martes, 2 de febrero de 2021

Carta pública a y dos poemas de Teo Serna.

 

Teo Serna en su casa-estudio
de Manzanares
(Foto de Pepe J. Galanes. Fragmento)



      Querido Teo, me dices que un día subiste a un castillo y encontraste el sentido de las piedras. Feliz día. Bien has devuelto el instante. Qué hermoso ahora este paseo tuyo, tanto escrito como vital, por la aparente quietud del mundo, por lo aparentemente inanimado. Tu Tratado de piedras es un libro buscador y despierto, una alegría, un despliegue de sentido y sensibilidad (perdón por el préstamo) que toma a las piedras como objeto y pretexto para levantar lo que cada poeta desea: la poesía. Ya he leído críticas juiciosas y agudas sobre él. Ese tono contenido y elegantemente cultista, esa prodigiosa, hábil manera de alternar los sujetos poéticos, esa capacidad cubista de alternar los ángulos con que miras y hacerlos convivir, ese lenguaje sereno y capaz de excavar con que elaboras, ese disponer el verso despojándole de la condena de ser verso y esa humanización que no enturbia la esencia de la piedra han sido señaladas con acierto. Yo pienso que eres tú el tratado por las piedras. Que esta convivencia tuya con las rocas ha provocado al poeta que no duerme, al que habita en ti, al que runrunea en enjambre con los zumbidos gráficos y acústicos que le acuden. Abejas que tú cobijas y ahormas. Mira, lo que más me ha impresionado en esta ocasión de tu libro es la ausencia de pretensión, esa tentación que tanto nos acaricia para intentar momentos escritos que deslumbren al lector. Lo que has escrito no camina ese sendero. Hablas de las piedras, con las piedras, las oyes hablar y lo cuentas con la pavorosa sencillez que suele contener la gran poesía. Música en sombra. Lo que más admiro de tu texto –a más de su intrínseca belleza– es eso, que parece libro levantado para degustación íntima más que para ser publicado. Eso y la elegancia permeable del discurso, jamás cerrado y siempre tenso. Tu libro es una cantera abierta, un tajo recorrido en libertad por el aire que orea los poemas. Hay un aleteo que sostiene en vuelo todo el poema continuado que es el libro. Y no olvido la delicadeza de las personificaciones, lo sutil de las imágenes, los pellizcos mitológicos. Cómo agradece el lector un libro así. Cómo lo agradezco. Bajar al infierno, y subir luego/ Eurídice,/ cogido de tu mano, dices, tal es la impresión tras la lectura. Qué bien ha hecho la colección Ojo de Pez –un orgullo manchego– en celebrar su número 100 con este libro. Tratado de piedras te marca, Teo. Convivirá siempre con tus fragmentadas fotografías, con tus contrastes sonoros, con tus apuntes de grafito, pastel y llanura. Sé que es imposible contenerte, que vives en erupción, pero esta lava que nos das, pero este magna escrito te señalará con el índice: no dejará de decir, de decirte. Las piedras de aquel castillo –Miraflores, Piedrabuena, a donde llegaste– son cuarzo y aristas, tus poemas son sillares minuciosos, cantería en donde jamás se percibe lo violento de la mano que talla, paridos como están sin esfuerzo para la armonía. Más que la muerte y que la piedra, el tiempo, dices. Porque ese es uno de los secretos que separa a la piedra de nosotros, la distinta longitud de vida a que los dioses nos destinaron. El tiempo y sus transformaciones nos miden con distinto rasero. A ese misterio, a esa rendija, de la aparente fugacidad frente a la aparente permanencia te acercas y nos acercas. A ese enigma que conforma y esconde la relación entre lo mineral y lo humano se asoman tus poemas. Y lo vigilan. 

Tal ese diálogo a tres: tú, la piedra, el mundo que somos. 

Qué delicia.


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Piedra bornera

 
Mi sol es incierto
y giro sin ir a ninguna parte.
Círculo es mi día, circular mi noche,
circunferencia perfecta la órbita
que mi corazón mueve.
Peso y es él quien me sostiene,
mi esencia grave,
la entraña dura que resuena atada a un eje.
La dorada lluvia de los granos
no saldrá indemne de mí,
ni el recuerdo de la danza suave
de las espigas.
Será la blanca promesa del pan la que me redima
de este peso insoportable.
 
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Piedra en un camino olvidado (Hito)

Se llenó de pasos mi horizonte
(hace mucho de eso),
ahora la luz muere en mí cada día,
con la desgana que da la costumbre repetida.
Una geografía de maleza y de liquen
son mi fijación y mi empeño.
Señalé el afán del hombre
por separar y medir lo inmediato…
y alguien enterró a mis pies
un perro fiel, grande y canela.
Su esqueleto es ahora un ladrido oculto
que queda en esta soledad
como un eco apagado del olvido.

5 comentarios:

Pedro Torres dijo...

Qué bien entiende un poeta a otro poeta y qué bien nos lo dices. Dos grandes.

fcaro dijo...

El libro de Teo es transparente, claro y lleno de mayices sorprendentes, de lugares donde hallar refugio. Un regalo.

Recomenzar dijo...

me gusta la claridad que existe en tus palabras

M. Luisa García Ochoa dijo...

Gracias por compartir estos poemas. No conozco a Teo, pero me han gustado mucho sus poemas.

fcaro dijo...

Teo Serna es también artista plástico, hace poesía visual, reordena sonidos, pinta... y escribe poesía como anda y habla. Un tipo. Luisa.