Querido amigo Jesús, cuánto agradezco, y muchos conmigo, que mires y
escribas. En este tendedero de vanidades con que habitamos la terraza de
la poesía, tu palabra es el pañuelo blanco, la humildad de Asís, lo povero,
lo que no grita ni discute su existir ante nadie, lo que no pide perdón porque
a nadie ofende, lo que extiende la alegría de ser para los otros. Sé que eres
lector frutal del Evangelio, que lo practicas a diario como gesto de amor
prolongado. Y que escribes porque escuchas los silencios con que hablan –y los motivos
porque callan– las cosas pobres a las que nadie atiende. Como todo en el mundo, las
palabras también buscan su acomodo. Y te buscan. Sé que las palabras te acuden
en hileras, hormigas laboriosas, y se elevan en voz hasta tu oído, porque te
saben cerca de aquello que perdura sin molestar, son palabras que ignoran que el ruido del vivir pretende dividirnos en víctimas y verdugos. Escribo esto
porque en tu Lirios, última de tus entregas en Ars Poética,
avanzas hacia la quintaesencia de los espíritus depurados. Tu mirada y tu lápiz sanan y salvan. Nos advierten que la poesía puede nacer de manantial
sereno y de almas puras. Y lo hace para que lo enfermo, lo desvalido, lo casi
nada, el llanto, el barro de los tristes, todo lo que la palabra camilla es
capaz de soportar, pueden ser en la palabra y en la vida el fermento de donde
nazca la esperanza: tal es la esencia de tu decir, la esencia de tu poesía:
para eso vives y escribes. Qué bien haces extendiendo estos poemas-povero, qué
bien haces poniéndolos a secar a la vista de todos, qué bien haces. Sé que no
buscas otra cosa sino el sosiego de tu corazón y el concilio con otras almas. Quienes
te leemos sabemos que, más allá de las justas ambiciones mediáticas o estéticas,
la palanca que nos anima a construir un poema debe ser el diálogo, íntimo,
justo y tenso, entre el yo que soportamos y la voluntad del mundo. Ser capaz,
como tú, de dotarlo de verdad y belleza, añade armonía a lo necesario. Y unas
gotas de paz sobre la herida. Cuánto agradezco, y muchos más conmigo, que
existas y escribas, Jesús. Cristo, tu luz, refuerce tu fortaleza. Permíteme un
breve paseo por tu vocabulario: piedra, espiga, grano, agua, pan, leche, sal,
brasa, esperanza, hombre, hojas, lluvia, orilla, ángel, asombro, mendigo, arena…
Has reforzado en Lirios tu visión humanista de la Naturaleza añadiendole el compromiso del hombre con los próximos, con los prójimos, como señal auténtica
de humanidad. Y lo haces sin olvidar el decidido lazo con el que atas la plenitud del hombre al respeto minucioso de lo creado. En la vida
pequeña, en los pequeños gestos, encuentra la inmensidad el poeta que eres.
Poesía franciscana, dirían algunos con razón. Poesía, digo. Lo franciscano habita en tu mirada, que es tu modo de estar.
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