos, del alboroto de los montes. A
veces paro de leer y canto contagiado por tu música, por la música de tus
versos: no hay poesía sin música, lo tengo dicho. A veces escribo esta
frase en papelitos que voy dejando caer disimuladamente por si. Me ha parecido
también verte a ti perder alguno. Andar es ver, andar es percibir el alma, lo
intocado de las cosas, enterrar con cada huella la pesadez y la rutina del
mundo. Te he visto cruzar ante mis ojos página tras página y he notado el
compás que tus pasos declaran. Escribir es decir hacia el contagio, anotar el zigzagueo
de los instantes, la alternancia de las esquinas con las sombras. En un pronto,
te he visto pararte y esperar, mirar la calle de arriba a abajo hasta saberte
solo, luego sacar diligente un yeso del bolsillo y escribir en un muro: el
cámbrico susurro de otro tiempo. Nadie te ha visto, crees. Yo sí,
oculto tras este cristal que me protege. Has escrito la voz de los poetas. Yo
sé que algunos de los futuros transeúntes mirarán de soslayo y que otros
seguirán sin entenderlo, que uno la anotará. Continúo con tu libro, sigo en
vilo y atento por la calle. Seguramente algún día nos crucemos en persona. Sabré
reconocerte.
.
Me atrevo a
repetir dos susurros
2 comentarios:
Gracias Paco por tus reflexiones. Sigamos en el canto. Un abrazo
Sigamos, Luis. No es mal oficio.
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